UN CRIMEN EN EL OLVIDO
HA SIDO EL GRAN
DISCRIMINADO DE LOS MÁRTIRES DEL PERIODISMO
César Medina
Especial para LISTÍN
DIARIO
Al cumplirse hoy 40 años del asesinato del periodista
Gregorio García Castro, quedan aún muchas preguntas en el aire sobre un crimen
que consternó y llenó de estupor a la sociedad dominicana, aunque todo el mundo
sabe que fue ordenado desde las más altas instancias policiales en medio de las
diferencias irreconciliables de los dos grupos hegemónicos de las Fuerzas
Armadas.
En su libro “Memorias de un Cortesano...”, Balaguer se
empeña en dejar claro que desde la instancia política de su gobierno no se
ordenó el crimen, e implícitamente lo atribuye a la pugnacidad militar entre
los grupos que encabezaban los generales Neit Nivar Seijas y Enrique Pérez y
Pérez.
En estos últimos 40 años también se ha hablado de una
instancia política reformista, paralela al balaguerismo, que pudo haber
alentado el asesinato, pero nadie jamás ha presentado evidencias creíbles.
Incluso, hay quienes conjeturan que el asesinato de Goyito pudo haber tenido
origen en un comentario de televisión suyo en relación a intimidades de una
prestante familia militar.
Gregorio García Castro era un agudo periodista que
multiplicaba el tiempo para trabajar en la radio, la televisión y la prensa
escrita, era jefe de Redacción del vespertino Última Hora desde su fundación y
escribía una de las columnas más leídas del diarismo nacional: “En un tris...”.
Su asesinato se produjo un día como hoy, hace justamente
40 años, y las investigaciones del crimen concluyeron culpando a tres miembros
del Servicio Secreto de la Policía --un teniente y dos cabos-- que fueron
juzgados y condenados. Pero la autoría intelectual jamás fue identificada,
apresada y llevada a juicio.
A Goyito se le atribuía una amistad íntima que nunca
existió con el general Neit Nivar Seijas --fallecido hace 30 años-- y este
hombre era enemigo a rabiar del también poderoso militar Enrique Pérez y Pérez.
Balaguer fomentó esa enemistad entre ellos para evitar que una eventual unidad
de propósitos cuartelarios derrocara su gobierno. Eran los tiempos de las asonadas
militares en América Latina.
Neit y Pérez fomentaron el grupismo en el cuartel, y
Balaguer los alternaba indistintamente en los principales puestos de mandos
militares y políticos.
Era lógico entonces que fuera de los cuarteles militares
esos grupos trataran de agenciarse poder político y que lo hicieran creando
estructuras de prensa que sirvieran a sus propósitos. Ahí entraban entonces los
periodistas que para la época lideraban la opinión pública. Pérez y Pérez
siempre creyó que Goyito respondía a los intereses de Nivar Seijas, lo cual era
incierto.
Para entonces, el jefe de la Policía era el general José
Ernesto Cruz Brea, un oficial académico de porte fascista identificado con los
intereses de Pérez y Pérez, que alentó su designación en el cargo. El asesinato
de Gregorio provocó su destitución, y fue relevado por el general Rafael
Guillermo Guzmán Acosta, un firme militar proveniente del Ejército, que se
consideraba imparcial entre los dos grupos beligerantes de las Fuerzas Armadas.
Guzmán Acosta, hoy dedicado a la producción agroindustrial, es el padre del
general Rafael Guillermo Guzmán Fermín, el anterior jefe de Policía.
La investigación de una comisión de alto nivel designada
por el propio Balaguer para pesquisar el crimen, concluyó en que los ejecutores
del asesinato de Goyito fueron el teniente Juan María Arias Sánchez y los cabos
Milton de la Cruz Lemus y José Rafael Pérez Pereyra. Arias Sánchez murió de
muerte natural en la cárcel de La Victoria, donde estaba por otro crimen. Se le
atribuyó la ejecución de Amín Abel Hasbún en presencia de Myrna Santos, su
esposa embarazada, después de ser apresado en su casa y esposado. Participó
también en numerosos crímenes políticos de la época... Esa era su especialidad.
