Por Fernando Rey
El
hambre, la escasez de los alimentos necesarios para la supervivencia en una
sociedad de forma prolongada y generalizada, es un mal que ha acompañado al
desarrollo de la humanidad desde tiempos inmemoriales. Las causas son diversas
y se les ha prestado mayor o menor atención en función del momento histórico y
del paradigma dominante. Algunas de las explicaciones más ligadas a la propia
naturaleza atribuyen la cuestión a factores demográficos, catástrofes naturales
o al propio clima. Una explicación más economicista se centraría sobre todo en
las desigualdades generadas por la economía de mercado. Otro factor a
considerar sería la falta de voluntad política real para atajar la cuestión,
tanto por parte de los dirigentes de los países más afectados por el hambre
como de los países desarrollados en general.
Por
otro lado, las consecuencias del hambre trascienden el coste humano que
suponen. El hambre y la pobreza son conceptos interrelacionados que ejercen
como catalizadores de la inestabilidad política, la propagación de
enfermedades, la destrucción del medioambiente y los conflictos armados. Frente
a esta lacra, y como elemento subyacente a los diferentes paradigmas que
abanderan la lucha contra el hambre, se ha consolidado el derecho a la
alimentación como una máxima incuestionable en el marco de la cooperación para
el desarrollo de los pueblos. En la actualidad se producen alimentos
suficientes como para alimentar a toda la humanidad, por lo que cabe
preguntarse cómo es posible que aún no hayamos solucionado esta situación. La
paradoja se agrava si consideramos no solo a quienes pasan hambre, sino a
quienes sufren malnutrición.
En
2015 más de 800 millones de personas carecieron de alimentos suficientes, es
decir, más de 800 millones de personas en el mundo pasaron hambre. Esta cifra
representa aproximadamente a 1 de cada 8 personas, la mayoría de ellas en países
en vías de desarrollo según datos del Programa Mundial de Alimentos (PMA). Si
bien Asia es donde encontramos más individuos en términos absolutos, con dos
tercios del total, en términos relativos es África el continente que ostenta el
mayor porcentaje de la población con hambre con 1 de cada 4 individuos. La
triste realidad es que a pesar de los esfuerzos que diversas organizaciones,
empezando por Naciones Unidas, vienen realizando, la solución no parece estar
cerca. ¿Cuál es el origen y cuál es la solución del hambre en el siglo actual?.
Lucha
de paradigmas: de la seguridad alimentaria a la soberanía alimentaria
La
Segunda Guerra Mundial supuso un punto de inflexión en el modelo productivo
capitalista. Como resultado del estándar económico de índole keynesiana
mejoraron las políticas de desarrollo social y se consolidó la responsabilidad
del Estado en la promoción del bienestar. Tras la contienda se materializó una
idea que venía fraguándose desde principios del siglo veinte en torno a la
promoción de la alimentación y la erradicación del hambre. Fue así como la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO
por sus siglas en inglés) se convirtió en 1945 en el organismo especializado en
la cuestión de dicha institución. Desde entonces se ha consolidado como la
institución por excelencia en la lucha contra el hambre, con más medios y más
consolidada. Sus objetivos principales son la erradicación del hambre, la
inseguridad alimentaria y la malnutrición, así como la eliminación de la
pobreza y la promoción del desarrollo de los pueblos. Como elemento añadido, la
organización ha pretendido constituirse como un foro de debate sobre el
desarrollo de políticas públicas relacionadas con la lucha contra el hambre,
así como en un espacio de intercambio de experiencias y experticia.
Dos
décadas después del lanzamiento de la FAO la sociedad internacional se
encontraba a las puertas del proceso de globalización en un mundo cada vez más
interconectado. Los años setenta supusieron un punto de inflexión en el
desarrollo histórico del capitalismo. La crisis del petróleo de 1973 arrastró
consigo una caída de la demanda occidental de materias primas producidas en los
países exportadores, muchos de ellos dependientes económicamente de la exportación
exclusiva de uno o varios productos. Una de las consecuencias más
trascendentales de la crisis fue la paulatina adopción de un nuevo modelo
económico que quebró el acuerdo keynesiano de posguerra y terminó por
configurar un proceso de globalización sobre la base del neoliberalismo. Es en
este contexto cuando toma forma la “seguridad alimentaria” como paradigma
hegemónico en la lucha contra el hambre en la Conferencia Mundial de la
Alimentación (Roma, 1974).
