Cantó con Cheo Feliciano, Celia Cruz e Ismael Miranda; brilló en
las orquestas más reconocidas del medio, como la de Aníbal López y La Única;
transportó el rock de los Beatles a la Salsa con el Combo V; y ganó hasta cinco
veces el Hit Parade Latino al mejor sonero peruano. Pero hoy, a sus 62 años,
Beto Allison vive en un auto. Hace dos viernes regresó a los escenarios, con su
swing sabroso.
En un Fiat 147 del ’84, de
un rojo veteado por el tiempo, sin espejos, con las llantas bajas, cubierto por cartones, sábanas y toallas, y
acompañado de dos gatos, vive un hombre
semicalvo y barbudo, con un solo diente, que tose cada cinco minutos.
Ese hombre se llama Beto Allison y aquel auto paralizado es su
casa desde hace más de cinco años. Su refugio indefinido. El amparo que le dejó
su vida vivida.
Hasta aquí, frente a la
residencial Risso, a una cuadra del Parque del Bombero, en Lince, vienen a
buscarlo empresarios y directores de orquestas, invadidos por la añoranza, para
asegurar su presencia en alguna tocada.
Carlos Alberto Allison Castro forma parte de una dinastía musical,
afincada en Magdalena. Sexto de siete hermanos, donde los cinco hombres
crecieron entre congas, baterías y timbales. Todos con un don y una cruz,
benditos y malditos.
Mario, el mayor, alcanzó categoría de leyenda en Colombia, con sus
guarachas y boogaloo, fusión de ritmos afrocubanos y el soul ‘gringo’, y murió
de cáncer antes de los 60. ‘Kiko’, percusionista y cantante, fue sorprendido
por un ataque de asma a los 29 años en la variante de Pasamayo y no la contó.
Luis el ‘Chacal’ integró bandas de la Nueva Ola y del rock, entre ellas ‘Los
Golden Boys’, donde incluso actuó con el cómico mexicano ‘Cantinflas'; en la
actualidad apenas ve por el ojo derecho.
Beto, a quien le dicen el ‘Perro’,
no tiene ninguna dolencia aparente. Pero su alma sufre cuando no canta.
Desde hace varios años lo hace muy poco y, encima, en presentaciones ‘caletas’
de escasa promoción.
Ahora cuida carros, junto a ‘Chabela’ y ‘Chavita’, sus dos gatas, desde las 7 de la
noche hasta las primeras horas de la mañana, en la misma cuadra en la que se
encuentra estacionado el suyo. Enfrente de él, en un departamento de cinco
cuartos viven dos de sus cinco hijos. Mixael y Kriss, los menores, de su segundo
compromiso. A cinco cuadras, al final de la avenida Canevaro, vive Yarixa, la
mayor de sus hijas. ¿Qué sucedió? ¿Por
qué diablos fue a parar allí?
El rey del sonero
Un sonero es el grado máximo al que aspira un cantante de salsa.
Aunque la categoría se haya manoseado a través de los años, se trata de mentes
atrevidas e iluminadas que se adueñan de una canción, tiñéndola de poesía y barrio. Ritmo, fraseo y
fantasía sobre una tarima. Sin cálculos
ni memorizaciones. Eyaculación de puro talento.
Para Jorge Eduardo Bancayán, veterano locutor del extinto programa
radial Hit Parade Latino -cuyo premio, bajo el mismo nombre, representó una especie
de los Grammy de la Salsa- Beto Allison pertenece a esa raza en extinción. A
pesar de no tener los años exactos, recuerda que se llevó la categoría a mejor sonero hasta en
cinco ocasiones. “Su estilo me recordaba a Cheo Feliciano y a Rubén Blades por
los tonos graves. Era muy inteligente improvisando”.
El huachano Manuel Paredes, fundador de El Rincón Caliente, otro
desaparecido programa en Radio Libertad, lo define así: “Asume lo que canta.
Ahora mismo lo imagino cantando con los brazos abiertos y dando reiterados
golpes con la planta del pie, como enfatizando en la lírica”.
Beto, quien se inició como baterista de una banda beatlemaniaca,
se ha paseado en casi todas las agrupaciones salseras del medio: Aníbal López y
La Única, la orquesta de Beto Villena, entre otras. Pero fue en la Rebelión
Latina de Raúl ‘Popeye’ Villarán donde empezó a jugar con las letras y las
rimas. ‘Popeye’, sonero chalaco de Chacaritas, radicado en Estados Unidos desde
el 2006, víctima de la droga y, desde hace más de 21 años, pastor
cristiano, se emociona al referirse a su
compañero de andanzas.
“Ese es un perro de larga vida, porque los perros viven 14 años
(ríe). Sé que está durmiendo en un carro, y sé también que se puede levantar”.
