La estructura científica tiene que esforzarse para que el país prospere, para que las decisiones cuenten con la mejor información y las disposiciones sean fruto de la mayor sustentación científica, sostiene Ismael Clark Arxer, durante más de una década al frente de la Academia de Ciencias de Cuba.
Fuente. juventudrebelde
Este hombre de sangre inglesa y catalana nos recuerda que la humildad es un acto de poder: Ismael Clark Arxer (La Habana, 1944), presidente de la Academia de Ciencias de Cuba desde 1996, es poderoso por sabio, a tal punto que nos ha embelesado con verdades insondables. «La ciencia —nos dijo— avanzó durante siglos, simplificó los procesos reales, y tomó los ejemplos más sencillos para deducir explicaciones generales. Pero los procesos sencillos, esos estrictamente simples, en la realidad no existen».
El ser humano, de por sí, es un mundo infinito de complejidades, y dondequiera que esté «dos más dos no será cuatro». Así nos provocó Clark. Nos llevó al umbral de la abstracción más fina para hacernos comprender que la ciencia en sí no es una vara mágica para solucionar problemas: hay que hacerla, pero también implementarla de modo eficiente y sostenible, a través de una mirada integradora que inspire a hombres e instituciones.
Nuestro entrevistado se despidió tres veces de este equipo de reporteros. Nos acompañó hasta muy cerca de la gran puerta de salida del Capitolio habanero. Fueron placenteras las tres horas de diálogo con este caballero moderno, graduado como Doctor en Medicina en la Universidad de La Habana en 1967, quien fuera miembro del Comité Ejecutivo del Panel Interacademias para Asuntos Internacionales (el cual agrupa a más de 90 academias de ciencias en el mundo), Miembro de Honor de la Sociedad Cubana de Epidemiología, y galardonado con la Legión de Honor de México en 2004.
—¿Hasta dónde llegan, según su memoria, las raíces de su vocación?
—Mi tatarabuelo paterno era un inglés que vino y se casó con una cubana en Guanabacoa para vivir en Regla. Él tenía unos almacenes cerca del puerto, y unos terrenos aledaños a la zona de Camarioca. El caso es que la familia prosperó, no mucho, pero se fue haciendo de intelectuales en la segunda generación. Mi abuelo Ismael fue profesor emérito de la Universidad de La Habana, y uno de sus hermanos, José Andrés Clark, habiendo sido coronel del Ejército Libertador, fue el primer alcalde del municipio de Regla.
«Tengo en mi memoria brochazos, imágenes que tal vez expliquen mi vocación. Mi abuelo Ismael fue uno de los coautores del Tesoro de la juventud, enciclopedia para niños y jóvenes, publicada con éxito en países de América Latina durante la primera década del siglo XX. Él era un buen pedagogo. Así me lo contaron profesionales que habían sido sus alumnos. Lo recordaban por su capacidad para comunicarse y transmitir sus conocimientos. Mis visitas a su casa eran todos los fines de semana, y a veces hasta más seguidamente.
«Mi abuelo era para mí una gran figura. Fui su primer nieto. Estaba él más viejito de lo que yo hubiera querido, porque me hubiese gustado que dispusiera de más tiempo para enseñarme cosas. Fue en su casa donde aprendí, jugando, fenómenos como la dispersión de la luz.
«Cuando alcancé cierta edad pedí a mi familia un juego de ensayos químicos. En casa el nivel de vida era de clase media deprimida; no había mucho dinero, pero como yo era hijo único y me portaba bien, mi padre, el pobre, trataba de satisfacerme en todo lo posible.
«Tuve otro juguete que me duró años: un tren eléctrico. Se convirtió para mí en un verdadero hobby, porque con él aprendí incluso sobre electricidad.
«Otra persona que tuvo una influencia clarísima en mi modo de pensar y en hacerme ver que la ciencia es uno de los campos más hermosos en los cuales puede adentrarse un ser humano, fue Ernesto Ledón Ramos. Me impartió clases durante dos años en el bachillerato. Era un profesor de Química eminente y autor de libros de texto que han sido de mucha utilidad en Cuba y América Latina.
