Tomás
Gómez Bueno.
Después del notorio
activismo desatado por los evangélicos que tuvieron participación directa en el
pasado certamen electoral de mayo 2016, los más apropiado y sensato es hacer
una evaluación crítica del proceso, independientemente de los resultados
electorales, los que a fin de cuenta no se corresponden con las expectativas
creadas.
Es necesario hacer una
evaluación crítica que nos permita como creyentes vernos mejor enfocados de
cara a lo que somos y a la realidad social y política en la que vivimos. Como
evangélicos tenemos que analizar en qué medida la voz profética y pastoral de
la Iglesia perdió autoridad y quedó un tanto maltrecha y opacada.
Entre las lecciones que
debemos aprender está que no basta con ser evangélico, hay tener la idoneidad
apropiada para manejarse en el campo de la política. Fue evidente la
sobrevaloración de algunos hermanos que creyeron que el simple hecho de ser
evangélico o llamarse “evangélico” les conferían una categoría privilegiada
capaz por sí misma concederles la necesaria autoridad para optar a una función
pública.
La participación política
en perspectiva de la fe exige unas competencias y un alto nivel ético que está
más allá de la particular auto percepción de piedad religiosa de la que pueda
presumir el postulante a un cargo público.
Los partidos que decían
contar con el apoyo de los evangélicos no presentaron propuestas políticas
atractivas. Su discurso era muy religioso, con poco impacto sobre las
necesidades reales de la gente.
Algunos líderes entraron
en el juego político sin discernir con su presencia cuales eran las
consecuencias y alcance de su participación. No alzaron una voz profética con
autoridad, pero tampoco hicieron propuestas viables y sabias. Se limitaron a un
activismo envuelto en entusiasmo religioso que no apuntaba políticamente a una
dirección clara y específica. No ofrecieron ninguna respuesta pertinente a la
sociedad dominicana.
Debemos ser consistentes
en los pronunciamientos. Se hicieron muchos pronunciamientos a nombre de los
evangélicos, que en esencia no se correspondían con el pensamiento evangélico
predominante. Hay que implementar efectivos mecanismos de consultas que
permitan definir mejor algunos pronunciamientos que, lejos de representar lo
que realmente pensamos, están muy alejado de la esencia de lo que somos.
El tema de los valores
necesita ser profundamente revaluado. No se trata de un simple slogan para
oponerse a algo. Los valores cristianos están llamando a tener un profundo
impacto sobre la vida en sentido general y hay que verlos en su dimensión
integral. Fue un grave error pretender elaborar un discurso político sobre
valores selectivos con una aplicación personal e individualizada. El marco
opcional de un votante es mucho más amplio y sus aspiraciones son mucho más
diversas, aunque ese votante sea evangélico.
No diferenciar entre
Iglesia y partido les creó confusión a muchos hermanos. Iglesia y partido son
instancias diferentes, y lo más recomendable es guardar la debida distancia
entre ambas. Aunque su imagen esté impresa en una misma moneda, hay que hacer diferencia
entre Dios y César.
En sentido general, la
participación de los evangélicos en esta campaña fue dispersa, desorganizada y
confusa. Hay que organizar la participación evangélica, más que en torno a
partidos con pretensiones confesionales, en torno a candidatos capaces,
competentes y con testimonio cristiano probado, independientemente del partido
en que estén militando.
Sería interesante
convertir el activismo evangélico en una fuerza social propositiva que responda
a las aspiraciones colectivas de los más necesitados y que busque mejorar las
condiciones de vida de todos a través de una gestión pública justa y eficiente.
Debemos evaluar y depurar
con criterio serio a cualquier candidato que quiera o reclame el apoyo de los
evangélicos, o que quiera o pretenda participar en actividades políticas a
nombre de los evangélicos.
Elaborar un documento en
conjunto como resultado de una consulta para definir las líneas generales que
se deben seguir para tener participación política evangélica saludable que no
afecte la misión de la iglesia y que mantenga el respeto pastoral y profético
implícito en nuestro llamado.
Hay que admitir que como
evangélicos, y de acuerdo a las expectativas creadas no nos fue bien en esta
jornada. Lo más sensato es la autocrítica y proponernos un cambio de actitud
que nos permita presentar mejores credenciales en otros torneos. No debemos
olvidar que la misión de la iglesia no es conquistar el poder político, sino
anunciar y promover el Reino de Dios con señales, palabras y hechos que
glorifiquen su nombre.
Finalmente, reitero que la
participación de los evangélicos en política sin un marco de reflexión
teológica que la justifique, dará siempre como resultado este sentimiento
decepcionante que estamos experimentado hoy.
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