Alex Porras, trombonista de
La Sociedad de Barranco, otra agrupación que Beto integró dice esto de él:
“Canta un kilo. Transmite. Es un bravo. Pero trabajar con él también tiene sus
contra. Una vez teníamos que tocar en La Victoria. Me dijo ahorita vengo y
nunca regresó. Tuve que meter floro”.
Laura Mau, sonera chalaca que compartió delantera con el ‘Perro’
en La Original, cuenta una anécdota parecida: “Una vez estábamos en el Latin
Brother de Lince y a Beto le tocaba
cantar Amor de lujo. De un momento a otro se fue y solo dijo: Espérense, ya vuelvo.
Lo encontraron privado en el baño, con la tapa abajo. Tuvimos que echarle agua
y lo pusimos a cantar de nuevo”.
Los tres son reservados y cuidadosos al hablar de Allison. Pero
los hechos deslizan, revelan algo más allá de lo anecdótico.
Un Ratón inolvidable
Son casi las tres de la tarde del viernes 17. Esta noche Beto se
montará otra vez en la tarima, en una discoteca de Lince por el aniversario de
la cebichería de Edith Trillo, amiga suya y salsera neta. La ‘China’, como le
dicen, dice conocerlo “como si lo hubiera parido”.
Hace siete años, luego de regresar de Venezuela, lo encontró
deambulando a las afueras de un pub. “Dudé si era él. Estaba sucio y ‘quemado’. Él era claro pero la vaina -hace
el gesto de aspirar por su nariz- lo negreó”.
Por esos días Beto andaba chupado, con 25 kilos menos, y una barba
talibán. Se había peleado con su familia, y se había largado sin ningún
paradero fijo. Recogía comida de la basura. Y muchos músicos, que “le movían el
culo cuando cantaba”, se hacían los locos, y cruzaban la pista al verlo. La
‘China’ creyó en él. Cree todavía. En su talento y en su humanidad. Por eso lo
ha contratado. Porque está segura de que no le fallará.
Beto bosteza y sale de su cueva. Ha dormido cuatro horas. En la
noche atendió a su hija, quien sufrió una intoxicación. Aunque pareciera todo
lo contrario, Beto es querido por sus hijos. Los menores le llevan agua, ropa y
‘bajada’. Los tres mayores lo visitan semanalmente. “Me han aceptado como soy.
Se han dado cuenta de que no me van a cambiar”.
Acompañado de la ‘China’, en la tarde, irá a una peluquería, en
José Leal, donde un señor arrugado como una pasa, le quitará un par de años, a
navajazos. Se vestirá con el saco que una de sus hijas le regaló el año pasado,
guardado en casa de Mixael y Kriss, y lustrará sus zapatos de charol.
Son las once y media de la noche, y el hombre está listo. Una
orquesta armada por la ‘China’ lo espera. Una capaz de seguir sus revoluciones. La disco comienza a
llenarse de a pocos. Beto da tres palmadas, y arranca con el ‘Cantante’, la
composición de Rubén Blades, inmortalizada en la voz de Héctor Lavoe.
Un incrédulo que está a mi costado lanza el desafío: a ver si es
cierto pues. La voz del ‘Perro’ empieza fría, bajita y apagada, como las
máquinas en desuso. Pienso lo peor. Al cabo de un rato, menos mal, se enciende y fluye. No es la misma voz
ronca, rajada como la de un fanático de
fútbol luego de una final con muchos goles. Es la voz de un artista al que se
la ha devuelto su alma.
Los hijos de Beto dan sorbos de espuma en el primer piso, mientras
la multitud se entrega a la rumba. Pero uno de ellos está inquieto y sube al
segundo piso, que conecta al escenario. Es Donny, el más distinto a él en
carácter, pero el más parecido en musicalidad.
‘El Ratón’, hit de Cheo Feliciano, copa el espacio, embelesa el
lugar. El afamado Macario Nicasio, en pleno trance, le deja las baquetas a
Donny, que demuestra lo heredado, sus raíces, a golpazos, en aros y redobles.
Un tipo de gorrita, al que le baila la camisa y el pantalón, mira la escena
desde el tercer piso, no se aguanta y se lanza. Es Ricardo Allison, el hermano
menor de Beto, con quien armó el Combo V, grupo donde trasformó las canciones de los Beatles a versión Salsa,
en 1989. Coge las baquetas, y hace el show inolvidable en el corazón.
Beto termina con Anacaona. La gente se le pega. Fotos, besos,
apretones. Mi plan es regresar con él a su cueva. “Nos vemos ahí, en dos
horas”, me dice. A las cuatro, con la lluvia furiosa, llegó hasta su carro. No
está. Solo sus gatas ronroneando. Lo ha capturado la noche. Una vez más.
Renzo Gómez
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