Por Luís Felipe Gamarra
La historia de la humanidad se ha construido sobre enormes
obras de infraestructura, desde las pirámides de Egipto hasta el One World
Trade Center de Nueva York, con las que los grandes personajes, desde jerarcas,
dictadores, magnates hasta gobernantes más contemporáneos, han dejado su rastro
imborrable –e irrefutable– del poder o la fortuna que no pudieron llevarse a
sus ataúdes.
En Carolina del Norte, en el condado de Asheville,
escondido en medio de un frondoso bosque de antiguas secuoyas, se encuentra un
inmenso castillo que parece salido de los antiguos relatos de caballeros
medievales. Es conocida como la Mansión Biltmore y representa para Estados
Unidos no sólo el símbolo del imperio que fundó hace más de un siglo el
empresario ferroviario Cornelius Vanderbilt, conocido como “El Comodoro”
(1794-1877), sino el legado de lo que se conoce como la edad de oro de ese
país: aquel período tras la guerra de secesión en el que los capitalistas del
norte expandieron sus fortunas por todo el sur del territorio estadounidense.
La mansión empezó a ser construida en 1889, cuando Estados
Unidos todavía se recuperaba de la Guerra Civil, que treinta años antes había
devastado los campos de Virginia, Kentucky, Missouri y Carolina del Sur, y
sumido en la pobreza a gran parte de la población. Mientras se producía lo que
los historiadores han llamado el Período de Reconstrucción, el nieto de “El
Comodoro”, George Washington Vanderbilt (1862-1914), invirtió los fondos de la
herencia que recibió de su padre, William Henry Vanderbilt (1821-1885), para
construir una imponente edificación de 237 metros de altura,
con 250 habitaciones, 43 baños, 34 dormitorios y 65 chimeneas. Sus más de 11
millones de ladrillos expresaban el poder económico de los Vanderbilt,
transformándose rápidamente en el símbolo del renacer de una nación.
Para llevar a cabo esta construcción, Richard Morris, el
arquitecto que diseñó cada rincón, montó una fábrica de ladrillos, un taller de
carpintería, así como una vía férrea exclusiva de cinco kilómetros para
transportar todos los suministros. Se calcula que, a valores actuales, la casa
podría haber costado 1,5 billones de dólares. El equivalente a construir once
hoteles de treinta pisos.
Historia de un
Vanderbilt
George Washington Vanderbilt edificó su palacio en
Carolina del Norte con el patrimonio que “El Comodoro” levantó desde la
pobreza. Según su primera biografía, publicada en la revista Scientific
American (1853), Cornelius Vanderbilt dejó la escuela a los 11 años para
trabajar con su padre en el servicio de ferris que conectaba Staten Island con
Nueva York. A los 16 años, “El Comodoro” solicitó un préstamo de cien dólares
para adquirir un pequeño velero para transportar mercancías a la Gran Manzana.
Luego pudo adquirir una pequeña flota de barcos a vapor para el traslado de
pasajeros entre Staten Island y Manhattan. En 1812 Vanderbilt ganó un contrato
con el Ejército para transportar pertrechos por el río Hudson hasta los fuertes
del condado de Nueva York, ganándose entonces el apodo de “El Comodoro”, como
se les llama a los capitanes de barco de la Armada. Tras haber trabajado para
otra empresa, Vanderbilt se independizó. Para 1840 tenía alrededor de cien
barcos a vapor surcando los ríos al noreste de Estados Unidos. En 1844, tras
ser elegido miembro del directorio del ferrocarril de Long Island, y, más
tarde, director de la vía que conectaba los condados de Nueva York y Harlem,
Vanderbilt empezó a mirar el negocio de trenes con más interés. Entre 1862 y
1869, compró las compañías de ferrocarriles de Nueva York-Harlem, Nueva
York-New Haven, el río Hudson y el Ferrocarril Central de Nueva York,
consolidando todas las operaciones en lo que se convertiría en la primera Gran
Terminal Central de Trenes, en la calle 43 Oeste de Manhattan, donde hasta la
fecha existe una estatua de “El Comodoro”.
La mansión nunca cerraba, siempre estaba abierta. Los
invitados llegaban a partir de las seis de la tarde y las fiestas eran
interminables.
Los trenes de Vanderbilt surcarían las líneas férreas que
llevaban a Chicago, Illinois, Erie, Pittsburgh, Cleveland, Cincinnati y St.
