Por Francis Frias
La desinformación, entendida como la difusión intencionada de información falsa o engañosa con fines políticos, puede beneficiar a un político de varias maneras, aunque a menudo a costa del debate público informado y la salud democrática.
Los objetivos
de la desinformación principalmente son ataques y desacreditación.
Erosionar la
Confianza Pública, donde el objetivo es dañar la imagen, la credibilidad o la
reputación de opositores, periodistas, o instituciones. Si la gente desconfía
de la fuente, es más fácil que rechace los hechos verificados que provienen de
ella.
Se utiliza también
para desviar la atención, generando controversias muy sensacionalistas, que
distraiga al público de problemas reales de gestión, escándalos o políticas
impopulares.
La desinformación
polariza y desestabiliza lo Social y además fomenta la división. La
desinformación a menudo apunta a las fracturas sociales existentes colocamos en
este caso las ideologías políticas, para exacerbar un conflicto. El objetivo es
polarizar a la sociedad, dificultando el consenso y la gobernabilidad.
También es utilizada
para debilitar la cohesión social, tratando de sembrar que la gente desconfíe
no solo de las instituciones, sino también de sus vecinos y conciudadanos, lo
que debilita el tejido social y la resiliencia democrática.
Una desinformación
dirigida bombardeando con múltiples versiones de la supuesta "verdad"
puede llegar a la conclusión de que es imposible saber qué es cierto, lo que
lleva a la frustración y la pasividad política.
De igual
manera la desinformación la utilizan para manipular la opinión pública Crear comentarios
desfavorables para el político, incluso si no se basa en hechos.
El creador de
la falsa información siempre trata de reforzar los prejuicios y creencias
existentes de sus seguidores, haciendo que el contenido falso parezca más
verosímil para su audiencia.
Una de las características
del desinformador es desacreditar a oponentes.
Erosionar la
confianza en los rivales políticos, difundiendo rumores o distorsionando.
Otra es, que
el desinformador trata de deslegitimar para que las críticas o los hechos
verificados contra el político sean percibidos como ataques sesgados.
La
desinformación es una táctica que busca moldear percepciones, reforzar la
lealtad de la base y dañar al adversario, permitiendo al político o actor
promotor legitimar agendas que de otra forma podrían ser difíciles de asumir
socialmente.
Las
informaciones falsas generan múltiples efectos negativos tanto a nivel
individual como social. En primer lugar, distorsionan la comprensión de la
realidad, lo que lleva a tomar decisiones basadas en datos incorrectos. Este
impacto se agrava cuando las falsedades circulan en ámbitos sensibles, como la
política, la salud pública o la seguridad, donde pueden influir en
comportamientos colectivos y generar riesgos reales.
Además, la
difusión de información falsa erosiona la confianza en las instituciones, en
los medios de comunicación y en los procesos democráticos. Cuando las personas
no pueden distinguir entre contenidos verificados y engañosos, aumenta la
percepción de caos informativo y se debilita la capacidad de deliberar de
manera racional. Esto también fomenta la polarización, ya que los individuos
tienden a encerrarse en burbujas informativas que refuerzan creencias previas,
aunque sean incorrectas.
Loreto
Corredoira y Isabel Serrano Maíllo en su libro: ´´Democracia y desinformación:
nuevas formas de polarización, discursos de odio y campañas en redes´´, destacan
que la desinformación no solo es un problema de “noticias falsas”, sino que
está vinculada a discursos de odio y a la polarización social.
Mencionan el
uso de tecnología digital (redes sociales, algoritmos, IA) para amplificar
estos fenómenos: la desinformación puede estar relacionada con estructuras de
negocio de plataformas, lo que dificulta su control.
También
plantean que la desinformación es una amenaza para la veracidad y la ética en
la esfera pública: la desinformación socava la “verdad” como valor democrático,
y por eso proponen que debe haber mecanismos para fortalecer el periodismo de
calidad.
Por último,
las informaciones falsas pueden perjudicar reputaciones, manipular opiniones y
provocar conflictos sociales que afectan la cohesión comunitaria. En conjunto,
la evidencia académica muestra que la falsedad informativa no es un fenómeno
inocuo, sino un desafío con profundas implicaciones para la convivencia y la
salud democrática.
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