Vestía de civil cuando mató a Goyito, pero tras el crimen
se puso su uniforme de oficial y volvió al escenario a “investigar” el hecho.
En algunas de las fotos que se tomaron aquella noche aparece Arias Sánchez
uniformado observando el cadáver entre numerosos de sus compañeros.
Hay dos interrogantes, entre otras tantas que jamás fueron
respondidas ni por la Policía ni por la Justicia, al menos públicamente: ¿Quién
le ordenó cometer el crimen? ¿Estaba en el libreto que los asesinos se
uniformaran y volvieran al sitio después de matar a Goyito?
Por el asesinato de Gregorio García Castro no respondió
jamás ningún oficial de alto rango. Quien era jefe Policía ese día perdió el
puesto, pero nunca se le implicó en el crimen. Años después, en un gobierno del
PRD, el general José Ernesto Cruz Brea llegó a la jefatura del Ejército. Hoy
goza de un tranquilo retiro en el seno de su familia.
Una injusticia
mayúscula
Durante los 40 años que se cumplen hoy de su asesinato
aleve, Gregorio García Castro ha sido el gran discriminado entre los mártires
de la libertad de prensa... Son pocos quienes defienden su memoria, y los
“paladines nacionales” de la libertad de prensa, prefieren morderse la lengua
para no admitir su grandeza, su talento, su generosidad y desprendimiento, su
compañerismo...
Da rabia aceptar que la prensa apandillada de nuestro país
lo ha relegado a un segundo plano entre los mártires del periodismo. Para ella,
Goyito no tiene los méritos que atribuyen a otras víctimas de la libertad de
prensa de ese mismo tramo de nuestra historia, talvez porque no pertenecía a
ningún grupo izquierdista.
Fuera de Enrique, el hijo más pequeño de su matrimonio con
Daisy Frómeta, Gregorio García Castro ha tenido muy poca gente que le escriba.
Durante estos 40 años, a Enrique lo hemos dejado solo reclamando la reapertura
del caso sobre el asesinato de su padre bajo el convencimiento de que existen
complicidades impunes en el crimen, ocurrido el 28 de marzo de 1973 en la calle
Mercedes casi esquina 19 de Marzo, a una cuadra del vespertino Última Hora, del
que era jefe de Redacción.
A pesar de que no militaba en ningún grupo izquierdista,
Gregorio fue solidario como pocos con los jóvenes revolucionarios perseguidos
por los órganos represivos del Estado. Con todos tenía muy buena relación y su
generosidad con las viudas de los líderes revolucionarios asesinados, con las
mujeres y con los hijos de los presos políticos y con los perseguidos, es asunto de antología.
A diario tenía que meter la mano en el bolsillo para
resolver problemas primarios a los perseguidos políticos y sus familiares.
Nadie como él expresó tanta solidaridad con ellos como Gregorio García Castro,
en tiempos en que resultaba peligroso tratarse con los izquierdistas y sus
familiares.
Justo dos años después del asesinato de Goyito, similar
suerte corrió el periodista Orlando Martínez, asesinado por un grupo de
militares y policías el 17 de marzo de 1975.
Pero el caso de Orlando ha recibido la merecida atención
de la prensa nacional y en su honor han sido designadas calles en la capital y
en casi todos los pueblos del interior, independientemente de que la presión
pública hizo posible que sus asesinos fueran apresados y condenados por la
Justicia más de 20 años después del crimen. Eso no ocurrió en el caso de
Gregorio García Castro.
Orlando era director de la revista Ahora y dirigente del
Partido Comunista Dominicano al momento de su asesinato, perpetrado en la calle
José Contreras, próximo a la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Gregorio
García Castro no pertenecía a ningún partido, ni de izquierda ni de derecha ni
del centro. Era política e ideológicamente independiente, como recomiendan los
manuales académicos del buen periodismo....
SABÍA QUE LO
MATARÍAN
Otras preguntas no despejadas 40 años después son las
siguientes: ¿Qué motivó ese día el retraso de Gregorio en su mesa de trabajo
más allá de lo acostumbrado? ¿Por qué salió de la Redacción del periódico como
si anduviera apresurado, dejando sus llaves de escritorio, de su casa y otras
pertenencias personales que usualmente siempre portaba?
