La multitud se agolpa
en las escalinatas de la subtesorería de Estados Unidos frente a la Bolsa de
Nueva York el 24 de octubre de 1929, una jornada que quedaría en la historia
como el "jueves negro" (Shutterstock)
Por
Alfredo Serra/Infobae
Los economistas
debaten. Unos afirman que la economía se congelará pero la recuperación será
rápida. Otros, aseguran que la crisis que dejará la pandemia podría ser similar
a la de 1929, cuando las acciones se derrumbaron en Wall Street, las empresas
quebraron y hubo 14 millones de desocupados. Qué pasó hace 91 años cuando todo
colapsó.
Un
día de mediados de octubre de 1929, en la vereda de la todopoderosa Bolsa de
New York, 11 Wall St., y mientras Joe Kennedy, el millonario fundador de la
trágica dinastía, se hacía lustrar los zapatos, Patrick Bologna, su humilde
lustrabotas, le dijo:
–¿Quiere
un consejo? Compre acciones petroleras y de los ferrocarriles. No se
arrepentirá.
Ya
en el corazón de la Bolsa, Kennedy le dijo a un agente amigo:
–Si
cualquiera puede invertir en la Bolsa y un lustrabotas puede predecir el
futuro…, sin duda el mercado está sobrevalorado. Mala señal.
El
jueves 24 –que entraría en la historia como El Jueves Negro– tuvo un preludio
cercano: el viernes 18, poco después de salir a la venta 8 millones de
acciones, su precio bajó algo más de 9 puntos, y el sábado, otros 12.
Sin
embargo, la crisis –la catástrofe– parecía imposible. Mientras una Europa
destrozada por la Primera Guerra Mundial todavía sangraba y padecía hambre, los
Estados Unidos, desde 1920, vivían una época de bonanza pocas veces vista, bajo
las presidencias de Calvin Coolidge y Herbert Hoover. Éste, que al primer
indicio de crisis, declaró oficialmente desde la Casa Blanca: “La ocupación
fundamental del país, es decir, la producción y distribución de mercaderías,
está asentada sobre una base sólida y próspera”.
Sin
embargo, a 362 kilómetros, distancia entre Washington DC y la Bolsa de New
York, esas bases empezaban a temblar.
La policía montada
trata de controlar a la multitud en Wall Street el "jueves negro".
El
historiador norteamericano Frederick Lewis Allen (1890-1954) escribió en su
libro Only Yesterday, brillante crónica de los locos años 20 en su país:
“Parece posible que la causa principal del derrumbe de los precios durante la
primera hora del 24 de octubre no fuese el temor, y tampoco una venta a la
baja. Fue el aflujo al mercado de centenares de miles de acciones retenidas en
nombre de pobres especuladores cuyos márgenes estaban agotados o a punto de
agotarse (…) El gigantesco edificio de los precios estaba taladrado por el
crédito especulativo, y ahora se derrumbaba bajo su propio peso (…) ¿Dónde
estaban los cazadores de negocios brillantes, los trusts de inversiones, los
poderosos banqueros que podían respaldar los precios? Y los precios seguían bajando
y bajando. El rugido de voces que se elevaba desde la sala de la Bolsa…, se
había convertido en un rugido de pánico”.
Nada
menos. Y dos días clave señalados con la palabra “negro”: el jueves 24, y el
peor: el martes 29 de octubre. Récord de caída del precio de las acciones, y
récord de quiebras y pérdidas. La auténtica debacle…
Según
el economista canadiense John Kennet Galbraith (1908-2006) en su famoso libro
El Crack del 29, “ese jueves 24 fue el primer día de terror. Se transfirieron
12.894.650 acciones, muchas de ellas a precios que destrozaron los sueños y
esperanzas de quienes las habían poseído (…) El rasgo más singular de la
catástrofe de 1929 fue que lo peor… empeoraba continuamente. Lo que un día
parecía el fin de la crisis, al siguiente se demostraba que sólo había sido el
comienzo".
Las causas del crack
Las
principales al menos, pueden acotarse a tres. La superproducción agrícola, el
subconsumo industrial disfrazado y mantenido por acción del crédito, y la
especulación bursátil. El primer fenómeno inunda el mercado. Hay más producción
que consumo. Y al bajar las ventas, empiezan los despidos.
