Mister Teen Continents RD 2022 presenta como propuesta el traje nacional titulado “CAONABO”.
Este traje está inspirado en este gran cacique de Maguana; específicamente de la Región Cibao de la República Dominicana.
Cacique conocido por su gallardía y ferocidad; en el mismo muestra la reina Atabeira o reina luna que simboliza la fertilidad y el nacimiento, es parte de los Cemies o Dioses que adoraban los Tainos.
¿Quién fue el cacique Caonabo?
Caonabó (también escrito Caonabo):
“Señor de la Casa de Oro”. Algunos historiadores lo consideran “El Primer
Libertador Americano”.
Caribe de origen, jefe del cacicazgo de Maguana en la isla Quisqueya (“La
Española”), opuso tenaz resistencia a los europeos que traía Colón.
Su origen caribe, tribu que se caracterizaba por su ferocidad en los
combates, hacía que fuera temido por los otros caciques de la isla. Su esposa
era Anacaona, hermana de Behechio cacique de Jaraguá.
La sede de su cacicazgo estaba en el lugar denominado Corral de los Indios,
en Juan de Herrera, de San Juan de la Maguana. Abarcaba, aproximadamente las
provincias de Elías Piña, San Juan, Azua, San José de Ocoa, Peravia, y San
Cristóbal, además, las zonas montañosas de las provincias de Santiago, La Vega
y Monseñor Nouel, en la República Dominicana.
En diciembre de 1492 cerca de donde hoy está la ciudad de Cabo Haitiano,
sin oposición de los nativos, Colón procedió a la construcción de un fuerte,
empleando maderas de la Santa María, que había encallado en la costa: el
“Fuerte de la Navidad”. Como guarnición de la fortaleza designó Colón a 39
hombres a cargo del escribano real Diego de Arana.
Tan pronto el Almirante izó las velas, se entregaron a todos los excesos.
Merodearon por los alrededores del fuerte, apoderándose de las cosas de los
indios, y hasta maltrataron a sus mujeres.
Antes de lanzarse a la lucha, según relata Fernández de Oviedo, Caonabó y
otros caciques tomaron algunas precauciones: “Los Señores de la isla antes que
se moviesen a su rebelión quisieron experimentar y salir de la duda si eran o
no mortales (…) Los indios tomaron a un cristiano y ahogándole y después que
estuvo muerto decíanle: levántate y le tuvieron así tres días, hasta que olió
mal. Y después que se certificaron que eran mortales, tomaron atrevimiento e
confianza para su rebelión , e pusieron obra en matar cristianos e alzarse“.
Caonabó tomó el “Fuerte de la Navidad” por asalto y dio muerte a todos sus
ocupantes, sin que pudiera evitarlo Guacanagarí (cacique de Marién), que
mantenía relaciones amistosas con los españoles.
En noviembre de 1493, Colón de regreso, encuentra un mensaje de Caonabó:
restos de dos cadáveres, uno con una soga al cuello y otro amarrado a un
tronco.
Sorprendido por el mensaje que le llevaban esos restos de cadáveres, Colón
hizo registrar el lugar. Al día siguiente sus hombres dieron con otros dos.
Colón interrogó a los nativos y escuchó por primera vez un nombre que iba a
preocuparlo por algún tiempo: Caonabó.
En 1494, Colón decide fundar la primera ciudad española del Nuevo Mundo,
hacia el este de donde había estado el Fuerte de la Navidad, el la
desembocadura del río hoy llamado Bajabonico. Allí fue establecida la
“Isabela”, en homenaje a la reina española.
Esta biografía fue tomada de “El Primer Libertador Americano” trabajo de
Juan Bosch historiador y político dominicano (1909-2001). Otras fuentes indican
que Caonabó fue apresado por Alonso de Ojeda antes de la Batalla de la Vega
Real, asumiendo su cargo su hermano Manicatex, incluso que su apresamiento
había desencadenado el conflicto. Batalla de la Vega Real. 27 de marzo de 1495.
Levantamiento de los cacicazgos de Maguana, Magua, Higüey y Jaragua
sofocado por las fuerzas españolas dirigidas por Cristóbal y Bartolomé Colon
con ayuda de los guerreros de Guancanagarí del cacicazgo de Marién, en la Vega
Real (muy cerca de la actual ciudad de Santiago de los Caballeros). Los
europeos utilizaron caballos y perros que aterrorizaron a los indígenas. Tras
la batalla, todos los caciques de La Española se sometieron al poder español.
“La gran batalla que tuvo el
almirante con el Rey Guarionex y cien mil indios en la Vega Real”. tomada de la
portada de la Primera Década de “Historia General de los hechos de los
castellanos en las Islas y tierra firme del mar Océano” de Antonio de Herrera y
Tordesillas.
Desde la Isabela, se despacharon columnas hacia el interior, y carabelas
para recorrer las costas. Sobre las columnas se cernía la sombra de Caonabó.
