Gente haciendo fila en una farmacia de París (REUTERS/Benoit Tessier)
Por Apoorva Mandavilli
Comienza con una fiebre ligera y malestar general;
después, una tos dolorosa y dificultad para respirar. Las multitudes favorecen
el contagio y lo propagan en las personas cercanas. Contener un brote requiere
de rastreo de contactos, así como aislamiento y tratamiento de la enfermedad
durante semanas o meses.
Esta enfermedad traicionera ha llegado a todos los rincones del planeta. Es la tuberculosis, la enfermedad infecciosa más mortal del mundo, la cual cobra la vida de 1,5 millones de personas anualmente.
Hasta este año, la tuberculosis y sus aliados
mortales, el VIH y el paludismo, estaban ausentes. La cantidad total de
víctimas de cada enfermedad a lo largo de la década anterior estuvo en su punto
más bajo en 2018, el último año del que se tienen registros disponibles.
Pero ahora, a medida que la pandemia del coronavirus
se propaga por el mundo, consumiendo los recursos mundiales en materia de
salud, estos adversarios continuamente olvidados están de regreso.
“El COVID-19 amenaza con arruinar todos nuestros
esfuerzos y devolvernos al punto en el que estábamos hace 20 años”, afirmó
Pedro L. Alonso, director del Programa Mundial sobre Paludismo de la Organización
Mundial de la Salud.
No es solo que el coronavirus haya hecho que los
científicos desviaran su atención de la tuberculosis, el VIH y el paludismo.
Los confinamientos, en especial en partes de África, Asia y América Latina, han
levantado barreras infranqueables para pacientes que deben viajar a fin de
conseguir diagnósticos o medicamentos, de acuerdo con entrevistas con más de
una veintena de funcionarios de salud pública, médicos y pacientes de todo el
mundo.
El temor al coronavirus y el cierre de las clínicas
han mantenido alejados a muchos pacientes que luchan contra el VIH, la
tuberculosis y el paludismo, mientras que las restricciones a los viajes por
aire o por mar han limitado gravemente la entrega de medicamentos en las
regiones más afectadas.
Aproximadamente el 80 por ciento de los programas para
atender la tuberculosis, el VIH y el paludismo en todo el mundo han reportado
interrupciones en los servicios y una de cada cuatro personas que viven con VIH
ha reportado problemas para acceder a medicamentos, de acuerdo con ONUSIDA. Las
interrupciones o retrasos en el tratamiento podrían provocar resistencia a los
medicamentos, algo que ya representa un gran problema en muchos países.
Un médico realiza control a pacientes COVID-19 en el Hospital El Cruce de Florencio Varela el 30 de julio de 2020, en Buenos Aires (Argentina). EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo
En India, donde se encuentra aproximadamente el 27 por
ciento de los casos de tuberculosis del mundo, los diagnósticos han caído casi
un 75 por ciento desde el inicio de la pandemia. En Rusia, las clínicas de VIH
han sido transformadas para hacer pruebas de coronavirus.
La temporada de paludismo ha comenzado en África
occidental, donde ocurre el 90 por ciento de los fallecimientos a causa de esta
enfermedad en el mundo, pero las estrategias habituales de prevención
(distribución de mosquiteros tratados con insecticida y aplicación de
pesticidas en aerosol) han sido restringidas a causa de los cierres.
De acuerdo con un cálculo, un cierre de tres meses en
distintas partes del mundo y un retorno gradual a la normalidad a lo largo de
diez meses podría tener como consecuencia un aumento de 6,3 millones de casos
de tuberculosis y 1,4 millones de fallecimientos a causa de esta enfermedad.
Una interrupción de seis meses de la terapia
antirretroviral podría derivar en más de 500.000 fallecimientos adicionales por
enfermedades relacionadas con el VIH, de acuerdo con la OMS. Otro modelo de la
OMS pronosticó que, en el peor de los casos, los fallecimientos a causa del
paludismo podrían duplicarse a 770.000 por año.
Muchos expertos en salud pública, algunos al borde del
llanto, advirtieron que, de continuar las tendencias actuales, el coronavirus
podría retrasar varios años, o incluso décadas, el esmerado progreso en contra
de la tuberculosis, el VIH y el paludismo.
El Fondo Mundial, una sociedad pública y privada para
el combate de estas enfermedades, calcula que mitigar este daño requerirá al
menos 28.500 millones de dólares, una cantidad que es poco probable que se
materialice.
Si analizamos la historia, el impacto del coronavirus
en los pobres será visible mucho tiempo después del término de la pandemia. Por
ejemplo, la crisis socioeconómica en Europa del este a principios de la década
de 1990 derivó en los índices más elevados del mundo de un tipo de tuberculosis
que era resistente a muchos medicamentos, una distinción dudosa que la región
sigue teniendo actualmente.
El punto de inicio de esta terrible cadena de sucesos
es la falta de diagnósticos: mientras más prolongado sea el periodo que una
persona vive sin un diagnóstico, y más tarde el inicio del tratamiento, hay
mayores probabilidades de que la enfermedad infecciosa se propague, enferme a
otras personas y les provoque la muerte.
“A mayor cantidad de casos sin diagnóstico ni
tratamiento, mayores casos habrá el año siguiente y el posterior”, señaló
Lucica Ditiu, quien dirige la Alianza Stop TB, un consorcio internacional de
1700 grupos que luchan contra la enfermedad.
Un médico camina por un pasillo de un hospital (EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo)
La infraestructura construida para diagnosticar el VIH
y la tuberculosis ha sido una ayuda para muchos países que están combatiendo el
coronavirus. GeneXpert, la herramienta utilizada para detectar material
genético de las bacterias de la tuberculosis y del VIH, también pueden
amplificar el ácido ribonucleico (ARN) para diagnosticar el coronavirus.
