Santo Domingo, República
Dominicana.-Como reacción al alegado uso de armas químicas por
parte del gobierno de Siria en la guerra civil en la que se encuentra
enfrascado, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, ha solicitado al
Congreso de su país el que se le autorice atacar militarmente al país árabe, en
represalia por lo que se considera una violación al Protocolo de Ginebra de
1925, que prohíbe el uso de gases y tóxicos venenosos en los conflictos
bélicos, así como por el quebrantamiento a valores éticos universales y abuso
de los derechos humanos.
El Comité de Relaciones
Exteriores del Senado norteamericano ya aprobó la semana pasada un borrador de
la referida autorización, y la Casa Blanca realiza ingentes esfuerzos por
lograr, lo más pronto posible, un respaldo por parte de los legisladores de los
partidos republicano y demócrata.
Esto ocurre luego de varios
intentos fallidos de obtener en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas,
una resolución condenando al régimen de Bashar al-Asad de hacer uso de la
fuerza contra la población civil. Pero, así mismo, tiene lugar después de la
negación del Parlamento Británico de conceder potestad al primer ministro,
David Cameron, de incursionar en el conflicto sirio.
En la reciente reunión del
G-20, celebrada en San Petersburgo, Rusia, sólo once países de los veinte que
integran el club exclusivo de la élite económica mundial, manifestaron su
respaldo a una "fuerte respuesta internacional" contra Siria, lo cual
evidencia el débil apoyo que esta propuesta recibe de la comunidad
internacional.
En la casi generalidad de los
países, la opinión pública también se ha volcado a expresar su desacuerdo con
la adopción de medidas militares para contrarrestar la alegada acción de
barbarie incurrida por el gobierno sirio en su conflicto doméstico.
Rechazo a la guerra
En los propios Estados Unidos,
el gobierno se enfrenta a una situación difícil al tratar de convencer a los
congresistas de que otorguen su respaldo a la referida acción punitiva.
Por un lado, hay demócratas
liberales, como es el caso de Nancy Pelosi, antigua Presidenta de la Cámara de
Representantes, quienes han expresado que sus electores están en total
desacuerdo con la acción; y por el otro, hay republicanos de ultra-derecha,
como resultan ser los senadores Rand Paul, de Kentucky; y Ted Cruz, de Texas,
ambos destacados miembros del Tea Party, quienes enfatizan que en el caso de la
guerra civil de Siria, el interés nacional de los Estados Unidos no ha sido
afectado, y, por consiguiente, no hay razón alguna para intervenir.
A esta última corriente de
pensamiento, la cual, paradójicamente, viene del sector más conservador
del espectro político norteamericano, se le identifica como de neo-aislacionismo,
ya que volviendo a los orígenes de la formación del Estado norteamericano,
procura que la gran nación del Norte desarrolle una política introspectiva y
disminuya su rol internacional.
Pero, en el fondo de todo este
debate se encuentra el hecho incontrovertible de la amarga experiencia vivida
por los Estados Unidos en las recientes guerras de Afganistán e Iraq, que no
quisiera volver a repetir con una nueva aventura belicista.
Como consecuencia de las
pérdidas humanas en ambos conflictos armados, de la prolongación en el tiempo
de los mismos, de los inmensos gastos ocasionados, de la incapacidad para
imponer el orden y evitar la ocurrencia de continuos actos de terror, en la
opinión pública norteamericana, así como en determinados círculos de poder, se
ha desatado un comprensible rechazo a todo lo que signifique la presencia
norteamericana en nuevas acciones militares.
Por supuesto, hay grupos
tradicionales de poder que no piensan de esa manera. Por el contrario, estiman
que el error cometido por el presidente Obama, en el caso del conflicto armado
en Siria, es no haber actuado con anticipación. Es haber permitido al gobierno
sirio hacer uso de la fuerza contra la población civil, de manera continua, sin
ningún tipo de constreñimiento o restricción.