«Años después tuve la suerte de volver a tenerlo como profesor de posgrado, en la materia de Química General, en el Centro de Investigaciones Científicas (CENIC). Allí ese pedagogo especial de la Química tenía su cátedra; y fue donde adquirí mi especialidad en Bioquímica Clínica».
—¿Para usted cuáles han sido los grandes descubrimientos del ser humano?
—Hace un rato ustedes mencionaban el fuego, el cual nos permitió sobrevivir. Francamente no me aventuraría a mencionar dos o tres descubrimientos, pero podemos remontarnos, por ejemplo, a los primeros herbolarios, esos que se dedicaron a pensar qué sucedía cuando un animal o una persona masticaba un fruto o ingería una infusión.
«Fue así que a través de la observación, del empirismo, tuvo sus orígenes la ciencia descriptiva natural. Creo que ese es uno de los más hermosos momentos de los descubrimientos de la humanidad.
«Y hay otros grandes, como el nacimiento del telescopio. Con él arribamos a la certeza de que somos un pedazo insignificante en un universo infinito. Pienso que cada momento del conocimiento ha ido sumando matices. La historia, de cierta forma, se repite cíclicamente; y cada ciclo aporta algo cualitativamente nuevo. Lo lamentable, lo aberrante como resultado de las relaciones clasistas de la sociedad humana, es la apropiación, de forma privada, de todo ese legado de conocimientos.
«La privatización del saber, como si todo lo que antecedió a un descubrimiento no fuera legado de la humanidad, es una de las mayores desgracias de la civilización. Y no es algo que ocurra porque la gente sea mala, sino porque la disposición general de los sistemas sociales condiciona tales actitudes».
—¿Cómo lograr, crecientemente, que todo el capital humano, todo el conocimiento que atesora Cuba, se convierta en mayores beneficios para la sociedad?
—Los indicadores de mortalidad infantil por cada mil nacidos vivos que Cuba ostenta son resultado del uso de la ciencia en una organización social justa. Otro ejemplo: que aquí un meteorólogo nos advierta con 72 horas de antelación sobre un evento de riesgo, es también una aplicación directa de la ciencia.
«Entiendo la interrogante. Pero la ciencia a veces se ve, y otras no. Es natural la tendencia a dar por hecho lo que se tiene, y a subrayar lo ausente. Ustedes posiblemente estén pensando en otros campos de la vida social y económica. Pudiera hablar sobre ello, pero no quiero pecar de sabiondo. Prefiero ofrecer una mirada desde la Academia de Ciencias.
«La Academia trabaja sobre todo con la conciencia, con la disposición, el prestigio y la autoridad de las personas. Me refiero no solo a los académicos, sino también al mundo de las sociedades científicas, y a sus directivos. Trabajamos con ellos en el sentido de hacerles ver que, independientemente de cualquier predilección, debemos hacer un esfuerzo razonable por plantearnos lo posible; y tener la vista puesta en los problemas del país; tratar de mover la vista y la gestión personal en el sentido de procurar algún tipo de solución para resolver nuestros desafíos.
«Cada etapa crea nuevos desafíos. El desarrollo de la salud al que estamos llegando nosotros, por ejemplo, plantea nuevos horizontes. Los problemas pasan ahora por combatir enfermedades crónicas no transmisibles. El desarrollo ha hecho que cambien las reglas del juego, y hay que lanzarse entonces a la prevención, al diagnóstico precoz, a la difusión de estilos de vida que prevengan la enfermedad, pues otros caminos se vuelven complicados tecnológicamente, muy caros e insostenibles.
«Hay que propiciar el compromiso por estar atentos a esas necesidades. No quiere decir que alguien sea por sí solo decisivo; entre todos los investigadores podemos contribuir a que se aborden de mejor manera los problemas del país. Es un trabajo de muchos, pues la ciencia no se hace sola: hay que aplicarla, y eso es otra ciencia.
«Yo diría que la idea permanente es la ciencia como un objetivo de compromiso social, de compromiso con el destino del país, con sus realidades y propósitos».
—Hace unos días conversábamos con un científico cubano acerca del peligro que hay en formar científicos incultos. ¿Cuál es su opinión al respecto?
—Estaban hablando de los científicos que dicen sentirse por encima de la política, de la tendencia según la cual la ciencia no tiene patria.
