1 La mañana del 11 de marzo de 2004, como muchos otros españoles, escuchaba las noticias de radio durante el desayuno. Concretamente no escuchaba la cadena pública Radio Nacional, de tendencia más conservadora, sobre todo en aquellos días del último gobierno ultraconservador de José María Aznar, caracterizado por su férreo control político de los medios de comunicación (públicos y privados), sino la Ser, la otra cadena de radio masiva que existe en España, ligada al grupo empresarial que también edita el diario El País y cuyo noticiario mañanero estaba entonces encomendado a uno de los periodistas más prestigiosos del país, Iñaqui Gabilondo, que fue acusado por el gobierno del PP de ser uno de los instigadores de los movimientos de contestación callejera que ocurrieron los días 12 y, sobre todo, 13 de marzo de 2004.
2 Así
pues, me dio tiempo a oír en casa que algo muy grave había pasado en los trenes
de cercanías que llegan a la estación de Atocha (una de las dos grandes
estaciones centrales de Madrid, la más antigua y la que recibe el tráfico
ferroviario tanto de largo recorrido como de cercanías de la mitad sur de
España que se dirige a Madrid), pero aún no capté la dimensión horrorosa de lo
que había ocurrido. Fue en el autobús de camino al trabajo y al llegar a la
céntrica plaza de Cibeles cuando sentí algo raro. La plaza, que normalmente
sirve para regular un tráfico permanentemente denso, aparecía extremadamente vacía
de coches, de gente y (algo extraordinario en Madrid) del fondo de ruido
habitual. En cambio, se oían, lejos y cerca, las sirenas de ambulancias y
coches policiales. Esto es lo que me viene a la cabeza cuando pienso en aquel
día. Yo no vi la catástrofe, ni estuve en el escenario, ni con los heridos,
pero al caminar por Cibeles noté algo así como un eco silencioso, un vacío
sonoro y vibrante de lo que no muy lejos de allí había sucedido
irremediablemente poco antes. Era como si toda la ciudad fuera algo vivo y
mantuviera la respiración en suspenso durante esos momentos de angustia.
3 Dos
antropólogos españoles, especialistas en el estudio del dolor y la violencia,
en un texto escrito poco tiempo después de los atentados del 11 de marzo
(Ferrándiz y Feixa, 2004: 170-71) utilizaban como punto de partida de su reflexión
una reseña de prensa que hablaba de las múltiples lesiones oculares con que los
heridos llegaba a los hospitales: “quemaduras de pólvora en los párpados y en
las pestañas, desprendimientos y hemorragias en la retina, e impacto de cuerpos
extraños en la córnea” (El País, 2 de abril de 2004, p. 17),para señalar que
esas heridas físicas “eran apenas el tejido orgánico rasgado por las escenas
indescriptibles que las víctimas vieron y experimentaron y describían cómo “las
lesiones de los ojos y de la mirada de las víctimas del 11-M se inscribieron
paulatina y traumáticamente en el cuerpo social y político con el paso de las
horas, las imágenes y los teletipos, afectando a todos los testigos del
atentado, los que estuvieron sobre el terreno en alguno de los escenarios de
manera directa – estaciones, hospitales, morgues, etc. – y los que lo
consumieron masivamente a través de los medios de comunicación. Todos, en mayor
o menor medida, vimos – entrevimos – cosas escalofriantes. La tentación de
trivializar los escenarios políticos, fomentar estereotipos simplificadores de
colectivos humanos, cimentar actitudes xenófobas o, sencillamente, disolvernos
de nuevo en un festín consumista sería un destino triste para este trauma
colectivo inscrito en los ojos del 11-M […] Ahora no podemos perder la vista
[…] El titular del artículo aludido anteriormente era “Ojos salvados”, con
referencia a las intervenciones de urgencia llevadas a cabo por el Servicio de Oftalmología
del hospital Gregorio Maranon. Así, por continuar con el símil, parece
imprescindible – urgente – que esta mirada herida por la violencia del 11-M
esquive, en una suerte de oftalmología social preventiva, las tentaciones del
rencor, el odio o el partidismo y se despliegue en forma de clarividencia o
lucidez” democrática (Ferrándiz y Feixa, 2004: 171).por continuar con el símil,
parece imprescindible – urgente – que esta mirada herida por la violencia del
11-M esquive, en una suerte de oftalmología social preventiva, las tentaciones
del rencor, el odio o el partidismo y se despliegue en forma de clarividencia o
lucidez” democrática (Ferrándiz y Feixa, 2004: 171).por continuar con el símil,
parece imprescindible – urgente – que esta mirada herida por la violencia del
11-M esquive, en una suerte de oftalmología social preventiva, las tentaciones
del rencor, el odio o el partidismo y se despliegue en forma de clarividencia o
lucidez” democrática (Ferrándiz y Feixa, 2004: 171).
1
Una de las iniciativas en este sentido es la publicación de una serie de
testimonios sobre el 11 de (...)
4 La
metáfora de los ojos heridos y salvados o regenerados puede servir también para
explicar el punto de partida del trabajo colectivo que ahora presentamos aquí.
