Por José Rafael Sosa
Era necesario que alguien se ocupara de contar
adecuadamente la historia de la medicina dominicana, dejándonos saber que el
primer médico en esta isla, Maneses Juan, llegó con la oleada colonizadora a
aliviar dolores y curar enfermedades a los aventureros hispanos, y murió en el
Fuerte de la Navidad.
Existía ya la necesidad de una historia oficial de la medicina
que nos contara, en base a una sólida documentación, que el país en 1900 tenía
47 médicos, en una época en que no existía Secretaría de Salud Pública por lo
que los permisos para distribuir medicinas los daba la Secretaría de Obras
Públicas y que para ser dueño y operar una farmacia, había que tener un papel
de buena conducta, en las provincias las medicinas se vendían en pulperías. Los
ensalmos y mejunje de los curanderos eran casi la principal opción para curar
afecciones y el hospital de Santiago se mantenía con los impuestos de paso a
las barcas que cruzaban el Yaque dormilón.
Debíamos tener quien contara que el general Perico Pepín,
herido durante el rescate de los restos del presidente Ulises Heureaux,
prefirió ser operado a sangre fría sin dar un solo grito de dolor debido a que
no confiaba en la anestesia.
Era necesario ver la primera foto de la primera cátedra
magistral de medicina en la recién fundada Facultad de Ciencias Médicas en la
Universidad de Santo Domingo, en 1945.
Esa historia ya está escrita y editada completa, formal,
bien documentada, rica en detalles, completa en sus nombres estelares,
descriptiva con certidumbre de sus procesos de profesionalización y
especialización.
Esa versión integral llega ahora con la publicación de los
dos tomos Apuntes y Documentos para la Historia de la Medicina Dominicana del
Siglo XX, escritos y compilados por el oftalmólogo Herbert S. Stern S. Díaz nos
sorprende con esta entrega editorial, prologada por el antropólogo José G.
Guerrero, quien apunta la trascendencia de este trabajo que ha demandado mucha
dedicación, dado el volumen de la publicación, la cantidad de documentos,
versiones, fotografías que refieren momentos estelares de cómo esta profesión
se fue incorporando como una de las ramas de servicio de mayor profesionalidad
en el presente.
La historia médica está cargada de datos sorprendentes y
personajes entregados e ilustres: En 1927 se registraron en el hospital Padre
Billini 25 casos de bubas, una venérea de origen indígena y asociada a la sífilis.
En La Vega había sólo cuatro médicos y uno de ellos era el doctor Narciso
Alberti Bosch, pionero de la arqueología.
De los datos que arroja esta historia en dos tomos, se
desprende que en Santo Domingo los enfermos de lepra -cuando era considerada
una enfermedad terrible cuyas víctimas debían ser aisladas de la comunidad-
andaban por las calles hasta que las tropas norteamericanas de intervención de
1916-1924, construyeron el leprocomio de Nigua en 1922 y que en 1928 se
oficializó el trabajo de las parteras y comadronas, mientras que
simultáneamente era normal el uso de sanguijuelas en parturientas.
San Zenón
Uno de los aportes históricos más cruciales de la
publicación es que pone en el lugar que corresponde a la dictadura de Trujillo,
a la cual la historiografía oficial le atribuye un protagonismo crucial en la
reconstrucción de Santo Domingo tras el paso del ciclón de 1930. No fue así.
Stern Díaz detalla el rol de la ayuda internacional a la
reconstrucción, incluyendo los envíos y recursos, así como las médicas
sanitarias que llegaron por parte de Estados Unidos, Cuba, Puerto Rico y Haití.
El Marión
El doctor Stern muestra que el primer hospital moderno del
país fue el Marión, bautizado así en homenaje del urólogo francés que vino a
operar a Trujillo de uretritis, no de la próstata como se han cansado de
divulgar versiones infundadas.
El historiador describe los dos congresos médicos de 1933
y 1935, que representaron los primeros eventos científicos de la clase médica
dominicana para tratar sobre las infecciones y enfermedades de época.
Por Stern se enterará el público sobre el papel cumplido
por el doctor Barney Morgan y su esposa Carol Mari, fundadores del Colegio
Carol Morgan y origen del nombre del hospital público conocido como “El
Morgan”, posteriormente bautizado como Luis Eduardo Aybar, otro médico cuya
labor resalta por haber realizado tres mil cirugías gracias a su dominio del
cuerpo humano y sus habilidades quirúrgicas.
Gracias a Stern nos enteramos de que el principal hospital
infantil capitalino se llamó desde 1956 El Angelita, en homenaje a la primera
hija de Trujillo y que ese nombre fue cambiado a un hoy desconocido María
Trinidad Sánchez en 1961, y finalmente bautizado como doctor Robert Reid Cabral
a partir de 1962, en reconocimiento a su arrojo patriótico antitrujillista.
El formidable aporte editorial, nos deja incluso conocer
los rostros de médicos cuyos nombres han pasado al imaginario colectivo por ser
la razón social de establecimientos de salud archi-reconocidos: Doctor Darío Contreras,
Doctor Francisco Mosoco Puello, Doctor Carl Theodore Georg, Doctor Luis Eduardo
Aybar, Doctor Heriberto Pieter y muchos otros, incluyendo al Doctor Huberto
Bogaert, fundador del Instituto de Dermatología.
El libro
Editorialmente impecable es una compilación de textos,
fotos y documentos que conforman un libro de gran fortaleza histórica. El autor
y editor es Herber S. Stern Díaz, con corrección de estilo a cargo de Begoña
Mínguez Casariego, revisión de Myriam Stern Velázquez, diseño de Carolina Disla
Eli, y foto de portada del maestro Ricardo Briones. La impresión de 500
ejemplares, es de Editorial Búho.
En Números
15 años de trabajo
de investigación y compilación producen un libro precursor.
Fuente: El Nacional.
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