No obstante, ahora muchas clínicas están usando los
aparatos únicamente para detectar el coronavirus. Poner el coronavirus como
prioridad sobre la tuberculosis es “muy tonto desde el punto de vista de la
salud pública”, dijo Ditiu. “En realidad debes ser listo y detectar ambos”.
En un país tras otro, la pandemia ha dado lugar a un
fuerte descenso de los diagnósticos de tuberculosis: una reducción del 70 por
ciento en Indonesia, del 50 por ciento en Mozambique y Sudáfrica, y el 20 por
ciento en China, según la OMS.
A finales de mayo en México, mientras las infecciones
por coronavirus aumentaban, los diagnósticos de tuberculosis registrados por el
gobierno cayeron a 263 casos de los 1097 registrados en la misma semana del año
pasado.
La pandemia también está reduciendo el suministro de
pruebas de diagnóstico para estas enfermedades asesinas, conforme las empresas
recurren a la fabricación de pruebas más costosas para detectar el coronavirus.
Cepheid, el fabricante de pruebas diagnósticas para la tuberculosis con sede en
California, ha pasado a hacer pruebas de coronavirus. Las empresas que hacen
pruebas de diagnóstico para el paludismo están haciendo lo mismo, de acuerdo
con Catharina Boehme, directora ejecutiva de la Fundación para Nuevos Diagnósticos
Innovadores.
Las pruebas de coronavirus son mucho más lucrativas,
pues tienen un costo de unos 10 dólares, en comparación con los 18 centavos de una
prueba rápida de paludismo.
Estas empresas “tienen una gran demanda de pruebas
para COVID-19 en este momento”, afirmó Madhukar Pai, director del Centro
Internacional McGill para la Tuberculosis en Montreal. “No puedo imaginar que
las enfermedades de la pobreza reciban atención en este espacio”.
La pandemia ha obstaculizado la disponibilidad de
medicamentos para el VIH, la tuberculosis y el paludismo en todo el mundo al
interrumpir las cadenas de suministro, desviar la capacidad de fabricación e
imponer barreras físicas para los pacientes que deben viajar a clínicas
distantes para recoger los medicamentos.
Esta escasez está obligando a algunos pacientes a
racionar sus medicamentos, poniendo en peligro su salud. En Indonesia, la
política oficial es proporcionar un mes de suministro de medicamentos a la vez
a los pacientes con VIH, pero últimamente ha sido difícil conseguir la terapia
antirretroviral fuera de Yakarta.
Las personas con VIH y tuberculosis que suspenden el
tratamiento tienen más probabilidades de enfermarse a corto plazo. A largo
plazo, hay una consecuencia aún más preocupante: un aumento de las formas de
resistencia a los medicamentos de estas enfermedades. La tuberculosis que ya es
resistente a los medicamentos es una amenaza tan grande que se vigila a los
pacientes muy de cerca durante el tratamiento, una práctica que en su mayoría
ha sido suspendida durante la pandemia.
De acuerdo con la OMS, al menos 121 países han
notificado una reducción en la cantidad de pacientes con tuberculosis que
acuden a las clínicas desde que comenzó la pandemia, lo que pone en peligro los
logros alcanzados con tanto esfuerzo.
“Esto es realmente difícil de procesar”, dijo Ditiu.
“Se requirió de mucho trabajo para llegar a donde estamos. No estábamos en la
cima de la montaña, pero estábamos lejos del pie, entonces vino una avalancha y
nos lanzó de nuevo hasta abajo”.
Una fábrica de barbijos en Vietnam (REUTERS/Kham)
En muchos lugares, los cierres se impusieron con tal
rapidez que las existencias de medicamentos se agotaron rápidamente.
Incluso si los gobiernos estuvieran preparados, con un
poco de ayuda de los grandes organismos de asistencia humanitaria, para comprar
medicamentos con meses de antelación, el suministro mundial podría agotarse
pronto.
“La interrupción de las cadenas de suministro es algo
que realmente me preocupa… en el caso del VIH, la tuberculosis y el paludismo”,
dijo Carlos del Río, presidente del consejo científico asesor del Plan
Presidencial de Emergencia para el Alivio del SIDA.
La exageración acerca de la cloroquina como posible
tratamiento para el coronavirus ha llevado al acaparamiento del medicamento en
algunos países como Birmania y ha agotado sus reservas mundiales.
“Dependemos mucho de unos cuantos desarrolladores o
fabricantes clave para todos los medicamentos del mundo, y eso debe
diversificarse”, señaló Meg Doherty, quien dirige programas de VIH en la OMS.
“Si hubiera más depósitos de medicamentos desarrollados localmente o
fabricantes farmacéuticos, estarían más cerca del punto de necesidad”.
Las organizaciones de asistencia humanitaria y los
gobiernos están tratando de mitigar algunos de los daños mediante la extensión
de suministros y el almacenamiento de medicamentos. En junio, la OMS modificó
su recomendación para el tratamiento de la tuberculosis resistente a los medicamentos.
En lugar de 20 meses de inyecciones, los pacientes ahora pueden tomar pastillas
de nueve a once meses. El cambio significa que los pacientes no tienen que
trasladarse a las clínicas, que cada vez están menos disponibles a causa de los
cierres.
En algunos países, como Sudáfrica, la mayoría de los
pacientes ya recogen los medicamentos en centros comunitarios en lugar de
hospitales, aseguró Salim S. Abdool Karim, experto en salud mundial en
Sudáfrica y presidente de un comité asesor del gobierno sobre COVID-19. “Esa ha
sido una ventaja importante en cierto modo”.
c.2020 The New York Times Company
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