En las horas y los días que siguieron a los atentados del 11-M prácticamente
todos los colectivos, empezando por los profesionales que se ocuparon de
rescatar, salvar y ayudar a los heridos y a los familiares y amigos de los que
resultaron muertos, sintieron una obligación perentoria de manifestar una
acción social y externa (veremos más adelante, cómo esta posibilidad de acción
pública y directa tuvo también sus manifestaciones políticas inmediatas) cada
uno desde su propias posibilidades y condiciones para la acción. En nuestro
pequeño departamento de antropólogos del CSIC (el organismo que agrupa la
investigación a nivel estatal en España) las llamadas y correos electrónicos de
colegas y amigos mostrando su preocupación y solidaridad (dada la relativa
cercanía de nuestra sede a la estación de Atocha), los propios debates sobre la
autoría de los atentados y la manipulación informativa del gobierno, puesta en
evidencia por el acceso a los medios independientes circulantes por Internet,
se unieron en los días y semanas siguientes a la necesidad de documentar, en
una especie de etnografía de urgencia, los movimientos y expresiones
espontáneos que se estaban produciendo por toda la ciudad, pero sobre todo en
torno a las estaciones que habían sufrido el ataque, mostrando la solidaridad y
el duelo de los ciudadanos. Como especialistas en las manifestaciones de la
cultura popular y teniendo en cuenta que en buena medida nuestra propia ciudad
era ya antes un ámbito preferente para la observación, consideramos que nuestra
contribución ciudadana podía consistir en poner nuestro conocimiento experto
como antropólogos al servicio de la sociedad, documentando estos hechos. Esta
fue una forma de responder a la pregunta ¿cuál es el papel de los etnólogos, y
de los académicos en general, en tiempo de crisis? (Sánchez-Carretero, 2006:
334)1.
5 Lo
que ocurrió el 11 de marzo de 2004 en Madrid es de sobra conocido. Cuatro
bombas colocadas en cuatro trenes de cercanías de la línea Alcalá-Madrid, que
circulaban con intervalos de cinco minutos entre ellos, hicieron explosión entre
las 7:36 y las 7:39 de la mañana en las estaciones, muy cercanas entre sí, de
Santa Eugenia, El Pozo y Atocha. Las numerosas explosiones destrozaron los
trenes, habitualmente muy concurridos a esa hora temprana de la mañana,
causando 191 muertos y 1900 heridos (a la cifra de fallecidos hay que añadir el
policía de las fuerzas especiales que resultó muerto en el ataque a la casa
donde se había refugiado la célula terrorista después de organizar el
atentado). Las condiciones específicas concretas de este atentado terrorista,
de carácter indiscriminado y ejecutado por un grupo islámico integrista
radical, dependen del tiempo y el espacio en que se cometió. La hora en que se
perpetró y el lugar; una serie de trenes que unen el centro urbano con una
serie de áreas de población trabajadora y clase media baja, sitúan el objetivo
de las bombas. La gente que a esa hora viaja masivamente en esos trenes son
trabajadores, trabajadores de la construcción, limpiadoras, administrativos y
muchos estudiantes (en menor número por la huelga de universitarios convocada
para aquel día), que se desplazan desde sus viviendas, escogidas en el área
periférica en buena medida por su menor precio y su facilidad de comunicación
con Madrid, a sus centros de trabajo, relativamente distantes. En suma, gente
corriente (Sánchez-Carretero, 2006: 336). Los trenes constituyen un objetivo
móvil; un medio de transporte colectivo que transcurre entre dos puntos fijos. La
hora en que se perpetró y el lugar; una serie de trenes que unen el centro urbano
con una serie de áreas de población trabajadora y clase media baja, sitúan el
objetivo de las bombas. La gente que a esa hora viaja masivamente en esos
trenes son trabajadores, trabajadores de la construcción, limpiadoras,
administrativos y muchos estudiantes (en menor número por la huelga de
universitarios convocada para aquel día), que se desplazan desde sus viviendas,
escogidas en el área periférica en buena medida por su menor precio y su
facilidad de comunicación con Madrid, a sus centros de trabajo, relativamente
distantes. En suma, gente corriente (Sánchez-Carretero, 2006: 336). Los trenes
constituyen un objetivo móvil; un medio de transporte colectivo que transcurre
entre dos puntos fijos. La hora en que se perpetró y el lugar; una serie de trenes
que unen el centro urbano con una serie de áreas de población trabajadora y
clase media baja, sitúan el objetivo de las bombas. La gente que a esa hora
viaja masivamente en esos trenes son trabajadores, trabajadores de la
construcción, limpiadoras, administrativos y muchos estudiantes (en menor
número por la huelga de universitarios convocada para aquel día), que se
desplazan desde sus viviendas, escogidas en el área periférica en buena medida
por su menor precio y su facilidad de comunicación con Madrid, a sus centros de
trabajo, relativamente distantes. En suma, gente corriente (Sánchez-Carretero,
2006: 336). Los trenes constituyen un objetivo móvil; un medio de transporte
colectivo que transcurre entre dos puntos fijos. una serie de trenes que unen