Habrá
que esperar hasta la Conferencia Internacional de Nutrición (Roma, 1992) y la
Cumbre Mundial de la Alimentación (Roma, 1996) para que el compromiso y la
preocupación por el hambre y la malnutrición como problemas a resolver de cara
al nuevo milenio se consoliden. La primera conferencia fue organizada en
conjunto por la FAO y la Organización Mundial de la Salud (OMS) y dio lugar al
compromiso de los gobiernos a luchar contra la malnutrición y todos los
problemas derivados de la misma. Dos años después, la Cumbre Mundial de la
Alimentación contó con la presencia de 186 Jefes de Estado y de Gobierno de
todo el mundo y dio lugar a la Declaración de Roma sobre la Seguridad
Alimentaria Mundial, que afirma que “la seguridad alimentaria existe cuando
todas las personas tienen, en todo momento, acceso físico, social y económico a
alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfacen sus necesidades
energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y
sana”.
Si
bien la Cumbre de 1996 consolidó la seguridad alimentaria como concepto más
institucionalizado, también supuso el surgimiento de un nuevo paradigma, el de
la “soberanía alimentaria”, como respuesta anticapitalista que trasciende el
mero acceso a la alimentación. El concepto fue introducido por Vía Campesina en
el Foro Mundial por la Seguridad Alimentaria, que fue organizado en paralelo a
la Cumbre y tuvo como objetivo aunar a la sociedad civil organizada en
cuestiones de alimentación y agricultura. Vía Campesina (Yakarta, 1992) es un
movimiento campesino altermundista que coordina a organizaciones, productores y
personas dependientes directamente de la gestión de la tierra a nivel
internacional. Está formado por 164 organizaciones de 73 países de todos los
continentes y trabaja por el desarrollo local sostenible y el bienestar del
mundo rural. La soberanía alimentaria como concepto defiende un marco favorable
para los productores y trabajadores de la tierra, la sostenibilidad del
medioambiente y el desarrollo local de los territorios, así como la capacidad
de decisión de los pueblos sobre su propia alimentación en un contexto global
en el que es necesaria la cooperación tanto a nivel institucional como por
parte de la sociedad civil.
Para ampliar: “La voz de las campesinas y de los
campesinos del mundo”, Vía Campesina
La gran apuesta del milenio con un objetivo común: el
derecho a la alimentación
En
el año 2000 la Declaración del Milenio en el marco de las Naciones Unidas
lanzaba los Objetivos del Milenio (ODM), ocho propósitos que tomaron como
referencia el desarrollo humano para hace frente a los mayores retos de la
humanidad en los años venideros: la erradicación de la extrema pobreza, el
acceso a la educación primaria universal, la promoción de la igualdad, la
reducción de la mortalidad infantil, la mejora de la salud maternal, la lucha
contra el VIH/SIDA, la sostenibilidad medioambiental y la apuesta por una
asociación mundial por el desarrollo. El primero de los ODM contemplaba tanto
la reducción de la extrema pobreza como la lucha contra el hambre debido a su
interrelación. Quince años después, los Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS)
han tomado el relevo con unos resultados para unos ODM con sabor agridulce. En
lo que al hambre y se refiere, es cierto que a día de hoy los países más
vulnerables a las hambrunas o a la desnutrición se encuentran en condiciones
más favorables frente a éstas, sobre todo en América Latina y Asia Central. No
obstante, tal y como hemos visto anteriormente, los afectados en todo el mundo
ascienden a 800 millones. Es precisamente su consideración como una mera cifra
y no como seres humanos uno de los grandes obstáculos para resolver el
problema.
La situación actual del hambre en el mundo y en América
Latina. Fuente: EFE
Los
ODS buscan consolidar la apuesta de la Declaración del Milenio con unas metas
más plausibles que los objetivos anteriores. El segundo de los nuevos
propósitos recoge el “hambre cero” como objetivo, así como la apuesta por una
agricultura sostenible, el acceso a la tierra y la inversión en
infraestructuras y tecnología, con una proyección hacia el año 2030.
Trascendiendo
el ámbito más institucionalizado, la organización social en pro de la soberanía
alimentaria ha continuado su expansión adquiriendo experiencia y sumando
socios. Si el germen del movimiento descansaba precisamente en las
organizaciones campesinas, a día de hoy se ha diversificado y atañe a todos los
sectores relacionados con la gestión de la tierra y el medioambiente, así como
a aquellos concienciados con el desarrollo sostenible frente a la lógica
neoliberal.