«Es verdad que la ciencia no tiene fronteras. Pero la otra parte de la verdad es que quienes la practican son seres humanos; y esos sí tienen patria, porque pertenecen a contextos sociales, escogen un sentido de la vida —sea el del compromiso o el de la indiferencia—; es este un gran problema, motivo de disputas en el mundo científico actual.
«La tendencia posmodernista implantada por el capitalismo irresponsable del siglo XXI, es no prestar atención a cómo se utilizan los resultados de tu trabajo. Ante tal peligro hay intentos de respuestas éticas de la comunidad científica internacional.
«Si trabajas en un laboratorio que produce componentes para bombas, eres tan responsable del uso de estas como quien ordena detonarlas. La ingenuidad tiene límites, y la responsabilidad se impone».
—Decía Martí que gobernar es prever. Quisiéramos nos comentara sobre la utilidad de las Ciencias Sociales como herramienta de diagnóstico y de alerta para quienes deben tomar decisiones.
—Las Ciencias Sociales surgieron vinculadas a la necesidad de estabilizar o preservar sistemas de poder u organizaciones sociales determinadas. Tienen un contenido clasista; no son químicamente puras, ni neutras.
«Organizar, diseñar y ejecutar bien las investigaciones sociales, y aprovechar sus resultados, es una conducta inteligente y culta. Yo confío en la capacidad de la dirección social de nuestro país para servirse de esas herramientas.
«Sé que ha habido avances importantes en la comunicación entre los investigadores de cualquier tema en el ámbito social y humanístico, y las autoridades en diferentes niveles. Ese es un camino infinito y perfectible. Y es alentador darse cuenta de que en Cuba esa relación se da mucho mejor que en la mayoría de las sociedades contemporáneas. Tengo esa convicción».
—Hay una gama de logros científico-técnicos que demuestran la valía de nuestros investigadores. Muchas de esas propuestas son premiadas por la Academia, pero más de una se «engavetan»…
—Una de ustedes me comentó por teléfono sobre ciertos resultados «engavetados», y yo con cierta ironía, pero con total sinceridad, respondí: «Habría que preguntarle al de la “gaveta”, porque no siempre una “gaveta” con logros científicos es obra de la mala voluntad del dueño del buró». Estamos hablando de un terreno muy complejo; no estamos viendo unos animados de los buenos y los malos, o de los conscientes y los inconscientes, o de los justos y los nefastos.
«Ya dije que la aplicación de la ciencia es una ciencia en sí misma. Y los procesos actuales de uso del conocimiento, los procesos innovativos, tienen sus reglas. En primer lugar son procesos económicos, que transcurren en un escenario concreto. No son etéreos. Un proceso productivo lleva insumos, gastos, inversión de capital. Y si no están garantizadas las condiciones, se podrá tener entre manos el mejor conocimiento, y no poderlo utilizar.
«El quid está en avanzar cada vez más en establecer cadenas productivas sólidas, donde el mejor conocimiento se vuelque en procesos reales y económicamente sustentables.
«Las deficiencias atienden muchas veces a la incultura, o a la falta de conciencia, o porque nuestras reglas económicas no han hecho eficaz el camino de acudir a la ciencia para resolver problemas.
«Dicho de otro modo: si uno se acostumbra a convivir con la irrentabilidad, no hace falta ciencia alguna. Ahora, si por ser irrentable corres el peligro de que te cierren la empresa, entonces tu actitud psicológica será otra, y descubrirás que hay pedazos de conocimientos y de ciencias aplicables que pueden resolver problemas, algo que en todos los casos llevará recursos, organización y exigencia; que no solo depende del acuerdo de un consejo de dirección, sino que es la instalación de todo un proceso de innovación, el cual debemos aprender a hacer mejor que como hasta ahora.
«Y en esto tiene su parte el científico: a veces él piensa que al publicar los resultados de una investigación dio un paso extraordinario. Pero eso no es suficiente para que un empresario haga cosa alguna. Las ideas tienen que expresarse en una carta tecnológica, en un estudio económico que diga cuánto dinero hace falta para implantar algo, qué tiempo demora en recuperarse el dinero que prestó el banco…
«Ustedes me dirán que el científico no tiene por qué responsabilizarse con todo eso. Es verdad: no tiene que llegar a barrer el piso de la fábrica donde sean aplicados sus resultados, pero debe estar consciente de que es parte de un engranaje, y debe esforzarse porque esa cadena funcione mejor. El resultado final, cuando es positivo, lo retroalimenta a él mismo, le devuelve recursos, alientos, posibilidades de desarrollo. Y cuando digo científico también estoy diciendo centros de investigación.