Dato
global. En el peor momento del crack, y con coletazos que se prolongaron por
casi una década, perdieron su trabajo… ¡14 de empleados, operarios y labriegos!
La trágica época llamada La Gran Depresión. Que entre otros males hizo florecer
el crimen: los asaltantes de bancos Bonnie Parker y Clyde Barrow, John
Dillinger, la banda de Ma Baker…
Segunda
razón: subconsumo industrial. Durante el auge del consumo y su varita mágica,
el crédito –un Santo Grial de la economía norteamericana–, cualquier familia
aspiraba a un Cadillac El Dorado (o dos: uno para el ama de casa), una vivienda
dotada de todo aparato electrodoméstico inventado y por inventar, y una
educación universitaria para sus hijos. Según los economistas en boga, “la
gente se acostumbró a pedir créditos para comprar mucho más de lo necesario,
pero el Crack del 29 redujo ese maná al mínimo, y ya no hubo camuflaje posible”.
Uno de cada diez
estadounidenses habían invertido su dinero en acciones de empresas industriales
que se desplomaron. La gente se agolpó frente a la bolsa tratando de buscar
alguna explicación.
Tercera
razón. La especulación bursátil, determinada por los grandes financistas de
Wall Street, que alcanzó una cifra colosal: la décima parte de la población
invirtió sus ahorros en acciones de empresas industriales. Fenómeno que aumentó
su valor…, pero tornó más estrepitosa la caída.
Pero
hubo un cuarto factor no menos importante: la Europa castigada por la guerra
redujo al mínimo sus importaciones, y le cerró una gran puerta al poderoso
sello Made In USA…
La bola de nieve
Un
día clave antes de los dos “negros”. El 22 de octubre se frena el alza
desaforado de las acciones, y empiezan a bajar como la marea…, hasta el jueves
de la Gran Catástrofe. Según los cálculos y promedios del New York Times, 25 de
las acciones industriales más fuertes bajaron de 469 a 220 puntos. Según Allen
en su crónica, “El Gran Mercado Alcista estaba muerto. Miles de millones de
dólares de ganancia habían desaparecido. El tendero, el limpiador de ventanas y
la costurera habían perdido su capital. En todas las ciudades había familias
que pasaron repentinamente de la riqueza ostentosa al endeudamiento. Día tras
día, los periódicos publicaban torvos informes de suicidios…”.
La
Prosperidad Coolidge-Hoover no estaba muerta todavía, pero boqueaba. La gran
fiesta de la abundancia había apagado sus fuegos artificiales, devorados por
una inmensa bola de nieve…
Entre el 24 y el 29 de
octubre de 1929, la puerta de la Bolsa de Nueva York fue un hervidero de
operadores y simples inversores que trataban de encontrar alguna explicación para
la súbita desaparición de su dinero.
Pero
bien dicen (los que dicen) que los Estados Unidos tiene el don de las
resurrecciones más rápidas de la historia. En 1933 llegó al poder Franklin
Delano Roosevelt y puso en marcha el New Deal, basado sobre las ideas del
polémico economista John Maynard Keynes, que permitían la intervención del
Estado en situaciones de gran emergencia: lo duramente opuesto al libre juego
del mundo privado y su bastón mayor: el capitalismo.
Las
medidas de ese hombre inagotable, tres veces electo presidente, y atormentado
por la poliomielitis, funcionaron. Impulsó las inversiones, el crédito y el
consumo. Consecuencia: bajó el desempleo. Subsidió a bancos y agricultores.
Aumentó el salario y redujo las horas de trabajo. Exigió diseñar planes de
asistencia sanitaria y un nuevo sistema de jubilaciones y pensiones.
Sin
embargo, la crisis no amenguó sus efectos hasta mediados de 1939. Hasta el
trágico día en que las tropas nazis invadieron Polonia. Primer día de
septiembre. Y último, hasta 1945, de la paz. Casi seis años en que la poderosa
industria norteamericana se puso en marcha a toda vela y vapor para producir
armas, proyectiles, tanques, aviones, bombas.
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