La
soberanía alimentaria no busca únicamente resolver el hambre en el mundo, sino
aportar una respuesta holística que ataña también al modelo productivo actual.
Al igual que la seguridad alimentaria, considera el derecho a la alimentación
como un Derecho Humano fundamental. Como base para su cumplimiento aboga por
una reforma agraria que garantice el acceso a la tierra de los campesinos, así
como unas condiciones dignas para su labor. Por otro lado, apuesta por la
protección de los recursos naturales y la reorganización del comercio de los
alimentos, priorizando los canales cortos y el localismo, en la medida de lo
posible, como herramientas para luchar frente al cambio climático. Por último,
como elementos subyacentes, el control democrático de la producción se
convertiría en un elemento fundamental para la consecución de la paz social y
la convivencia en una sociedad más igualitaria. En este sentido, frente a la
privatización transnacionalizada de la tierra, es decir, frente a la
apropiación de la misma por parte de las empresas multinacionales, la soberanía
alimentaria apuesta por un cambio de perspectiva que trascienda la
globalización del hambre y favorezca el desarrollo de las comunidades.
Para ampliar: “Soberanía alimentaria y cambio climático”,
Vía Campesina
Las
acciones llevadas a cabo desde el paradigma de la soberanía alimentaria son muy
diversas y han ido ganando terreno con el paso de los años hasta
profesionalizarse. A las iniciativas más modestas se les han sumado políticas
públicas que comienzan a contemplar, si no todas, algunas de las dimensiones de
la soberanía alimentaria. América Latina es la región que más ha avanzado en la
materia en países como México, Costa Rica, Ecuador o Nicaragua. En otros
países, como Brasil o Perú, han sido las propias comunidades rurales las que
han optado por un modelo local y cooperativo para alcanzar un desarrollo sostenible.
Acciones más pequeñas han dado lugar a la creación de huertos urbanos o
cooperativas de agricultores, también en Europa, donde se han creado redes de
proximidad incluso en las grandes capitales. Algunas de estas iniciativas han
sido impulsadas por la sociedad civil, mientras que otras han obtenido respaldo
institucional.
Para
ampliar: “Perú: los campesinos de CNA construimos Soberanía Alimentaria desde
nuestros territorios”, Vía Campesina
De la contraposición a la unidad en la lucha contra el hambre
El
hambre mata cada año a más personas que el SIDA, la malaria y la tuberculosis
en conjunto. La forma de abordar la cuestión parte de diferentes perspectivas
que podemos dividir en dos grandes apuestas: una representaría el enfoque más
institucional, mientras que la otra partiría de la organización social. Ambas
perspectivas representan dos caras de una misma moneda, distintos medios y
herramientas para un objetivo similar. Cabe preguntarse, dadas las
circunstancias, cuánto dependen la una de la otra y hasta qué punto la
conjunción de sus esfuerzos puede ser la clave para solucionar una de las
mayores lacras de nuestro mundo.
La
soberanía alimentaria se ha consolidado en los últimos años como alternativa al
paradigma hegemónico. Hoy, el debate más candente se encuentra en la posible
complementariedad de ambas concepciones. Frente a la disparidad conceptual, que
en ocasiones puede inducir a confusión e incluso evidenciar la falta de
pragmatismo de la división, el compromiso tanto institucional como social es
fundamental en la medida en que la base, el derecho a la alimentación, se
convierte en un elemento de unidad. Los orígenes de los enfoques son
diferentes, e incluso uno surge como contraposición a la concepción
mercantilista del anterior, pero ello no impide una reflexión sobre un objetivo
común, a saber, la lucha contra el hambre y la desnutrición.
Noticia relacionada: “Detectar la desnutrición con una
foto”, Clara Marín en El País
Las
medidas más institucionalizadas al amparo de la FAO y las Naciones Unidas no
pudieron alcanzar todos sus objetivos, mientras que las iniciativas más
heterodoxas se muestran insuficientes en medios y en cantidad como para
revertir el sistema en el que se encuentran. En cierto modo, el respaldo social
de un paradigma no puede competir frente a los medios del otro, y viceversa.
Frente a la pugna por la hegemonía, tal vez la colaboración en el terreno, así
como el intercambio de experiencias, sean las claves para elaborar una
respuesta consolidada que permite hacer frente al hambre en el mundo.
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