Louis. Tras fallecer, en 1877, “El Comodoro” dejó una fortuna que se calcula en
65 millones de dólares, el equivalente actual a 75 billones. Si viviera hoy, el
patriarca de los Vanderbilt ocuparía el segundo lugar en la lista “Forbes” de
los hombres más ricos del planeta, sólo por debajo de Bill Gates. “El Comodoro”
fue un genuino superstar de su época, que transformó un pobre muelle de la
bahía de Nueva York en la sede de su imperio: un visionario que construyó las
bases de lo que sería más tarde el american dream.
Heredero con
herederos
George Washington Vanderbilt fue uno de los 37 nietos de
“El Comodoro”. Alejado de los negocios, dedicó su vida a gastar el dinero que
heredó en obras de arte y labores de filantropía. A la muerte del patriarca,
Washington recibió como herencia dos millones, el equivalente a la fecha de 2,3
billones. La mansión que mandó a construir en Biltmore, llamada así por la
combinación de Bildt –la región de Holanda de donde emigró su familia– y More
–que significa “colina” en el inglés antiguo–, representa una radiografía de su
carácter renacentista. Inspirado en los castillos de la campiña francesa, la
casa posee una de las colecciones más preciadas de libros, muebles y especies
botánicas, un homenaje no sólo al lujo, sino también al refinamiento. “La casa
nunca cerraba, siempre estaba abierta. Los invitados llegaban a partir de las
seis de la tarde y las fiestas eran interminables. Los huéspedes tenían que
cambiarse de ropa seis veces al día, cada actividad tenía su propia muda”, nos
dice Amanda Zane, la guía turística de la mansión, mientras nos conduce al
sótano de la mansión, donde existe una enorme piscina de 265 mil litros. La
enorme residencia, que continúa siendo propiedad de la familia Vanderbilt,
abrió nuevamente sus puertas hace apenas cinco años, esta vez para el público
en general.
En la mansión se han filmado al menos 13 películas de
Hollywood, entre ellas “Ricky Ricón” en 1994 con Mackaulay Culkin y “Desde del
jardín” en 1979 con Peter Sellers.
Además de estos detalles, la casa posee como uno de sus
principales atractivos un área de bowling, en la que hay espacio suficiente
para construir otra casa. Para los Vanderbilt, el lujo estuvo presente hasta en
sus áreas de servicio, donde los más de veinticinco sirvientes que alguna vez
trabajaron aquí gozaron de más comodidades que una familia de clase media. La
vivienda tiene tres cocinas: una para los dulces, una para macerar las carnes y
otra, la principal, para preparar los platos con los que se iba a agasajar a
los invitados.
En 2011 se abrió un tour por las habitaciones de Emily
King, el ama de llaves desde 1897 hasta 1914, una propiedad que triplica el
tamaño de los nuevos departamentos que se construyen en la actualidad. El
recorrido comienza con un paseo por el enorme comedor y los jardines de
invierno. La fuente central de la casa deslumbra no sólo por su belleza, sino
por el techo de vidrio que se mandó a traer desde Francia. En el inmenso búnker
que construyó George Washington Vanderbilt reposan tesoros históricos, como un
juego de ajedrez que perteneció a Napoleón Bonaparte. Por todos estos motivos,
en 1964, la mansión fue declarada Monumento Histórico de la Nación.
Personaje de novela
Para construir su personaje de Jay Gatsby, el escritor
Francis Scott Fitzgerald se inspiró en parte en George Washington Vanderbilt,
así como en su casa y sus fiestas. En 1914, su viuda, Edith Vanderbilt, vendió
a precio de remate –cinco dólares el metro cuadrado– 350 kilómetros de la
finca al Gobierno Federal de Estados Unidos, lo que ahora se conoce como el
Pisgah National Forest.
El nombre de esta mujer mereció el homenaje del músico
Paul McCartney, autor de “Mrs Vanderbilt”, canción que forma parte del álbum
“Band On The Run” (1973). La pareja sólo tuvo una hija, Cornelia Vanderbilt
(1900-1976), que se convirtió en la única heredera de lo que se conoce ahora
como Biltmore State, donde opera, además de la casa, uno de los hoteles más
lujosos del estado. Sus hijos, George Henry Vanderbilt Cecil (1925) y William
Amherst Vanderbilt Cecil (1928) integran el directorio de Biltmore Company, que
se encarga de administrar todas las propiedades y empresas que se ubican dentro
de las cuarenta mil hectáreas que aún conserva la familia.
Recorrer la casa parece un viaje al esplendor de los años
dorados de los Estados Unidos, pero sobre todo es un desafío a la resistencia
física: el recorrido total toma, en el mejor de los casos, doce horas, y hay
que subir por lo menos cien escalones durante la ruta. En suma, es una mirada
íntima al legado que dejaron los hombres que construyeron este país, así como a
los lujos de los herederos que se encargaron de dilapidar sus fortunas.
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