Guillermo
Moreno
La llegada de Trump a la
Casa Blanca hace prever la reactivación de todos los sectores que se ven
amenazados por su visión xenófoba, racista y machista.
El triunfo de Donald Trump
en las recién pasadas elecciones del 8 de noviembre anuncia el inicio de un
proceso de convulsiones sociales en EE.UU.
Donald Trump ganó las
elecciones conforme a un sistema electoral obsoleto en que un candidato puede
convertirse en presidente del país, aun sin obtener la mayoría del voto
popular, como fue su caso.
Lo importante a destacar es
que Trump obtiene la presidencia de los EE.UU. sin esconder, más bien
proclamando a todo pulmón, un discurso xenófobo, machista, discriminatorio y
racista.
Ese discurso, si bien tiene
partidarios y seguidores en ese país, en verdad no es representativo del
conjunto de la sociedad norteamericana. La elección de Trump fractura a esa
sociedad en dos. Por eso, todo intento de traducir su programa y visión de
gobierno en políticas públicas, conllevará grandes confrontaciones sociales en
esa sociedad. Dos factores van a influir en ello: Uno es, los niveles de
conciencia de sus derechos, presente en una parte importante de la sociedad
norteamericana, sobre todo en las grandes urbes. El otro: los niveles de
organización y la capacidad de movilización que tradicionalmente muestra esa
sociedad en la lucha por sus derechos.
Imaginemos lo que pasaría en
ese país, si como alardeó en su campaña, efectivamente intentara expulsar a
unos 11,3 millones de inmigrantes indocumentados. No olvidemos las huelgas y
manifestaciones que hace apenas 10 años protagonizó el gran movimiento de
inmigrantes latinos. En Chicago hubo movilizaciones en las calles con más de medio
millón de inmigrantes y, en los llamados “día nacional de acción” y “día
nacional de la protesta”, se movilizaron más de 2 millones de inmigrantes en
más de 10 estados, siendo el factor desencadenante la presentación de un
proyectó de ley ante la Cámara de Representantes que, entre otras medidas,
criminalizaba la condición de inmigrante indocumentado, y que buscaba también
impulsar la construcción de los primeros 1100 kilómetros de una muralla
militarizada entre México y EE.UU.
Igual nivel de protesta
escenificaría el movimiento de las mujeres, la comunidad gay, los
afroamericanos ante cualquier intento de desconocer o restringir sus derechos
adquiridos.
Yendo un poco más atrás,
tengamos presente lo que fue el gran movimiento, entre mediados de la década
del 50 y finales de la del 60, de lucha por los derechos civiles y la igualdad
ante la ley de los negros que eran objeto de discriminación y segregación racial.
Todavía hoy día esta lucha se expresa de forma permanente contra la “brutalidad
policial”, de la que son víctimas principalmente los afroamericanos.
De igual modo, puso también
de relieve la conciencia social y política de la sociedad norteamericana la
lucha librada contra la guerra de Vietnam que movilizó a millones en todo el
país, desde mediados de la década del 60 hasta principios de la década del 70,
en la lucha por la Paz.
Más recientemente se produjo
el movimiento conocido como “Ocupa a Wall Street”, que protestaba contra el 1%
más ricos, y que lograron organizar movilizaciones en unas 52 ciudades de la
Unión Norteamericana. Este movimiento, si bien no pudo convertirse en una
propuesta política independiente, como sí pasó en España con el surgimiento de
partido Podemos, sin embargo, vino a expresarse y fortalecer las candidaturas
de Bernie Sanders y de Elizabeth Warren en el partido demócrata, y mostró su
capacidad para movilizar importantes franjas poblacionales, principalmente de
la juventud de EE.UU., en torno a un conjunto de ideas progresistas.
La llegada de Donald Trump a
la Casa Blanca hace prever la reactivación de todos los sectores que se ven
amenazados por la visión xenófoba, racista y machista de este nuevo presidente.
En los próximos meses seremos testigo, si Trump intenta ejecutar las
descabelladas ideas de su campaña, de la gran sacudida que se producirá en la
sociedad norteamericana.
No es casual, sino más bien
un síntoma temprano, que casi simultáneamente a su elección como Presidente,
haya surgido un amplio movimiento de rechazo bajo la consigna “Not my
president”.
El miércoles 9 se produjeron
protestas en Seattle, Filadelfia (Pensylvania) , Chicago, Atlanta (Georgia),
Boston (Massachusetts), Denver (Colorado), Austin (Texas), Portland (Oregon),
Saint Paúl (Minnesota) y las californianas Los Ángeles, San Francisco y San
Diego.
El jueves 10 se repitieron
las protestas, en muchos lugares levantando, además de la anterior, la consigna
“¡Racista, sexista, antigay, Donald Trump, fuera!” en Nueva York, Washington,
Los Ángeles y Oakland (California), Dallas y Austin (Texas), Baltimore
(Maryland), Minneapolis (Minnesota), Filadelfia (Pensylvania), Portland
(Oregon), Salt Lake City (Utah) y en Vancouver (Canadá).
La implementación de una
política como la anunciada por Trump, desde la primera potencia, tendrá un
efecto global, e igualmente reactivará las protestas en muchos lugares del
planeta. Por eso, puede decirse que un fantasma comienza a recorrer el mundo, y
sus trompetas amenazan importantes conquistas económicas y sociales alcanzadas.
Los días por venir encierran grandes sorpresas.
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