el centro urbano con una serie de áreas de población trabajadora y clase media
baja, sitúan el objetivo de las bombas. La gente que a esa hora viaja
masivamente en esos trenes son trabajadores, trabajadores de la construcción,
limpiadoras, administrativos y muchos estudiantes (en menor número por la
huelga de universitarios convocada para aquel día), que se desplazan desde sus
viviendas, escogidas en el área periférica en buena medida por su menor precio
y su facilidad de comunicación con Madrid, a sus centros de trabajo,
relativamente distantes. En suma, gente corriente (Sánchez-Carretero, 2006:
336). Los trenes constituyen un objetivo móvil; un medio de transporte
colectivo que transcurre entre dos puntos fijos. una serie de trenes que unen
el centro urbano con una serie de áreas de población trabajadora y clase media
baja, sitúan el objetivo de las bombas. La gente que a esa hora viaja
masivamente en esos trenes son trabajadores, trabajadores de la construcción,
limpiadoras, administrativos y muchos estudiantes (en menor número por la
huelga de universitarios convocada para aquel día), que se desplazan desde sus
viviendas, escogidas en el área periférica en buena medida por su menor precio
y su facilidad de comunicación con Madrid, a sus centros de trabajo, relativamente
distantes. En suma, gente corriente (Sánchez-Carretero, 2006: 336). Los trenes
constituyen un objetivo móvil; un medio de transporte colectivo que transcurre
entre dos puntos fijos. sitúan el objetivo de las bombas. La gente que a esa
hora viaja masivamente en esos trenes son trabajadores, trabajadores de la
construcción, limpiadoras, administrativos y muchos estudiantes (en menor
número por la huelga de universitarios convocada para aquel día), que se
desplazan desde sus viviendas, escogidas en el área periférica en buena medida
por su menor precio y su facilidad de comunicación con Madrid, a sus centros de
trabajo, relativamente distantes. En suma, gente corriente (Sánchez-Carretero,
2006: 336). Los trenes constituyen un objetivo móvil; un medio de transporte
colectivo que transcurre entre dos puntos fijos. sitúan el objetivo de las
bombas. La gente que a esa hora viaja masivamente en esos trenes son
trabajadores, trabajadores de la construcción, limpiadoras, administrativos y
muchos estudiantes (en menor número por la huelga de universitarios convocada
para aquel día), que se desplazan desde sus viviendas, escogidas en el área
periférica en buena medida por su menor precio y su facilidad de comunicación
con Madrid, a sus centros de trabajo, relativamente distantes. En suma, gente
corriente (Sánchez-Carretero, 2006: 336). Los trenes constituyen un objetivo
móvil; un medio de transporte colectivo que transcurre entre dos puntos fijos administrativos
y muchos estudiantes (en menor número por la huelga de universitarios convocada
para aquel día), que se desplazan desde sus viviendas, escogidas en el área
periférica en buena medida por su menor precio y su facilidad de comunicación
con Madrid, a sus centros de trabajo, relativamente distantes. En suma, gente
corriente (Sánchez-Carretero, 2006: 336). Los trenes constituyen un objetivo
móvil; un medio de transporte colectivo que transcurre entre dos puntos fijos. administrativos
y muchos estudiantes (en menor número por la huelga de universitarios convocada
para aquel día), que se desplazan desde sus viviendas, escogidas en el área
periférica en buena medida por su menor precio y su facilidad de comunicación
con Madrid, a sus centros de trabajo, relativamente distantes. En suma, gente
corriente (Sánchez-Carretero, 2006: 336). Los trenes constituyen un objetivo
móvil; un medio de transporte colectivo que transcurre entre dos puntos fijos. un
medio de transporte colectivo que transcurre entre dos puntos fijos.
6 Los
lugares que los terroristas escogieron para hacer explosionar las bombas
presentan caracteres algo diferentes. Desde el origen de los trenes en Alcalá
de Henares, una villa histórica convertida hoy en una ciudad dormitorio e
industrial por su cercanía a Madrid, el recorrido de media hora de la línea
férrea tiene numerosas paradas. Santa Eugenia es un barrio más bien de clase
media y formado por aluvión poblacional, mientras que El Pozo es un enclave muy
característico de los alrededores madrileños, originado como un poblado
chabolista de inmigrantes nacionales en los años de 1950 y con un activismo
obrero y de oposición a la dictadura de Franco reconocido. La gran cohesión del
movimiento vecinal de El Pozo, que consiguió mediante presión política la
mejora considerable de las condiciones de vida de su hábitat original, es
todavía una de sus señas de identidad e integración comunitaria. La estación de
Atocha, por su parte, es una gran estación ferroviaria que acoge tanto trenes
de largo recorrido, como un tráfico muy denso de líneas de cercanías y metro.
Constituye uno de los lugares emblemáticos de la ciudad histórica y es a la vez
un centro cosmopolita donde se puede apreciar preferentemente la mezcla de
población de diversos orígenes que conforma hoy la ciudad de Madrid; como todas
las grandes estaciones de transporte podría describirse como un no-lugar,
siguiendo la exitosa caracterización de Marc Augè.
