Por The Conversation
Insultar,
según el Diccionario de la Lengua Española, es ofender a alguien provocándolo e
irritándolo con palabras o acciones.
Los insultos son actos de descortesía cuya función es amenazar nuestra imagen, porque buscan humillarnos, atacarnos o agredirnos. Para ello, el hablante decide romper la armonía comunicativa buscando el conflicto que en la comunicación rutinaria tendemos a evitar, y escoge de su repertorio el insulto más adecuado. De acuerdo con el grado de discordia que queramos mostrar, elegiremos formas que en nuestra sociedad y cultura pueden ser más o menos ofensivas.
El
número de insultos consistentes en una sola palabra que podemos usar para
lograr ofender es potencialmente infinito, fruto de la imaginación de los
hablantes, las modas, la influencia de otras lenguas o el contexto geográfico.
Así,
aunque la Real Academia de la Lengua recoge en su Diccionario actual varios
cientos de insultos (merluzo, ceporro, soplapollas, payaso, cenutrio), la
riqueza de la lengua permite crear nuevas palabras mediante composición, y es
ahí donde la población española emerge como gran inventora de ofensas.
Sirva
como ejemplo la predilección por crear insultos partiendo de la palabra cara,
que llega a casos actuales tan curiosos como el célebre caranchoa, pasando por
usos más sutiles como el caso del nombre del gigante Caraculiambro, personaje
creado por Cervantes en El Quijote.
LOS INSULTOS MÁS USADOS
Aunque
todos cumplan su función ofensiva, no todos los insultos tienen el mismo éxito.
¿Cuáles son los insultos más usados por los españoles? Un reciente proyecto de
investigación en el que han participado más de 2 500 personas de todas las
comunidades autónomas de España ha logrado dar respuesta a esta pregunta. El
estudio, liderado por los autores de este artículo, ha contado con la
colaboración de varias universidades españolas más.
A
través de una plataforma sencilla, las personas participantes indicaban primero
algunos detalles sobre su perfil sociodemográfico, y pasaban posteriormente a
escribir los tres insultos de una sola palabra que utilizaban más
frecuentemente. Así, tras revisar casi 8 000 insultos, se ha logrado crear un
mapa del uso de cada uno de ellos, y determinar cuáles son las palabras que más
se usan en España para ofender en función del lugar y la edad de las personas.
POCO IMAGINATIVOS Y CAMBIANTES CON LA EDAD
Por
orden de frecuencia, los insultos gilipollas, imbécil y cabrón/cabrona son los
tres más utilizados por los españoles. Esta tendencia se mantiene en
prácticamente todas las comunidades autónomas, pese a que existen algunas
variaciones en las ofensas que ocupan posiciones de pódium. En el ranking
general de injurias, los siguientes insultos más usados son subnormal,
hijoputa/hijaputa, tonto/tonta, idiota, puto/puta, capullo/capulla y
payaso/payasa, que cierra la lista de los diez insultos más frecuentes.
El
listado de improperios continúa hasta llegar a los 83 insultos, mostrando que,
pese a la gran riqueza léxica del español, a la hora de escoger nuestra ofensa
verbal preferida no dejamos volar nuestra imaginación.
En
cuanto a los cambios de preferencia en función de la edad de los hablantes, el
estudio ha mostrado una mayor preferencia por el uso del insulto gilipollas
entre los más jóvenes que decrece con el paso del tiempo.
La
tendencia inversa se ha encontrado para los insultos cabrón/cabrona e imbécil,
cuya frecuencia de uso aumenta a medida que la gente se hace mayor. En lo que
respecta a la identidad de género, los resultados han mostrado que,
contrariamente a lo que cabría esperar, las palabras preferidas para ofender no
varían notablemente entre hombres y mujeres.
INSULTOS SEXISTAS, HOMÓFOBOS O DISCRIMINATORIOS
Nuestro
estudio pone sobre la mesa un aspecto crucial sobre la cultura del insulto. Las
palabras que usamos como insulto muestran más de que lo dicen, ya que a veces
son radiografías de nuestras creencias y valores. El listado de insultos más
frecuentes en España incluye palabras como puta, zorra, guarra o cerda, que
buscan ofender refiriéndose a aspectos asociados a estereotipos de feminidad.
El
capacitismo también está presente en el listado, y son frecuentes
interpelaciones como subnormal, mongolo o retrasado. Del mismo modo, emplear
como insulto marica o maricón consciente e inconscientemente entraña una valoración
negativa de la condición de homosexual. Así pues, los insultos pueden decir
mucho de nosotros mismos.
LOS INSULTOS Y LOS MEDIOS
La
utilización de un insulto en concreto puede servir como elemento cohesionador e
identificador de una comunidad de hablantes. Esa identidad de grupo puede
establecerse en torno a factores como la edad, la ideología política o a otros
intereses comunes.
Incluso,
en ocasiones, un insulto puede convertirse en una marca personal, parte de la
forma de hablar de una persona en particular que nos lleva a pensar en ella al
escucharlo. Muchos recordarán al periodista deportivo José María García
lanzando calificativos como abrazafarolas o cantamañanas en sus
retransmisiones.
Los
medios de comunicación y la industria del cine tienen un gran poder a la hora
de poner de moda ciertas expresiones ofensivas e insultos, como es el caso de
la palabra hijueputa, insulto omnipresente en la serie Narcos.
No
obstante, los insultos no son siempre un síntoma de descortesía y es aquí donde
cobra una importancia crucial el contexto. En ocasiones, estos pueden usarse
como símbolo de camaradería (¡Pedazo de cabrón!, ¡cuánto tiempo!). La función
no es pues faltar al respeto, sino reforzar la relación.
Aspectos
como la entonación, el gesto facial o el lenguaje corporal son elementos clave
a la hora de decodificar el nivel de agresividad de un insulto. Llamar a
alguien hijoputa con una gran sonrisa puede comunicar alegría, sorpresa e
incluso una felicitación. Puede, a veces. Otras muchas veces no es más que una
afrenta inaceptable. Pero no ofende quien quiere, sino quien puede.
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