El escándalo de la pobreza sigue generando indignación, pues la pobreza es inaceptable, ya que el lujo que disfrutan unos pocos se convierte en un insulto a la miseria de las grandes masas. Esta pobreza es tan enorme que nos preguntamos cómo consigue vivir esta gente y podemos afirmar que sin la indignación ética no hay nadie que se motive a introducir algún cambio.
No podemos ni debemos aceptar el mundo tal y como esta. Hay que seguir por lo menos denunciando las injusticias, la tragedia mundial del hambre, el sistema que favorece a pequeños grupos, la situación de corrupción, el sistema de mentiras que nos quieren imponer, el sistema político basado en una falsa representación, una religión al servicio del sistema.
Es preciso comprometerse con los pobres en contra de la injusticia social que da origen a la pobreza como fenómeno colectivo, de lo contrario permitiremos que todo este proceso de descomposición avance y cuando nos demos cuenta o intentemos hacer algo ya será demasiado tarde, estamos a tiempo para trabajar por la construcción de un mundo mejor y con mejores condiciones de vida.
El desastre social es hoy de tales proporciones que hace inoperante cualquier esfuerzo o iniciativa que venga a dar, a ofrecer una luz en medio de tantas tinieblas.
Hay que hacer un gran esfuerzo para llegar a conocer y vencer las causas que siguen produciendo y perpetuando la existencia de los pobres.
Hay que proyectar y fortalecer una sociedad establecida sobre la real participación de todos y todas, con un nivel cada vez mayor de fraternidad y de reducción de los conflictos, hay que seguir cuestionando el dualismos entre pobre-rico.
Es aquí donde brota la estrategia liberadora. El discurso y las acciones deben ir hoy por la dirección de que los pobres deben levantarse, que deben descubrir su dignidad, que deben unirse, que deben potenciar su nivel de concientizaciòn y que deben iniciar el camino de su liberación.
Debemos potenciar las relaciones no de dominación, sino de colaboración y participación.
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