7 Desde
el día del ataque, los ciudadanos comenzaron un peregrinaje a estos epicentros
de las explosiones, y a dejar en ellos ofrendas (poemas, fores, cartas,
mensajes, velas, muñecos de peluche, imágenes religiosas…) en recuerdo de las
víctimas. Los altares se extendieron también por otros lugares de la ciudad,
por ejemplo, los centros de trabajo donde había habido personas fallecidas, y
las muestras de duelo se manifestaron tanto en sus monumentos emblemáticos,
como en las tiendas o casas particulares, de Madrid y de toda España. Pero los
ciudadanos no solo tomaron el espacio público para sacralizar de alguna manera
los lugares donde se había centrado el ataque y recordar a los muertos; la
sociedad civil reclamó durante este mismo tiempo de sobrecogimiento al gobierno
y las instancias políticas información, primero, y responsabilidades, después.
Los altares de las estaciones fueron una de las respuestas ciudadanas después
de los ataques, y como ha señalado Cristina Sánchez-Carretero (2006: 334),
pueden ser considerados parte de las acciones que en la esfera política
tuvieron lugar también tras los atentados, a tan solo tres días de la celebración
de elecciones generales en el país. Las manifestaciones que reunieron a unos
once millones de asistentes en todas las ciudades españolas para expresar su
repulsa por el atentado el día 12 de marzo, y la convocatoria a través de los
teléfonos móviles y mensajes de SMS llamando a la resistencia popular y a la
oposición a la versión gubernamental sobre la autoría del atentado por parte de
la banda ETA, mantenida todavía con fines partidistas electorales, cuando las
evidencias del terrorismo islamista eran abrumadoras, el día 13, jornada de reflexión
previa al día de la votación en la que está prohibida toda clase de
manifestación política, conforman una parte de la acción política popular.
8 La
masiva movilización ciudadana ocurrida en España los días 12 y 13 de marzo de
2004 debe ponerse en relación con las anteriores muestras de oposición a la
guerra de Irak, que se enfrentaban a la propaganda gubernamental a favor de la
guerra y a la consecuente manipulación de los medios de información públicos
(Sampedro, 2005). Pero los altares espontáneamente surgidos en las estaciones
constituyen no solo un ámbito de expresión de duelo, dolor y memorialización
por los ausentes, como veremos, sino que también ellos pueden ser vistos como
parte de la estrategia de acción en la arena política. Este aspecto queda claro
en el propio material que conformó los altares espontáneos en Atocha, El Pozo,
Santa Eugenia y Alcalá: allí aparecieron las mismas pancartas (materialmente
las mismas que habían desfilado en las manifestaciones del día 12 en Madrid),
las mismas manos blancas que, desde 1992 venían siendo el símbolo de la
resistencia pacífica y ciudadana en contra del terrorismo etarra, las mismas
frases coreadas de “vosotros ponéis las armas y nosotros los muertos” y la
misma pregunta gritada de “¿Quién ha sido?” aparecían allí escritas en mensajes
anónimos y firmados. Pero además hay otro aspecto de la consideración política
en estos monumentos efímeros levantados en memoria de los muertos injustamente
y es su propia condición de duelo.
9 El
antropólogo español Joan Frigolé (2003: 38-32) ha hecho hincapié en cómo el
Estado introduce la división del duelo como forma de legitimación política. De
manera que propio Estado separa el “duelo” de los que han sido servidores de su
causa, de los que mantiene su recuerdo tras su muerte; mientras que olvida y
desritualiza la muerte de aquellos que considera enemigos o a los que no da
importancia, haciéndolos desaparecer física y socialmente. En la España
franquista, esta división del ritual mortuorio en los dos bandos contendientes
durante la guerra civil solo ahora, y debido de nuevo al surgimiento de
acciones de la sociedad civil, se está superando, a través de la exhumación de
los restos de las personas ajusticiadas por el bando fascista, que a la
ignominia de su asesinato unió la indignidad de su inhumación anónima. Existe,
pues, un sistema de clasificación según el cual: "Los muertos que incumben
al estado se integran en un sistema simbólico ritual, que el estado activa para
crear y recrear un sentido de “comunidad” y producir socialmente ciudadanos
homogéneos y leales” (Frigolé, 2003: 31).
10 Nuestro
proyecto, que pretende recopilar, catalogar y hacer accesible al público un
Archivo del Duelo con las muestras de solidaridad y dolor mostradas por los
ciudadanos tras los ataques terroristas de las estaciones de Madrid, se basa
precisamente en que estas muestras, a pesar de su carácter efímero y
espontáneo, son necesarias para la construcción social de la memoria de estos
hechos trascendentales. Tan necesarias como los rituales oficiales de
memorializacion y recuerdo de los hechos promovidos desde instancias oficiales
reglamentadas institucionalmente. Tan necesarias como lo serán en el futuro los
documentos policiales, judiciales y parlamentarios, las fuentes periodísticas y
los monumentos de piedra. La aparición, como un fenómeno internacional, de
altares improvisados (spontaneous shrines) en el espacio público,
preferentemente en el lugar de los hechos, con motivo de muertes trágicas y
violentas de una persona célebre o, como en nuestro caso, de un colectivo de
personas sin celebridad alguna, ha sido abordado por Jack Santino folklorista
norteamericano especialista en los rituales contemporáneos de ritualización
pública de la muerte, analizando el carácter a la vez conmemorativo y
performativo de este tipo de ritual (Santino, 2006). Es decir, considerando
característicos de ello, tanto el factor de recuerdo y conmemoración
individual, como el componente de intervención social, por ejemplo, llamando la
atención sobre las condiciones sociales y políticas que han causado las muertes
y movilizando a la gente en consecuencia.