Aquella primanoche todos habíamos concluido la jornada
vespertina del periódico, y como de costumbre permanecimos haciendo bromas en
la Redacción mientras Goyito tecleaba presuroso su columna del día siguiente,
algo acostumbrado en él... En la Redacción estábamos Guarionex Rosa, Aníbal de
Castro y José González, el editor deportivo. Y en su oficina, separada por una
pared, el director Virgilio Alcántara, que despachaba para composición el
material avanzado esa tarde para la edición del día siguiente.
Augusto Obando, periodista colombiano, entonces corrector
de estilo del Listín, llegó como solía hacerlo después de terminar su jornada
laboral e hizo lo de siempre: invitar a una cerveza en el restaurante de unos
griegos, ubicado en la calle El Conde con 19 de Marzo, a una cuadra del
periódico. Las oficinas ejecutivas, de publicidad y redacción de Última Hora
funcionaban entonces en los dos primeros pisos de un pequeño edificio del
apartamento de la 19 de Marzo con 16 de Agosto, en el frente lateral izquierdo
del viejo edificio del Listín.
Mientras Gregorio terminaba su faena del día, algunos
acompañamos a Obando al restaurante de los griegos Koranzopoulos. Habría pasado
talvez media hora cuando se escucharon las primeras detonaciones de disparos.
Nos pusimos en alerta, sin pensar siquiera que la tragedia había tocado nuestra
puerta, pero teníamos consciencia del peligro que todos corríamos en una época
donde ejercer el periodismo que hacíamos estaba lleno de riesgos.
Salimos casi inmediatamente de regreso al periódico, y en
el camino vimos a los compañeros del Listín que corrían hacia la calle
Mercedes. El fotógrafo Napoleón Alburquerque, que iba en el tropel, nos
vociferó: ¡Corran, que mataron a Goyito...! Obando y yo no creíamos aquello
hasta que vimos su cadáver... Estaba tendido en la calle Mercedes, boca abajo,
con el cuerpo de la cintura hacia arriba sobre la acera y las dos rodillas en
la cuneta, sus espejuelos a muy corta distancia... Sangraba profusamente de la
cabeza, por la boca, por la nariz... No había dudas, era Gregorio García
Castro, el más brillante y famoso periodista de ese momento. Lo habían
asesinado salvajemente.
Me lancé llorando desesperado sobre su cadáver y no
recuer-do el tiempo que estuve allí... Don Rafael Herrera me sujetó fuerte por
los brazos y me separó del cadáver hablándome con autoridad:... ¡César, Carajo,
tenemos que sobreponernos a esto... Es eso lo que ellos quieren, vernos
derrotados! ¡Levántate, escri-be, denuncia esta barbaridad...!
Al levantarme vi a numerosos oficiales de la Policía, ya
se había aglomerado allí una gran cantidad de personas... Y no pude
contenerme... Grité ¡asesinos, asesinos...!, a los oficiales allí presentes...
¡Ustedes lo asesinaron, cobardes...!
Para entonces, a mis 23 años, yo era un joven delgado de
unas 140 libras .
Los policías me levantaron en vilo, pero yo no dejaba de gritarles ¡asesinos, asesinos...! Me llevaron al
hospital Padre Billini donde los médicos atendieron mi estado de histeria...
Poco después llevaban a ese mismo sitio, pero a la morgue, el cadáver de
nuestro querido compañero.
De allí volvimos todos al periódico, a escribir la
historia, amanecimos escribiendo, llorando, lamentando.... Me tocó a mí
redactar la noticia de portada del día después. Jamás olvidaré aquel primer
párrafo: “... Goyito sabía que lo iban a asesinar.... Anoche, poco antes de ser
abatido por sus asesinos, lo confesó a sus compañeros...”
Y así fue, Goyito jamás ignoró que el crimen le
alcanzaría... Siempre tuvo conciencia de su jerarquía e influencia social...
¡Balaguer también la tuvo...!
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