NUEVA YORK. Rickey Henderson sabía lo que se esperaba de él cada vez que bateaba. Y Jim Rice también.
“De alguna forma iba a pegarle a la pelota para embasarme con el fin de robar esa base”, dijo Henderson. “Si me robaba esa base, había tenido un buen día. Mi orgullo y alegría eran cruzar el plato”.
Por su parte, Rice dijo: “Créanme, no me pagaban para recibir bases por bolas. Me pagaban para intentar hacerle algún daño (al equipo contrario)”.
Los dos peloteros —Henderson, el arquetípico primer bate con una sonrisa contagiosa, y Rice, el consumado bateador de poder con una mirada de hielo— infligieron más daño a sus rivales de lo que se esperaba de ellos, y serán debidamente reconocidos mañana domingo por los considerables logros en sus carreras cuando sean admitidos al Salón de
ERA UN BALÍN EN LAS BASES
Miembro de nueve equipos durante su carrera de 25 años, Ricky logró más que la mayoría de los peloteros. Tiene el récord histórico de más bases robadas en una temporada (130) y en su carrera (1.406), de anotaciones (2.295) y de abrir un partido con un jonrón (81).
Henderson fue seleccionado por los Atléticos de Oakland en la cuarta ronda del draft de 1976. Tras destacarse en las ligas menores durante tres temporadas, debutó con Oakland en las Grandes Ligas a fines de junio de 1979.
RICE, UN JONRONERO NATURAL
Por su parte, batear cuadrangulares era algo natural para Rice, que jugó toda su carrera con los Medias Rojas de Boston. Desempeñándose en una época en que las cifras ofensivas eran pálidas en comparación con las de las últimas dos décadas —la así llamada era de los esteroides—, Rice bateó para.298 con 382 vuelacercas y 1.451 carreras producidas de
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