No los perdona desde un
espíritu de superioridad, sino desde la sinceridad más profunda, siente en su
alma que no son culpables, no lo son ni ellos ni ninguno, al menos no del todo.
Sabe que todos, unos y otros, solo han caído en una marea de maldad que les ha
arrastrado al desacierto.
No perdona porque se lo
merezcan o por dar ejemplo, perdona por su propia bondad, que siendo tan
maravillosa, es solo una brizna de aire fresco.
Esta sociedad vive de la
meritocracia, de hacer y hacer y hacer, perdiendo en el camino las enormes
bondades de lo que uno es y en qué le convierte ese camino. Hemos de caminar en
la verdad, sabiéndonos elegidos, sabiéndonos amados, y sabiéndonos por todo ello
inspirados por Dios en Cristo.
2.-
Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso
Los soldados también se
burlaban de Jesús. Se acercaban y le daban de beber vino agrio diciéndole: –
¡Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo! Y había un letrero sobre
su cabeza, que decía: ‘Este es el Rey de los judíos”. Incluso, cuenta el evangelio
de san Lucas, uno de los criminales que estaban colgados junto a él, lo
insultaba diciéndole: “– ¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos
también a nosotros! Pero el otro reprendió a su compañero diciéndole: – ¿No
tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos
sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que
hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo. Luego añadió: – Jesús,
acuérdate de mí cuando comiences a reinar. Jesús le contestó: – Te aseguro que
hoy estarás conmigo en el paraíso”.
3.-
Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre
Le dices a la Virgen:
"mujer, allí tienes a tu hijo". En la persona de Juan, la Iglesia
siempre se ha visto como heredera de ese gran tesoro que es María… pero ¿y la
Virgen qué siente?, ¿qué pensamientos recorren ese corazón de madre que ve
morir a su Hijo en una cruz y recibe a toda la humanidad como hijos?.
Jesús, Tú has muerto por
mí, he sido yo quien te ha crucificado con y por mis pecados Te ha entregado al
escarnio y a la muerte… ¡Y Tú me regalas a tu mamá! ¡Tú le pides a la Virgen
que me adopte a mí, un verdugo tuyo! ¿Cómo acercarme a María si acabo de
crucificarte?, ¿con la misma mano que te abofeteó y te clavó acariciaré su
mejilla? ¿Cómo la misma boca que hace poco gritaba: "crucifícalo" ahora
se atreverá a decirle a la Virgen: "Madre, te quiero"?
¡Es una locura! Y sin
embargo, María me mira con sus purísimos ojos bañados en llanto y me dice:
"Hijito, si Jesús te ha perdonado todo lo que le hiciste, yo también te
perdono. Ven. No tengas ni miedo ni vergüenza. No voy a reclamarte ni a
reprocharte nada. Sólo te pido una cosa: No dejes que la sangre de mi Hijo sea
en vano. Él ha muerto por Ti con la esperanza de que tú lo amarías. Si no sabes
cómo hacerlo, ven y yo te enseñaré. Yo también te amo y sólo quiero que la
sangre de mi Jesús te dé la vida eterna."
4.-
¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado
Es el grito desgarrador de
Jesús crucificado, el cual nunca ha dejado de impactarnos muy en lo hondo de
nuestro corazón.
Un grito que se pierde en
la noche de la incertidumbre... cuando todas las seguridades se han perdido al
hombre sólo le queda lanzar un grito desesperado hacia el abismo que se abre
ante sus ojos como oscuridad que se cierne sobre la fe más sólida.
El sufrimiento tiene eso,
que nos coloca delante de nuestro propio límite, del límite de nuestra
impotencia y la muerte... la muerte nos coloca ante el miedo de nuestra
disolución última y definitiva, cuando pasemos a ser sólo un recuerdo en la
memoria de quienes nos han amado, pero ¿Qué pasaría si el hombre pierde incluso
la certeza de ser amado? ¿Qué le queda? La soledad, el vacío, el abismo
profundo de la nada.
Jesús en el momento culmen
de su entrega se asoma, con el alma encogida, hecha un puño, al abismo profundo
de la muerte y entre dolor y muerte, aflora en su alma un grito desesperado,
casi ahogado por la agonía de su sufrimiento:
"¡Dios mío, Dios
mío!, ¿por qué me has abandonado?" (Mt, 27, 46 y Mc, 15, 34).
Y Dios calla...
Calla porque su respuesta
está allí, en la cruz: él mismo, Jesús, es la respuesta de Dios, Palabra eterna
encarnada por amor. El silencio del Padre en la cruz del Hijo amado, es el
silencio de quien acompaña con amor en silencio reverente cuando las palabras
no son suficientes y se quedan cortas.
Pero es un silencio que lo
inunda todo con la potencia del grito desesperado del que muere en muerte
injusta, del que sufre por la opresión de los violentos, el silencio de Dios se
vuelve grito en Cristo, grito que reclama nuestro abandono, el abandono de
quienes deberíamos tener como principal tarea el Amor.
5.-
Tengo sed. (La Quinta Palabra)
Juan 19:28
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo
estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed.
Cuando Cristo murió en la
cruz del Calvario, nos dice la Escritura que pronunció las palabras “sed tengo”
(Juan 19:23). En este breve mensaje
deseo mirar al aspecto tanto físico, como espiritual de la sed de nuestro Señor
al tiempo que meditamos sobre los beneficios que podemos tomar de la sed que
tuvo nuestro maestro.
El
Aspecto físico
Las palabras pronunciadas
por Jesucristo mientras colgaba del madero nos recuerdan que Cristo era
ciertamente hombre y como tal sufrió sed.
Después de haber perdido gran cantidad de sangre mientras había sido
azotado y los clavos habían traspasado sus manos y sus pies (Salmo 22:16), el
Señor sintió sed.
6.-
Todo está cumplido
Sí, todo se ha cumplido,
se ha realizado la redención del ser humano, ya no hay nada más, que Dios,
pueda hacer por sus hijos, su amor nos amó hasta el extremo, que nos mandó a su
hijo, en carne mortal, para que viviera como nosotros, se asemejara a nosotros
en todo igual menos en el pecado, ya nos
lo dio todo, todo se cumplió, desde la
primera hasta la última promesa de Dios.
Ya, solo nos queda aceptar
su redención, dejarnos bañar por su amor y seguir sus huellas.
Para que esta redención
tan anhelada por nosotros y entregada por Cristo, sea total en nosotros y tenga
su implemento total, yo debo escucharla, obedecerla y ponerla en mi corazón,
hacerme uno con ella. Y sólo, así, el cumplimiento de la misma, conocerá la luz
de la resurrección de Cristo y nuestra
redención.
Todo, se ha cumplido,
significa que hay un amplio camino recorrido para nosotros y listo, para dejarnos salvar, ya Jesús nos redimió. Aceptémoslo.
7.-
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu
El silencioso frío de la
muerte, ya no queda nada, todo había sido cumplido, la obra de Dios, su Padre,
era necesario que el Hijo volviese al Padre que le había enviado, por eso con
su último aliento de hombre entre los hombres se dirige al Padre para descansar
en Él: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
La barbarie humana no
tiene la última palabra, en el silencio de la Pasión sólo queda un hijo que se
dirige a su Padre, solo una voz resuena, la voz del hijo, pero es la Palabra
del Padre la que se escucha silenciosa en medio de la muerte, para recordar al
hombre que después de la muerte hay vida.
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