UNA
HISTORIA: ENTRE DICTADORES
Las últimas armas que
recibió Fulgencio Batista para apuntalar su ya tambaleante dictadura le
vinieron de la República Dominicana: fueron aquellas carabinas San Cristóbal
que, en el fragor de la lucha, a veces funcionaban y otras no. El pago de las
mismas estan pendientes.
Es el 31 de diciembre de
1958 y En el cuartel Militar de Columbia , Cuba , espera por Batista una
delegación dominicana. La manda Trujillo para que coordine el envío de tropas
que apuntalarían a un ejército incapaz ya de ganar siquiera una escaramuza
contra los rebeldes. El grupo lo integran el coronel Johnny Abbes García, jefe
de la tenebrosa Inteligencia trujillista y altos oficiales del Ejército y la
Marina. Acompañan a la comitiva un yugoslavo y un chino que vienen a resolver
el problema de las carabinas San Cristóbal que a veces disparaban y otras no.
Batista se negó a recibirlos y los dejó embarcados en Cuba.
Batista llegó a Santo Domingo en la mañana del 1ro de enero. En la base militar donde aterrizó su avión lo esperaba, para darle la bienvenida oficial, Ranfis Trujillo, hijo predilecto del Generalísimo (aunque las malas lenguas decían que era hijo de un cubano) a quien su padre otorgó los grados de coronel cuando tenía tres de edad y lo promovió a general a los nueve. Lo declararon huésped de honor de la República Dominicana y lo alojaron en un palacete, cercano al Palacio Nacional, que se destinaba a visitantes ilustres. Pensó que el Benefactor lo recibiría de inmediato, pero debió esperar más de 48 horas para que le concediera la audiencia. Ese mismo día, 3 de enero, se le acabó la jactancia cuando Trujillo le comunicó que pondría a su disposición 25 mil hombres y los barcos y aviones necesarios para que encabezara una expedición a Cuba. Batista se negó, pero se brindó para promover y costear un atentado contra el jefe de la Revolución Cubana.
Meses después Trujillo lo
llamaba nuevamente a Palacio. En la entrevista anterior había apelado a su
valor y hombría. Ahora apelaba a su bolsillo. Batista tenía una cuenta
pendiente con el Estado dominicano: no había pagado el último envío de armas y
le exigía el saldo de la deuda, ascendente a 90 mil dólares.
Batista respondió que no
se trataba de un asunto personal, sino que aquellas armas eran una deuda del
Estado cubano. Trujillo lo miró con sorna.
-Usted no pretenderá que
yo le cobre a Castro unas armas que se usaron contra él –dijo. Añadió:
Piénselo, general Batista. Yo tengo que cobrar. Son armas del Ejército
dominicano y ese dinero es de la República. Se las envié para ayudarlo…
-Yo no poseo ese dinero.
Apenas tengo para vivir. Soy un hombre pobre…-balbuceó Batista.
El Generalísimo, por
supuesto, no se lo creyó y al día siguiente le envió a su suite del hotel
Jaragua, donde se había instalado después de la primera entrevista, al jefe de
sus ayudantes, un coronel del Ejército que, con respeto y siempre en atención,
le trasmitió saludos del Benefactor y le recordó la deuda. Batista volvió a
esgrimir los mismos argumentos y los reiteró en cada una de las visitas del
militar, visitas que llegaron a hacerse diarias hasta que ocurrió lo
inesperado.
Otro coronel se presentó
en el hotel Jaragua junto con dos soldados y conminó a Batista a seguirlo.
Trujillo quería verlo inmediatamente. Batista accedió. El tono de la voz y la
rudeza de los gestos del coronel y la mirada torva de los dos soldados dejaron
sin alternativa al ex dictador. Al salir, pidió al almirante Rodríguez Calderón
que lo acompañara. El ex jefe de la Marina de Guerra cubana pasaba casi todo el
tiempo junto a Batista desde que su esposa Marta viajara a Nueva York.
Batista y Calderón fueron
“paseados” por Ciudad Trujillo y oscurecía ya cuando el carro en que viajaban
salió de la capital. En definitiva, irían a dar a la cárcel de La 40.
Allí, en celdas separadas,
pasaron la noche y parte del día siguiente y, diría Batista en una carta que
meses después y ya desde Funchal remitió a Rivero Agüero y que firmó con el
seudónimo de Mateo, “me obligaron a barrer mi habitación”.
A La 40 fue a rescatarlo
el jefe de los ayudantes de Trujillo, el que siempre le hablaba con respeto y
en posición de firme. Le pidió disculpas. Le dijo que se trataba de una
extralimitación por no haber concurrido Batista a registrarse como extranjero y
que el Generalísimo estaba apenadísimo. Pero aquel paseíto y la breve estancia
en la cárcel lo ablandaron para siempre y ya en el hotel, bañado y vestido de
limpio, abonó el importe de la deuda. El ex hombre fuerte de Cuba, el otrora
hijo predilecto de Washington, el dictador a quién, en la Conferencia
Panamericana de 1956, el presidente Eisenhower llamó “mi amigo”, había sido
puesto en ridículo para siempre. Días después Trujillo lo convocaba de nuevo.