11 Así
pues, el proyecto tiene dos objetivos básicos: por una parte, la formación de
un archivo, accesible para usos de investigación y educativos, que pueda ser
utilizado en la construcción de la memoria sobre el atentado que conmocionó a
la sociedad española. Este archivo, compila ejemplos tanto individuales como
colectivos de manifestaciones de duelo, como dibujos, cartas, poemas y otros
objetos (camisetas, banderas, muñecos, etc.) depositados en Atocha y las otras
estaciones en que explotaron las bombas. Se ofrece, así, a la sociedad la
oportunidad de conservar manifestaciones que, por su carácter efímero y
anónimo, están destinadas a desaparecer.
12 Por
otra parte, los investigadores participantes en el proyecto analizarán los
materiales depositados en el Archivo del Duelo dentro de las líneas de
antropología de la violencia, rituales de duelo y religión popular,
manifestaciones expresivas en el espacio público, etc. La concentración en un
mismo acontecimiento de una alta diversidad de expresiones de duelo
(religiones, sectores sociales, edades, países de origen, etc.) permite
disponer de un material extraordinario, cuyo análisis puede ayudar a conocer
con mayor profundidad la expresión contemporánea de los rituales que acompañan
al proceso de duelo y comprender las respuestas expresivas en situaciones de
crisis colectivas. Así, el resultado científico del proyecto podrá ser de
utilidad a múltiples entidades y colectivos (expertos en protección civil,
responsables de bienestar social, educadores, pedagogos, psicólogos, etc.).
13 El
origen del archivo se sitúa en los días después del atentado del 11 de marzo,
cuando nuestro grupo de investigación del departamento de antropología del CSIC
lanzó una llamada de colaboración a colegas, antropólogos, sociólogos,
folkloristas, trabajadores sociales, etc., para recoger material y observaciones
sobre los altares que espontánea y masivamente crecían en las estaciones de
cercanías, así como testimonios orales, mensajes electrónicos, etc. relatando
el atentado y los sentimientos que provocó. Los primeros materiales recogidos
consistieron sobre todo en fotografía y grabaciones de vídeo de muestras de
duelo grabados por varios colaboradores, junto a algunos objetos y mensajes
electrónicos. El proyecto recibió también el material recogido por otras
iniciativas, como la de Madrid In memoriam, un proyecto gestionado por David y
Adán Burgos que recogía en su página web miles de fotografías de autores
profesionales y amateurs realizadas los días siguientes al ataque en Madrid y
otras muchas ciudades de España (htp://www.madridinmemorian.com).
2 Otro
muchos ciberaltares e iniciativas de este estilo se pusieron en marcha. Además
de la ya citada (...)
14 El
ingreso de los materiales en el Archivo se hizo mediante donación de los
autores y siguiendo un protocolo basado en el que se sigue en el Folklife
Center de la Biblioteca del Congreso de Washington (Sánchez-Carretero, 2006:
335). Pasados dos meses desde los atentados, los altares de las estaciones
fueron retirados. La dimensión que habían alcanzado, sobre todo los de Atocha,
el peligro de incendio que suponían las miles de velas continuamente
encendidas, la necesidad de mantener un operativo de limpieza y mantenimiento
(retirada de las flores, secas y las velas agotadas, vallas para impedir el
acceso al público, etc.), junto a la voluntad de que las estaciones recobraran
su ritmo de vida normal, llevaron a la compañía RENFE que gestiona el tráfico
ferroviario en España a retirar los altares espontáneos, que fueron sustituidos
por un “cyberaltar”, denominado espacio de palabras (htp://www.mascercanos.com)
que permitía, y permite desde el vestíbulo de la estación de Atocha escribir
mensajes electrónicos de recuerdo o condolencia por las víctimas en sustitución
de los altares físicos2. Debido a un acuerdo firmado entre RENFE y el CSIC, el
Archivo del Duelo recibió los objetos que fueron retirados por la compañía de
las estaciones y depositó también en el Archivo los más de 50.000 mensajes
recogidos en el primer año de funcionamiento del Espacio de palabras. Así pues,
el inventario de la colección del Archivo del Duelo contiene 2.367 fotografías;
550 objetos; 5.991 papeles; 50 grabaciones de audio y vídeo y 58.732 mensajes
electrónicos.