Esos grupos, naturalmente, no
explican de donde surgen la legalidad y la legitimidad requeridas, fuera del
marco multilateral de las Naciones Unidas, para poder realizar incursiones
militares más allá de sus propias fronteras. Sin embargo, consideran estar imbuidos
de la autoridad necesaria, y, más aún, en base a la doctrina del Destino
Manifiesto, estiman que es obligación moral de los Estados Unidos
defender lo que consignan como "principios éticos de la
humanidad". Democracia, islam y terrorismo
Ahora bien, la búsqueda de
apoyo por parte del gobierno de los Estados Unidos para emprender acciones
militares en Siria, ha tenido lugar en un momento en que el propio gobierno
norteamericano, a través del secretario de Estado, John Kerry, ha intentado reactivar
el diálogo de paz entre Israel y Palestina. Los acontecimientos de Siria, sin
embargo, le quitan visibilidad a ese diálogo, lo relegan a un segundo plano, le
restan importancia y credibilidad, y podrían eventualmente hasta hacerlo
abortar y tornarlo imposible de realizarse durante la actual administración del
presidente Barrack Obama, la cual tantas esperanzas suscitó, desde los
inicios de su primer mandato, en ser el vehículo idóneo para tan noble
como necesario objetivo.
La incapacidad para resolver el
conflicto árabe-israelí deja intacto el problema de incertidumbre y potencial
ingobernabilidad de la casi generalidad de los países del Medio Oriente, ya que
el tema de los refugiados palestinos, la devolución de los territorios
ocupados, la delimitación de fronteras, el acceso al agua potable y la garantía
de seguridad, quedan al mismo nivel que sesenta años atrás.
Pero, de igual manera, la
inminente incursión armada en Siria tiene lugar cuando hace pocas semanas se
produjo, aunque no haya querido llamarse así, un golpe de Estado en Egipto, que
sacó del poder al presidente Mohammed Morsi y a las fuerzas islamistas que le
servían de apoyo, organizadas a través de los Hermanos Musulmanes.
Ese acontecimiento generó una
gran convulsión en el país de las pirámides. Provocó una seria confrontación
entre las fuerzas islámicas y diversos sectores de la sociedad. Desató masivas
protestas, paros y huelgas por todo el territorio nacional, y sólo pudo ser
sofocada cuando las tropas militares dispararon sobre los manifestantes,
produciendo un baño de sangre que dejó centenares de muertos y decenas de miles
de heridos.
Al igual que en Egipto, la
situación en Túnez y Libia continúa siendo inestable e incierta. Esos dos
países, luego de ser arrastrados por la ola de la Primavera Árabe,
suscitando inmenso regocijo y grandes expectativas, en lugar de organizarse
como naciones democráticas, han pasado a ser controladas por organizaciones
musulmanas, y no han podido alcanzar la estabilidad política esperada, la
reactivación del crecimiento económico, la generación de empleos, la
disminución de los conflictos sociales y la unidad nacional.
Por consiguiente, es en un
ambiente de creciente dominio e influencia de las fuerzas islámicas, de
inestabilidad política crónica, de fragmentación, de inseguridad y de
desconfianza, en toda la región de Medio Oriente, que tendrá lugar el ataque
militar a Siria, auspiciado por los Estados Unidos, como retaliación por el
alegado uso de armas químicas en su conflicto interno.
En el caso de Siria la
situación pudiese ser más delicada, pues se sabe que entre los sectores que
combaten al gobierno de Bashar al-Asad, integrados dentro de la Coalición
Nacional Siria, no sólo hay una mayoría de islamistas sunitas, sino también
grupos terroristas, entre los que sobresale al-Qaeda, el más peligroso para el
interés nacional de los Estados Unidos.
Así, de esa manera, podría
suscitarse el contrasentido de que Estados Unidos, en aras de cumplir un ideal
de principios morales, defendiendo la dignidad humana donde ha sido ultrajada
por el uso de armas químicas, al atacar militarmente al gobierno de Asad, esté,
de manera involuntaria, fortaleciendo al grupo terrorista de al-Quaeda, el
responsable de los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono el 11 de septiembre.
No cabe dudas que frente a los
acontecimientos de Siria, se está en presencia de hechos sumamente complejos,
los cuales tienen repercusión de carácter regional y global. Es tal vez
por eso que el presidente Obama, sometido a tantos dilemas y desafíos, haya
decidido no asumir él solo, como representante del Poder Ejecutivo, la decisión
de atacar militarmente a Siria, sino contar con el respaldo, la responsabilidad
y el compromiso del Congreso norteamericano.
Por: Leonel Fernández
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