«La ciencia debe nutrirse, económicamente hablando, de la prosperidad del país. Es una relación dialéctica. La ciencia tiene que esforzarse para que el país sea próspero, para que las decisiones que se tomen —sean a corto o largo plazo— cuenten antes con la mejor información disponible, con el mayor fundamento; para que las disposiciones no sean actos de arbitrariedad o antojo de alguien, sino fruto de la mayor sustentación científica, a pesar de que la ciencia no es exacta y de que dos y dos no son cuatro en términos sociales o económicos».
—¿Cómo salir adelante en medio de la obsolescencia industrial que tantas veces nos frustra, porque impide lograr ciclos técnico-productivos cerrados?
—La respuesta pasa por no empeorar ningún problema de los que hoy tenemos. Si usted tiene una planta obsoleta y lo que hace es echarla a andar a toda costa y a todo costo, haciendo cualquier daño ambiental, no está resolviendo ningún problema sino, muy probablemente, creando otros.
«De lo que se trata es de aplicar el conocimiento. Probablemente haya soluciones para echar a andar una planta paralizada bajo condiciones tecnológicas que no sean tan agresivas al medio ambiente como lo fueron en otros momentos. Lo cierto es que hay que vivir afectando lo menos posible al mundo que nos rodea. No es que podamos conservarlo intacto, porque significaría dejar de existir como especie. Pero debemos tener conciencia de la magnitud que tiene para el entorno cada paso emprendido en pos del desarrollo».
—¿Qué es lo que más desvela a Ismael Clark de la Cuba de estos tiempos?
—La posibilidad de perder las conquistas históricas alcanzadas por este pueblo en los últimos 50 años.
«Hay que trabajar con mucha responsabilidad para contribuir en todo lo posible a evitar la festinación y la improvisación. El país tiene la suerte de que puede tomar decisiones meditadas, fundamentadas; no tiene necesidad de improvisar. No quiero decir que se esté improvisando, pero los procesos sociales son muy complicados y resulta clave, tanto el esfuerzo de quienes deciden, como el de quienes ejecutan las decisiones; tanto el esfuerzo de quienes asesoran, como el de quienes escuchan el asesoramiento».
—Hacer nuestro socialismo es caminar por un sendero inédito, nunca antes transitado. El reto es inmenso…
—Pienso que sí. Porque no existe un socialismo de fórmula única para todas las condiciones geográficas, sociales e históricas. Hay una concepción socialista que creo es la básica y sobre la cual debemos trabajar creativamente.
—Y todo ese esfuerzo en un planeta al cual, según dicen, no le queda mucho tiempo…
—Pienso que se corre un gran riesgo de perder la civilización humana. No sé si eso es pesimismo u optimismo. Dicen que un pesimista es un optimista bien informado. Esa es una expresión que circula entre los científicos.
«No es que la humanidad no sepa lo que hay que hacer. Es que la fiera que el ser humano lleva adentro impide muchas veces que la razón actúe. La única explicación de los desastres que estamos viendo es el egoísmo. No creo que el egoísmo sea resultado evolutivo de la especie humana, como sí lo son el altruismo y la capacidad de entrega y de servir. Las fuerzas atávicas del egoísmo son tan grandes que pueden poner todo en peligro.
«Creo que hay que luchar. Declararse optimista sin saber que hay que luchar, y mucho, me parece un acto irresponsable».
—En mayo pasado la Academia de Cuba cumplió 150 años. ¿Cuántas riquezas entraña la institución para todos nosotros?
—En general los cubanos conocen sobre la historia de la Academia, y de las ciencias, mucho menos de lo que deberían conocer para disfrutarlas más y enorgullecerse de estas. Tenemos razones para, sin vanidad, sentirnos orgullosos de nuestros precursores científicos y de nuestros esfuerzos, que son de más de dos siglos. En esas raíces, en haber creado la primera Academia de Ciencias fuera de Europa, en 1861, tenemos buena parte del fundamento de nuestras esperanzas.
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