15 Los
problemas metodológicos y teóricos para la configuración de un Archivo de este
estilo parten de su carácter efímero y, a la vez, de su carácter histórico,
dado que pertenecen a un momento temporal cuya importancia y trascendencia histórica
es innegable, tal como ha sido señalado por Bárbara Kirshenblat-Gimblet que ha reflexionado
sobre los materiales correspondientes al ataque a las torres gemelas de Nueva
York (Kirshenblat-Gimblet, 2003; cf. Sánchez-Carretero, 2006: 335). Otra
cuestión no menos importante es la parcialidad de nuestra colección, ya que,
por un lado, su acotación temporal la limita a las manifestaciones del primer
año posterior a los atentados, y, por otro, su segmentariedad de partida impide
cualquier tipo de reconstrucción del fenómeno del que es muestra con
intenciones de totalidad. Nuestro trabajo comenzó por tratar los objetos y,
sobre todo los papeles que contenían los mensajes de los ciudadanos como bienes
del patrimonio, y, como tales, darles un tratamiento técnico que está en
proceso todavía de catalogación, pero veamos ahora un poco de la forma y el
contenido que conformaron los altares en las estaciones después del ataque del
11 de Marzo en Madrid. Podemos hablar ya de un fenómeno contemporáneo, la
manifestación pública y anónima de rituales de duelo, del que pueden contarse
manifestaciones muy conocidas, como el Muro del Duelo (Muro de luto) después de
la explosión de la ciudad de Oklahoma, las cruces recortadas después de la
matanza de la escuela de secundaria de Columbine, los memoriales por la
tragedia de la hoguera de la Universidad de Texas, las ofrendas forales tras la
muerte de la Princesa Diana de Gales, y los altares surgidos en los lugares
donde se produjeron las explosiones del terrorismo islámico en Nueva York,
Madrid y Londres, pero también las cruces y recordatorios de los sitios de las
carreteras donde han muerto personas en accidentes de tráfico, o las pintadas y
pancartas que recuerdan el lugar donde ha habido alguna víctima de la violencia
urbana. Incluso la mayor parte de estas expresiones han dado lugar a algún tipo
de documentación o colección, estudiada y/o conservada por universidades o
instituciones académicas (cf. Grider, 2001: 6).
16 Los
altares espontáneos, como los lazos de colores o el prendido nocturno de velas,
y otros rituales públicos son definidos por Sylvia Grider, una arqueóloga norteamericana,
que ha trabajado sobre una de las memorializaciones más importantes de los
EE.UU. en la Universidad de Texas, como “Las expresiones más profundas de
nuestra humanidad compartida, que combinan ritual, peregrinación, arte
interpretativo, cultura popular y cultura material tradicional” (Grider, 2001:
1-2). La denominación de spontaneous shrines fue acuñada por Jack Santino en
1992 en un trabajo sobre los lugares de memorialización de las muertes
políticas en Irlanda del Norte (Santino, 1992), para sustituir a la que se
estaba empleando: memoriales provisionales (makeshif memorials). Con la palabra
"espontáneos" se indica la naturaleza no oficial de la manifestación;
nadie, nación, estado, iglesia, ha instigado a nadie a participar en este
ritual; es una actividad popular, en el sentido de que es el folk, el pueblo,
su sujeto activo. Se emplea la palabra “altar” (shrine), porque son lugares de
comunión entre los vivos y los muertos; de peregrinaje, en los que se conmemora
y se memorializa, pero que están abiertos a todo el público (Santino, 2006:
11-12), al contrario que los memoriales monumentales, que están cerrados a la
participación general, están mediados en sus objetivos por algún tipo de
autoridad política o religiosa y se distancian también temporalmente de los
hechos que conmemoran (Young 1993).
17 Mientras
que los memoriales se erigen como monumentos permanentes y se crean pensando en
una audiencia futura, los altares espontáneos son, de por sí, efímeros y
destinados a una audiencia inmediata. Los memoriales son pasivos, mientras que
los altares son extraordinariamente dinámicos (Grider, 2001: 3). Destaca
también la naturaleza política de los altares espontáneos, como testigos
silenciosos de la violencia y el dolor. Aunque, dependiendo de las muertes que
se pretenden conmemorar, los altares pueden tener más a su función
conmemorativa (por ejemplo, las cruces de carretera) que a la de la denuncia
política (por ejemplo, las actuaciones públicas en Irlanda del Norte o de las
Madres de la Plaza de Mayo en Argentina), en todos los casos, se persigue la conmemoración
específica de las víctimas, individualizándolas. Como ha señalado Santino, como
las guerras actúan despersonalizando al enemigo, para poder matar a las
personas, los altares espontáneos actúan en un sentido opuesto, rememorando
cada víctima de la violencia (Santino, 2006: 12). Esto quedó claro en los
rituales de duelo ciudadano después del 11 de marzo, donde los mensajes, los
recordatorios, las fotografías, las cartas dirigidas personalmente, las
dedicatorias, las ofrendas estaban hechas y dirigidas a cada una de las
víctimas, llamadas por sus nombres. Es muy habitual, por ello, el que aparezcan
fotografías de los muertos, en el intento de impedir que se conviertan en una
mera estadística; se insiste en el conocimiento de la gente real; ellos mismos
constituyen declaraciones políticas; son “la voz del pueblo” (Santino, 2006:
13).