Todos esperaban el ataque del implacable señor indio. Impresionado también,
como cualquiera de los suyos, Colón pensaba en Caonabó y cavilaba cómo
inutilizarlo. El día 9 de abril de 1494 escribió, en el pliego de instrucciones
que entregó a Mosén Pedro Margarit -encargado de conducir una de las columnas
que iba al interior- estos párrafos significativos: “Desto de Cahonaboa, mucho
querría que con buena diligencia se toviese tal manera que lo pudiésemos haber
en nuestro poder”. Inmediatamente pasaba a explicar que era necesario crear
confianza en el cacique, para, llegado el momento, abusar de esa confianza
echándole mano. Ordenaba que se le enviase con diez hombres un regalo “y que él
nos envíe del oro, haciéndole memoria como estáis vos ahí y que os vais
holgando por esa tierra con mucha gente, y que tenemos infinita gente y que
cada día verná mucha más, y que siempre yo le enviaré de las cosas que trairán
de Castilla, y tratallo así de palabra fasta que tengáis amistad con el, para
podelle mejor haber”.
Después de la Batalla de la Vega Real y tras haber fundado algunos fuertes
para guarnecer la ruta, Colón se retiró a la Isabela sin haber logrado su
propósito principal, el apresamiento de Caonabó. Como un fantasma, Caonabó,
cuyo espíritu parecía animar todas las rebeliones, seguía siendo un ser
terrible y desconocido, casi una imponente leyenda, inencontrable,
inaprensible, con su amenazador prestigio creciendo cada vez más.
Cuando levantaron el Fuerte de Santo Tomás, Alonso de Ojeda fue nombrado
Comandante del mismo. Caonabó enteróse de que los soldados blancos habían
dejado en la fortaleza una guarnición muy menguada y decidió intentar repetir
lo del Fuerte de Navidad….Una noche, al frente de varios miles de guerreros,
Caonabó avanzó forzadamente hacia el fortín. Pensaba tomarlo por sorpresa, a su
estilo, pero los escasos 50 hombres de Ojeda obedecieron a una rígida
disciplina militar, y el primer ataque indio quedó frenado por los fuegos de
algunos arcabuces y un falconete. El ruido y las llamas hacían más daño que los
propios proyectiles. Los muertos no fueron muchos, pero los indios huyeron
despavoridos y en masa. Caonabó, viendo esto, determinó sitiar la fortaleza, y
este asedio duró todo un mes, durante el cual los españoles realizaron diversas
salidas en busca de alimentos, aunque para ello tenían que luchar para
salvaguardar sus propias vidas. Los combates, eran casi continuos hasta que
Caonabó regresó a Maguana.
Colón, sabía que mientras viviera Caonabó su dominio de la isla sería
insuficiente, porque los españoles no dejarían de temerle y los indios no se
sentirían desamparados en tanto supieran que él podía aparecer un día para
acabar con los invasores, como lo hizo la primera vez. Estudiando a sus
capitanes decidió poner su apresamiento en manos de Ojeda.
Recién llegado a la Española, Ojeda comprendió que los indígenas tenían un
lado flaco: su falta de doblez. Eran hombres tan respetuosos de sus promesas y
tan rectos al proceder, que se presentaban como enemigos al que consideraban su
enemigo y que no podían admitir que quien se introducía como amigo fuera otra
cosa. Alonso de Ojeda fue capaz de estafar la buena fe de Caonabó: Con una
sonrisa en la boca lo invitó a subir a su caballo. Caonabó subió, pero cuando
hubo montado, le colocó unas esposas diciéndole que era una ofrenda de los reyes
de Castilla. El cacique pronto comprobó que se había transformado en un
prisionero de guerra.
Durante el regreso a La Isabela, los españoles, conduciendo al cacique del
Caribe, tuvieron que esquivar a las indómitas tribus de los poblados por los
que pasaban y, cuando se terciaba, cruzaban al galope, lanza en ristre,
blandiendo la espada. En las enormes selvas, tenían que abrirse camino por
entre las zonas pantanosas, evitando las traicioneras arenas movedizas, y
evitando las espantosas hordas de mosquitos casi invisibles que se cebaban
contra la milicia.
Finalmente, sucios, sudorosos, y hasta algunos febriles, arribaron los
hijos de Iberia a las calles de la primera ciudad hispánica de la América.
Cristóbal Colón, poco dado a alabar los éxitos de sus subordinados, lanzó
exclamaciones de asombro sin ningún disimulo cuando se enteró de las proezas de
Alonso de Ojeda. Se regocijaba de tener tan de cerca a un caudillo tan astuto y
feroz.
