Por:
Arq. Geraldo Fernández
Desde que entró la década
actual en el mundo se han sucedido una serie de cambios que están transformando
toda la composición social, económica y política que conocemos. La idea del
cambio, la renovación, de lo nuevo, se ha viralizado y ha invadido todos los
espacios donde se manifiesta la condición humana, desde al arte y la tecnología
hasta la política.
En grandes países han
triunfado electoralmente personas muy jóvenes como Justin Trudeau en Canadá,
Emmanuel Macron en Francia y Sebastián Kurz en Austria, todos menores de 40
años de edad. En nuestro país, en todos los partidos existen jóvenes que están
accionando con fuerza en la escena política nacional, el mismo fenómeno se
repite en las provincias y municipios. Esa es la innegable tendencia mundial, el
ascenso de lo nuevo.
Sin embargo, aunque el
momento es favorable, en el plano nacional y local los jóvenes que estamos en
política debemos tener cuidado para no convertir esta coyuntura en una guerra
generacional que podría atentar contra el momento en sí mismo. Me preocupa el
discurso juvenil divisionista y egocéntrico que pretende marginar a liderazgos
consolidados y de dilatada trayectoria política, entendiéndose superiores por
el solo hecho de ser jóvenes.
En coherencia con esa
línea discursiva que desprecia todo lo que no es nuevo, tampoco se proponen
ideas o planteamientos para esa gran franja poblacional que ya no es joven pero
que existe, habita, siente, padece, razona, aprueba y desaprueba, para ese
discurso juvenil radical los que transitaron el camino de la vida antes que
nosotros son prácticamente invisibles. Quienes enarbolan ese discurso deben
reflexionar.
El discurso de nuestra
generación debe ser inclusivo, integrador, conciliador y respetuoso de las
generaciones que nos anteceden y es que para impactar positivamente en el ciclo
histórico actual, debemos conjugar nuestra energía y habilidades con la
experiencia y sabiduría de quienes han transitado el duro camino de la vida y
la política antes que nosotros.
La idea no debe ser
dividir la población en jóvenes y mayores, sino integrarnos todos en un proceso
de transformaciones que nos acerque más a la sociedad que queremos, al país que
queremos. Nuestro papel como jóvenes políticos es ganarnos los espacios
participando y accionando, aportando nuestra visión de las cosas y
difundiéndola, uniendo, nucleando sectores, siendo puentes no muros. Todo esto
se puede hacer respetando las trayectorias que han sido construidas en buena
lid con esfuerzo, tenacidad, dedicación, trabajo y sacrificio.
Debemos asistir al llamado
de la historia siendo humildes y teniendo presente aquella frase del gran
Víctor Hugo: “En los ojos del joven, arde la llama, en los del viejo, brilla la
luz”.
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