18 Los
altares insisten en la presencia de este pueblo ausente, lo que en los
atentados de Madrid era explicitado en el grito repetido esos días de “en ese
vagón íbamos todos” “Todos íbamos en ese tren”. A la vez, de la misma manera
que en el caso del ritual de duelo particular es la familia y los amigos y
allegados los que visitan la tumba, en el caso de los altares espontáneos son
los ciudadanos indiferenciados, pero individualmente personados, los que
conforman la “familia” de las víctimas: las mismas frases de condolencia, de
pésame, de acompañamiento en el dolor que se emiten en los duelos particulares
aparecían en las estaciones escritas en todos los formatos y soportes
imaginables y con todas las letras y formas de expresión posibles. Como ha
señalado Santino (ibíd.), los participantes en estos rituales de duelo
establecen, a través de estas expresiones, relaciones personales con los
ausentes; relaciones que no por ser imaginadas dejan de ser muy reales. La gran
cantidad de fotografías de las víctimas que aparecieron en los altares de las
estaciones y también la actuación en este sentido de los medios de comunicación
que hicieron reportajes biográficos de prácticamente cada una, nos remiten a
esta función del ritual. Pero fue sobre todo en Nueva York, donde los muros con
las fotografías de los desaparecidos en la zona cero, configuraron un auténtico
archivo del dolor (Grider, 2001: 5).
19 Por
otra parte, el que estemos hablando de una forma de expresión espontánea, no
quiere decir que sea improvisada. “Como expresiones puras de sentimiento, los
altares espontáneos son muestras de arte popular no mediado por guías o
restricciones oficiales acerca del lugar donde deben situarse o lo que deben
contener. Aunque en un primer momento pueden parecer caóticos, una mirada más
detenida revela una organización según principios coherentes y generalmente una
apariencia estéticamente satisfactoria (Grider, 2001: 3).
20 El
lugar más común para que se desarrollen altares espontáneos son paredes, muros
verticales de cierto tamaño o verjas, en los que se sitúan los recuerdos y
también en el suelo se comienzan a distribuir las ofrendas; frecuentemente la colocación
de ramos de flores forma un muro vertical, que en el caso de los altares de las
estaciones estaba acompañado por una superficie horizontal plagada de velas
rojas. La gente colocaba sus ofrendas manteniendo el orden y el efecto de lo ya
existente. Una muestra del carácter deliberado de conformar los altares, era
ver como en las distintas estaciones y en los diferentes sitios surgían
pequeños núcleos, repitiendo el esquema de las ofrendas que se iban sucediendo
y yuxtaponiendo (Grider, 2001: 3).
21 Los
objetos o artefactos colocados en los altares nos remiten también a un tipo de
“vocabulario” que se repite en general en esta forma de ritual, aunque también
presenta caracteres propios en cada caso. Las ofrendas básicas consisten en flores,
velas y toda una serie de objetos de cultura material apropiados; por ejemplo,
ositos de peluche y juguetes, sobre todo en el caso de que haya niños entre las
víctimas, imágenes religiosas, fotografías, banderas, camisetas con dedicatorias
escritas, pancartas, dibujos y pinturas y, sobre todo, en nuestro caso, una
enorme variedad de escritos en papel, que configuran una especie de enorme
libro de condolencias de carácter informal (Grider, ibíd.).
22 Los
altares, y los objetos que los conforman nos hablan de la gente, de la
comunidad a que están dedicados y nos dicen mucho también de la gente, de la
comunidad, que los crea. Por ejemplo, en el caso de otros ataques terroristas,
como el del 11 de septiembre en Nueva York, la aparición de símbolos
patrióticos, especialmente banderas americanas, fue una característica
destacable. En los altares de Madrid, también aparecieron banderas españolas,
pero casi en la misma medida (o incluso menor) que otras pertenecientes, tanto
a comunidades autónomas del propio estado (por ejemplo, catalanas), como a
otras naciones; recordando la nacionalidad de origen de muchas de las víctimas.
Muchas veces, las banderas españolas servían además de base o superficie para
pintar o pegar sobre ellas mensajes de tipo político, pero no especialmente
nacionalista. Cristina Sánchez-Carretero, en el primer análisis publicado sobre
el material del Archivo del Duelo ha señalado cómo en relación con los
recuerdos dedicados a y por inmigrantes, aparece con mucha mayor frecuencia que
a España, aunque también las hay: “Estamos con España”, por ejemplo;
referencias a Madrid (“Brasil es Madrileño”, por ejemplo), como ámbito de
convivencia local con el que la población originaria de otros países se auto
identifica en mucha mayor medida (Sánchez-Carretero, 2006: 339-340). Dado que
un tercio de las 192 personas muertas en los trenes eran inmigrantes, los
altares incluyeron mucha variedad de ofrendas para personas de una comunidad
concreta de inmigrantes, como sobre todo, los rumanos y los ecuatorianos,
colectivos ambos con un gran número de personas establecidas en la zona sur de
Madrid. Especialmente relevantes son los mensajes escritos en árabe o
procedentes de musulmanes y los recuerdos dedicados a las víctimas marroquíes o
de religión musulmana de los trenes. La práctica ausencia (con muy pocas
excepciones) de mensajes ni manifestaciones xenófobas o islamófobas remarcables
ni en los días posteriores a los atentados, ni después es también una
característica que ha sido destacada en las muestras de duelo ciudadano
desarrolladas en Madrid.
