Por: Nélsido Herasme
Con las repatriaciones de nacionales haitianos, el estado
dominicano lo que está es diligenciando la repulsa y el aislamiento de los
organismos internacionales de cooperación, de los cuales la República es
signataria mediante muchísimos acuerdos.
Ya tronaron los alcaldes de Nueva York y el de Montreal,
Canadá, mañana seguirán los otros y, al final la línea será el bajar la guardia
y, una vez más, los haitianos metidos en el país de nuevo.
Los hipócritas y los que se quieren hacer los graciosos
ante los ojos de los demás, saben muy bien que esta es una isla, sin frontera,
compartida por dos estados y dos pueblos que besan la indigencia. Una vez
escuchamos decir al fenecido y ex arzobispo emérito de la Arquidiócesis de
Santiago, monseñor Juan Antonio Flores Santana, “que la relación de
dominicanos y haitianos, es como un
matrimonio sin divorcio”.
A eso que le llaman frontera no es más que un mercado de
todo lo que se pueda vender, comprar y traficar. En ella se consigue desde una
aguja hasta una caja de muerto.
Antes la frontera para cualquier guardia era una forma de
castigo cuando lo enviaban de traslado, ahora no, porque pagan y hacen
majaretes para que lo manden a Dajabón, Pedernales, Jimaní o Elías Piña.
Ningún pobre se beneficia de los haitianos, pero gobiernos
y empresarios si se aprovechan de su estado de miseria, por lo que proceden a
explotarlos en masas en la agricultura, en las fincas, en conucos y parcelas.
Después que muchas de las plantaciones de caña de azúcar
desaparecieron, los haitianos han sido utilizados en todo tipo de proyecto,
desde siembra de arroz, tabaco y otros cultivos.
Aunque es raro que compañías contraten trabajadores desde
Haití de manera oficial, muchos haitianos llegan a la República Dominicana para
buscar trabajo en la agricultura y en la construcción.
El batey, aunque ha perdido un tanto de vigencia, sigue
teniendo una gran presencia haitiana y no ha dejado de ser unas de las
comunidades más empobrecidas y aisladas en todo el país. Estos espacios fueron
creados desde la era de Trujillo, cuando el tirano pagaba al gobierno de Jean
Claude Duvalier el alquiler de los braceros.
El gobierno dominicano está compelido a manejarse con
cautela ante las repatriaciones de estos
nacionales, porque los ojos de la comunidad internacional están encima del país.
El Batey está presente, sigue siendo una comunidad
demográficamente compuesta por unos 500 y 1000 habitantes, en su mayoría
haitianos y dominicanos de ascendencia haitiana y no haitiana, con acceso
limitado a agua potable, luz, letrinas, atención médica y fuentes fijas de
ingresos.
Los residentes del Batey trabajan en todas las áreas de la
agricultura y otros, en las fábricas de zonas francas y, en algunos casos,
encuentran empleo temporario en proyectos de construcción.
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