Por
José Rafael Sosa
Pocas personas conocen al
detalle la noble madera de la que estaba conformado el carácter y la actitud
como periodista de Radhamés Gómez Pepín. Diversas circunstancias dieron como
resultado la personalidad de este hombre que deja un legado periodístico que
sirve de norte a quienes le suceden en la comunicación.
Anoche, en la Funeraria
Blandino, mientras crecía la cantidad de personas y que llegaban a presentar
sus respetos y a ofrecer condolencias a los familiares, encabezados por su
viuda Cornelia Margarita Torres, las reflexiones sobre las posturas asumidas en
vida, se replanteaban, una y otra vez.
Con el paso del tiempo se
incrementaba la llegada de personas y personalidades de todas las esferas, la
pública y la privada, desde los exponentes del poder ejecutivo hasta los
dirigentes de la izquierda y de los grupos populares, todos
El velatorio, que
continuará hoy martes (para dar tiempo a que lleguen parientes desde el
extranjero), fue un girar en torno a las posturas que asumió en vida.
Radhamés fue el periodista
que se atrevió a publicar con su firma, que Joaquín Balaguer, estaba ciego
cuando el tema de la salud del presidente era tabú intocable, sobre todo, si se
toma en cuenta que lo hizo en los sangrientos doce años de ese mandatario
reformista.
Radhamés fue el periodista
que se atrevió, con los responsables del crimen en el Palacio Nacional,
preguntar en 1964, quienes dieron la orden para que se fusilara a Manolo
Taváres y los guerrilleros que se habían entregado vivos tras las guerillas de
Las Manaclas, en reclamo de vuelta a la constitucionalidad.
Radhamés fue el periodista
capaz de respaldar con su trabajo, para fundar El Nacional, al llamado de
Rafael Molina Morillo.
Radhamés fue el
intermediario para la entrega a la Policía de militantes de izquierda (también
durante los 12 años de Balaguer) que de otra forma habrían caído en
“intercambios de disparos”.
Radhamés, desde su columna
Pulsaciones, se atrevió a desafiar los podores militar, policial y polícos del
poder, por su irrenunciable vocación por la justicia y la institucionalidad.
Radhamés era un enfermo
impenitente con la corrección al escribir y se transformó en una escuela de la
que se aprendía diariamente algo nuevo cada vez a la hora de redactar.
Radhamés no creía ni en la
una y una. Cuando se producían acontecimientos trascendentes, tomaba un
fotógrafo y salía él como reportero, dejando el despacho de ejecutivo. Así lo
hizo, por ejemplo, para la cobertura de la rueda de prensa de los asesinos del
niño Llenas Aybar y en el caso de la muerte de Orlando Martínez, y cuando la
toma del local de la Liga Municipal Dominicana.
¿Cómo
era?
Autodidacta, lector voraz
de libros de comunicación y de literatura, apasionado tanto de la música
clásica como de lo mejor de la música dominicana, sobre todo la vieja y lo más
exquisito de lo actual, desde Juan Luis Guerra hasta el Palito de Coco, y con
un padre periodista que lo enroló en 1958 como redactor (pagado por pulgadas)
en el diario decano del Cibao, La información.
El
boca dura
Su exigencia, casi
militar, para que se ejecutaran sus órdenes de director encaminado a obtener
las mejores crónicas de los hechos que titularía en El Nacional, le otorgaban,
a “prima fase”, la imagen de “ogro”. Pero era solo apariencia.
Si se trasponía esa
postura autoritaria y rotunda, lógica cuando se trata de dirigir a un equipo
conformado por gente variopintas, de diferentes edades y formaciones, estaba un
alma noble, generosa y buena. Sólo quería lo mejor para el periódico.
Las
puertas abiertas
Atento a las necesidades
de su personal, llegando incluso más allá de lo asonsejable, Radhamés, fue de
esos directores que no saben cerrar sus puertas (excepto cuando un visitante lo
solicitaba por la delicadeza de un tema a tratar con un director de un medio escrito
muy importante).
Radhamés Virgilio Gómez
Pepín, era un ser humano y profesional solidario en el fondo de todas las
apariencias de mandato urgente y de exigencias de cumplimiento en lo que pedía,
tal cual lo pedía.
Banco
de todos
Radhamés hubo de tener su
cartera abierta para prestar a quienes desde su personal, se acercaban a su
despacho para plantear una situación de emergencia que necesitaba de ser
enfrentada con un par de miles de pesos. Eso sí había que pagarle su dinero.
Era el confesor de dolencias
y el solucionador financiero de requerimientos urgentes.
Prestaba con prontitud y
generosidad, pero lo prestado era prestado. Que nadie intentara cubearlo.
Pero… los días 15 y 30,
cuando se supone que todo el mundo ha cobrado, levantaba su voz: “Los que me
deben, que honren sus compromisos”, en una lección de responsabilidad inducida
para que cada quien pague lo que le debe.
No eran montos del otro
mundo, porque tampoco era un financista, pero la expresión económica de su
solidaridad, a nadie que lo pidiera le faltó nunca.
El
chiste de las 11
En los anales históricos
del periodismo dominicano, es difícil encontrar un director de un medio que en
la presión del cierre, detenga todos los trabajos para hacer un chiste genial
que hiciera a todos reir a mandíbula batiente.
El momento del cierre de
un periódico escrito es altamente crítico y hay que tener muy buenos nervios
para dar, en esas condiciones, oportunidad al humor.
El sabía que un chiste en esas
circunstancias tenía un efecto de relajamiento, antes de volver a los cánones
del duro trabajo “que para eso les paga muy bien el Señor Pepín”, decía en
referencia a Don José Corripio Estrada, propietario del Grupo de Comunicaciones
Corripio.
Nunca presumía de sus
lecturas, sobre ensayos, historia y poesía. Quienes le conocían y viajaban al
extranjero. sabían que un libro sobre política internacional era lo adecuado
para el regalo de regreso.
Recordaba poemas de amor
con una memoria prodigiosa.
Proclamaba que no era
escritor y que esa condición si le correspondía a un Ernest Hemingway.
Se asombrada de la
cantidad de libros de escaso contenido valioso que se publican en el país.
Sobre su vida se publicó
dos libros biográficos: Legado de un Periodista – Banreservas, 2012- (Domingo
del Pilar&JRSosa) y Pulsaciones, publicado por, Banreservas 2012, editado
por el autor de estas líneas. Pulsaciones fue una columna icónica del
periodismo nacional por su frescura y atrevimiento coloquial para enfocar temas
desde lo cotidiano con sus personajes, hasta los grandes temas de la política
nacional o internacional.
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