23 Por
otro lado, las distintas estaciones mostraban también diferencias apreciables
en sus muestras de duelo. Por ejemplo, El Pozo y Santa Eugenia, donde la
cercanía y el conocimiento personal de las víctimas era mayor, por tratarse de
barrios con conciencia comunitaria (de hecho, prácticamente todos los
habitantes de El Pozo tenían a algún familiar, amigo o conocido afectado por el
ataque terrorista), las ofrendas y recuerdos tenían un carácter mucho más
personal: eran mensajes dejados a los fallecidos por sus familias, compañeros o
amigos (Sánchez-Carretero, 2006: 341). Aunque también había estas ofrendas
personalizadas en Atocha, el peregrinaje por los altares de esta estación
acogía a un número mucho mayor de personas, muchas de ellas no residentes en la
ciudad (incluyendo autoridades políticas, equipos deportivos que pasaban por
Madrid para alguna competición, congregaciones religiosas, grupos infantiles,
etc.).
24 Entre
los géneros que aparecen representados en los altares aparecen cartas (algunas
de las que se conservan en el Archivo del Duelo se conservan cerradas, tal como
fueron depositadas), poemas, tanto de autores famosos como de los propios
ciudadanos escritos ex profeso, narrativas de muy diversos tipos, recuerdos y
pésames dirigidos a víctimas precisas y también otros escritos que van
dirigidos a los autores de la masacre, están escritos en muchos idiomas y sobre
los soportes más variados, desde los cotidianos post-its hasta un caso en que una
carta de pésame de una inmigrante marroquí está escrita por el reverso del
papel oficial de petición de regularización de inmigrantes de ella misma.
Muchas veces, tanto en las paredes de las estaciones como en los papeles
depositados en los altares se produce un verdadero diálogo, en que distintos
autores añaden o completan los mensajes dejados primero. Existan muchos textos
mixtos de este tipo, como otros muchos de adolescentes con todas las formas de
un grupo de amigos. Hay también objetos mixtos (mezclando fotografías, con
banderas, trozos de periódicos, etc.), obras de arte y muchos dibujos.
25 Tanto
como los materiales usados, las formas estéticas son muy variadas, pero en
general los recursos expresivos movilizados por los ciudadanos son, por un
lado, lo que tradicionalmente se puede considerar apropiado para transmitir el
sentimiento de dolor compartido, y por otro, aquellos elementos que los medios
de comunicación han contribuido a popularizar y estandarizar a través de su
retransmisión masiva de duelos de este tipo en el caso de personas famosas
(como lo ositos depositados en las verjas de Buckhimhan Palace tras la muerte
de Diana de Gales), junto a otros más propios del caso que nos ocupa como las
famosas manos blancas que se esgrimían en las manifestaciones de repulsa por
los crímenes etarras (Sánchez-Carretero, 2006: 341; Santino, 2006: 10; Grider,
2001: 2).
26 A
pesar de que este fenómeno de manifestar públicamente el duelo en los casos de
las muertes causadas por desastres es relativamente reciente, no podemos dudar
de que se seguirá produciendo en el futuro y seguramente haciéndose también más
c Documentar estas muestras de duelo ciudadano, hacer inventario de sus formas
y contenidos, archivarlas y conservarlas de alguna manera pueden ayudar a
comprender el impacto que en la ciudadanía y en su cultura han tenido hechos
trágicos de la envergadura de los atentados terroristas, pero también pueden,
tal vez, servir para mantener viva la memoria de los que se han ido y
contribuir a la responsabilidad social que tenemos todos en que se mantenga la
memoria del sacrificio de estas víctimas inocentes.
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Bibliografía
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Notas
1
Una de las iniciativas en este sentido es la publicación de una serie de
testimonios sobre el 11 de marzo de profesionales universitarios en la
publicación electrónica Antropólogos Iberoamericanos en Red en octubre de 2004.
2
Otro muchos ciberaltares e iniciativas de este estilo se pusieron en marcha. Además
de la ya citada de Madrid
In
memoriam, pueden citarse: htp://enciendeunavela.wad-net.com.
htp://www.lacabramecanica.com/musica/ silencio/silencio.htm; htp://dreamers.com/noviolencia.
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Referencias
Referencia
bibliográfica
Carmen
Ortiz Garcia, “Memoriales del atentado del 11 de Marzo en Madrid ”, Cadernos de
Estudos Africanos, 15 | 2008, 47-61.
Referencia electrónica
Carmen
Ortiz García, “Memoriales del atentado del 11 de Marzo en Madrid ”, Cadernos de
Estudos Africanos [Online], 15 | 2008, Online since 03 February 2012,
connection on 11 March 2021. URL: http://journals.openedition.org/cea/365; DOI:
https://doi.org/10.4000/cea.365
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Este artículo es citado por
Langue,
Frédérique. (2016) La caricatura política desde un siglo XXI iberoamericano.
Una historia cultural del tiempo presente. Culture & History Digital
Journal, 5. DOI: 10.3989/chdj.2016.020
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Sobre el Autor
Carmen Ortiz García
Consejo
Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Departamento de Antropología.
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