Caonabó contempló desdeñosamente al Almirante y, a sus preguntas, respondió
con un altivo silencio, y a sus amenazas con sonrisas de desdén. Mantuvo su
tipo fiero hasta las últimas consecuencias. Luego, se jactó de haber degollado
a los defensores del Fuerte Navidad, declarando aquello de : “a no ser por el
astuto jefe blanco, yo habría exterminado a todos los blancos de La Isabela “.
La indignación del cacique por la celada de que había sido víctima fue
indescriptible. Le encerraron y pasaron por su celda todos los españoles,
deseosos de contemplar a aquel cuyo solo nombre les infundía espanto. Entonces
pudieron apreciar el temple de Caonabó. Orgulloso y sensible como un rey
cautivo, jamás se dignaba volver los ojos a los curiosos ni respondía a
preguntas. Ni una queja salía de su boca. A pesar de que recibió órdenes
expresas de ponerse en pie cuando el Almirante entrara en su celda, nunca lo
hizo ni le miró siquiera; en cambio, se incorporaba si era Alonso de Ojeda el
que entraba. Interrogado por que hacía eso, siendo así que a quien debía
respeto era a Colón, jefe de Ojeda, respondió:
“Sólo debo ponerme en pie ante el español que tuvo la audacia de hacer
preso a Caonabó. Los demás son unos cobardes.”
Pasaba las horas mirando a través de las rejas de una ventana, contemplando
el lejano horizonte con una expresión de gran señor preocupado, sin mostrar
jamás una debilidad. Sus guardianes tuvieron siempre la impresión de que aquel
prisionero tenía un alma más grande que las suyas. En todo momento exigió el
trato que su posición requería y siempre se sintió, en la prisión, un rey absoluto.
Al fin, acabó imponiéndose. Un día dijo que deseaba tener servidores indios, y
se los dieron.
Al cabo de largos meses, Caonabó pidió hablar con el Almirante. Explicó a
éste que a causa de su prisión, caciques enemigos estaban atacando sus
territorios y que lo menos que podían hacer los españoles era defender los
hombres y las tierras de un rey que no podía hacerlo por sí mismo a causa de
que ellos lo retenían en cautiverio. Con su acostumbrado señorío, mandaba a
Colón como si fuera su subordinado. El Almirante respondió que era razonable la
petición del cacique, y éste le pidió entonces que fuera él mismo al frente de
las tropas españolas que habían de atacar a sus enemigos. Según explico, la
presencia de Colón haría más fácil la empresa.
Prometió el Almirante que así se haría y ordenó investigaciones para saber
quién atacaba los dominios de Caonabó. Por esas investigaciones se supo que
había de verdad en el fondo de la petición de Caonabó: mediante sus servidores
indígenas, el gran guerrero había urdido un plan de vastas proporciones, capaz
de dar la medida de lo que era su autor. Según ese plan, Caonabó debía obtener
de Colón que éste saliera hacia el interior, al frente de un ejército español
suficientemente fuerte para que formaran en el los más numerosos y mejores de
los hombres apostados en la Isabela; de esa manera, la plaza quedaría casi
desguarnecida, situación ideal para que su hermano Maniocatex atacara al frente
de millares de indios, y libertara a Caonabó, quien inmediatamente se pondría
al frente de la indiada para iniciar una guerra de exterminio sobre los
conquistadores.
Descubierta la conspiración, Colón se mostró indignado. Nada logró sacar de
Caonabó. Ordenó entonces que se le iniciara proceso por los hechos del Fuerte
de la Navidad. Aunque hasta ahora no ha aparecido copia alguna de ese proceso,
se sabe que Caonabó no negó los cargos y que justificó su conducta con las
tropelías que cometieron los españoles mandados por Diego de Arana. En todo
momento seguía siendo de tan notable altivez, que impresionaba favorablemente a
sus enemigos. Temeroso de que su muerte provocara una sublevación de grandes
proporciones y, sobre todo, movido a respeto por el temple de aquel ser
extraordinario, el Almirante no se atrevió a darle muerte.
Tal vez Colón creyera que podía sacar más provecho de Caonabó vivo que
muerto. Enviándolo a España a fin de que los Reyes Católicos vieran por sus
ojos que clase de enemigos eran los que su Almirante tenía que enfrentar en La
Española. Pero cuando las naves llegaron a España hacía semanas que Caonabó, no
iba en la suya. Había quedado sepultado en las aguas del océano, donde tuvieron
que lanzarlo después de su muerte. Se había suicidado lentamente, de hambre,
sin haber mostrado flaqueza ni una sola vez.
Cuando supo el fin de Caonabó, Colón dispuso que todos los indios de La
Española debían pagar un tributo anual, en oro, a los Reyes de España. Mientras
él vivió, el Almirante no se hubiera atrevido a imponer esa ley arbitraria. Aun
preso, Caonabó bastaba a evitar males a su raza.
Datos : https://planlea.listindiario.com/2021/06/quien-fue-el-cacique-caonabo/
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