Quería un millón de dólares para sufragar las actividades anticubanas. Batista
le extendió el cheque sin decir media palabra.
Su futuro en la República
Dominicana era incierto. A finales de junio del 59, el influyente periodista
norteamericano Drew Pearson, muy ligado al Departamento de Estado, escribía en
su columna: “(…) Lo que le sucederá a manos de los ex oficiales de su Ejército
o de Trujillo, queda por ver”.
El 17 de julio un despacho
cablegráfico de la AP informaba que el ex dictador había sido detenido en el
aeropuerto cuando intentaba salir de Ciudad Trujillo a bordo de un avión
privado. El mismo día, otra noticia, fechada en Washington, decía que Batista
acudió al consulado norteamericano de Santo Domingo a fin de pedir la entrada
en Estados Unidos. La información no precisaba si le concederían el permiso.
El gobierno norteamericano
parecía haberlo abandonado a su suerte. La esposa del ex dictador no lograba
hacerse recibir por la señora de Eisenhower y apelaba a ella a través de una
carta pública. Mientras tanto, Gonzalo Güell, ex ministro de Estado cubano,
recorría las cancillerías europeas tratado de que algún país concediera asilo
al dictador. Su abogado neoyorquino ponía el grito en el cielo: la vida del ex
general corría peligro en la República Dominicana.
Al fin, el Departamento de
Estado decidió actuar y pidió a la cancillería brasileña que gestionase el
asilo en Portugal. Antes de abandonar la República Dominicana, Batista debió
entregar otros dos millones de dólares a Trujillo por el permiso de salida.
Corría el mes de octubre de 1959 y una foto lo captó a su llegada al aeropuerto
madrileño de Barajas. Había perdido el pelo en la República Dominicana.
Debe decirse que lo que
costaron a Batista los meses que pasó en el Santo Domingo del Benefactor, es un
asunto no esclarecido del todo y del que se ofrecen cifras diferentes. Dos
hombres muy cercanos al ex mandatario, Orlando Piedra y Roberto Fernández
Miranda, aseguran que lo entregado no pasó del millón de dólares de los tres
que exigió Trujillo, cantidad que evidentemente no incluye el pago de las
carabinas San Cristóbal. Pero en la ya aludida carta a Rivero Agüero y que
firmó como Mateo, Batista se queja de su estancia en la República Dominicana,
donde Trujillo “me robó cuatro millones de dólares y tuve que barrer mi
habitación”.
MISTERIO
CHINO
Rodemos hacia atrás ahora
la máquina del tiempo y repitiendo el comienzo de estas notas:
Es el 31 de diciembre de
1958 y en Columbia espera por Batista una delegación dominicana. La manda
Trujillo para que coordine el envío de tropas que apuntalarían a un ejército
incapaz ya de ganar siquiera una escaramuza contra los rebeldes. El grupo lo
integran el coronel Johnny Abbes García, jefe de la tenebrosa Inteligencia
trujillista y altos oficiales del Ejército y la Marina. Acompañan a la comitiva
un yugoslavo y un chino que vienen a resolver el problema de las carabinas San Cristóbal
que a veces disparaban y otras no. Batista se negó a recibirlos y los dejó
embarcados en Cuba.
Uno de los hombres que
huyo con Batista el primero de Enero de 1959 fue Orlando Piedra. este escribe
en sus memorias que hombres a su mando trataron de encontrar a los agentes
dominicanos enviados por Trujillo, según Piedra, los buscaron por toda La Habana
para sacarlos de la Isla, y no les fue posible dar con ellos, pero que Abbes
García no perdonó lo sucedido y de ahí el trato que dispensó a los batistianos
que arribaron a Santo Domingo. A uno de ellos, el capitán Juan Castellanos del
Buró de Investigaciones, lo mantuvo secuestrado durante un par de días y lo
sometió a torturas con choques eléctricos luego de haberlo mantenido sumergido
en tanques de agua pestilente.
Cómo salieron de Cuba
aquellos trujillistas es algo no aclarado del todo. Se dice solo el chino no
pudo hacerlo y que, apresado, pasó su temporada en una cárcel cubana donde mató
el tiempo enseñando su idioma a otros reclusos. Hay otra versión. A las siete
de la mañana del 1ro de enero, Porfirio Rubirosa, play boy devenido embajador
del Generalísimo en La Habana, tocó a la puerta de un distinguido abogado,
vecino suyo en el reparto Biltmore. Pidió que le consiguiera una avioneta para
sacar de Cuba, con destino a Miami, al coronel Abbes García, al yugoslavo y al
chino. Abbes y el yugoslavo podían entrar en Estados Unidos; no así el otro.
Era, sin embargo, un obstáculo superable y lo consiguieron cuando desde la
avioneta en vuelo arrojaron al chino al Estrecho de la Florida. A Rafael
Leónidas Trujillo, el sátrapa dominicano, Batista sí tuvo que pagarle la suya.
Ese fue uno de sus mayores
contratiempos de Batista en la República Dominicana.
Fuente : tomado de The
cuban history . Com
CiroBianchiRoss/Excerpts/InternetPhotos/TheCubanHistory.com
Batista y Trujillo:
History (1959)/ The Cuban History/ Arnoldo Varona, Editor
Imágenes de Nuestra
Historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario