Franz Reichelt al llegar esa mañana a la Torre de Eiffel con el paracaídas puesto.
El 4 de febrero de 1912,
Franz Reichelt se tiró de 57 metros de altura convencido que había inventado un
paracaídas. Dos cámaras grabaron su muerte.
El hombre siempre envidió algo de los pájaros: el don de volar.
Pero un sujeto superó todos
los límites. Se llamaba Franz Reichelt, era austríaco, y en 1898 se estableció
en París. Era un sastre que por sus virtudes logró tener una numerosa clientela
en la alta sociedad y cultivó una pasión: poder imitar a los pájaros.
Consiguió la nacionalidad
francesa y cambió su nombre a François. En 1910 su pasión se había convertido
en obsesión. Sin ningún tipo de estudio y solo basado en su exquisito arte de
diseñar, cortar y coser, puso manos a la obra en lo que creía que lo
convertiría en un hombre famoso en el mundo: inventar un nuevo tipo de paracaídas.
Franz dibujaba, cosía y
creaba los prototipos en tela y realizaba pruebas con maniquíes en el patio de
su edificio en la rue Gaillon. Pero los muñecos siempre terminaban
estrellándose en el piso.
Y el sastre, erróneamente,
creyó que el problema era la falta de altura y que los maniquíes no abrían los
brazos. Necesitaba subir a algo más alto. ¿Y que ero lo más alto en París (y en
todo el mundo en ese momento)? La Torre de Eiffel.
Franz Reichelt se sube a una silla en el primer piso de la Torre de Eiffel. Son sus últimos segundos con vida.
Puso manos a la obra.
Durante días trabajó sobre un nuevo prototipo de paracaídas que creyó fabuloso.
De su primer diseño, que pesaba 60 kilos, llegó al último que pesaba 9 kilos de
tela y ocupaba una superficie de unos 32 metros cuadrados al desplegarse.
Y aquí comienza una serie de
equívocos, fallas y desidia, que llevarían al final del experimento.
El
permiso de la policía y su mentira
Ya con el paracaídas
concluido, Reichelt consiguió un permiso de la policía para arrojar un maniquí
desde el primer piso de la Torre Eiffel que está a 57 metros de altura. Luego
informó a la prensa lo que haría y estableció la fecha: la mañana del 4 de febrero
de 1912.
Centenares de personas se
reunieron bajo la Torre y dos docenas de policías fueron enviados para cuidar
de la seguridad. Y también había 30 periodistas de distintos medios y dos cámaras
que filmarían lo impensado.
Uno de los camarógrafos
quedó al pie de la Torre y otro subió al primer piso, Por eso, un hecho que
tiene más de 100 años está tan perfectamente filmado.
Reichelt llegó a la Torre
Eiffel junto a dos amigos. Les había mentido a todos. El experimento no lo
haría con un maniquí. Él mismo se arrojaría. "Quiero probar el experimento
yo mismo, sin engaños. Tengo la intención de demostrar lo valioso de mi
invención", comentó.
Con su mentira había logrado
el permiso policial y evitó que sus amigos le impidieran el salto. Los amigos
quisieron disuadirlo, pero él no se echó atrás. La policía quiso impedir que
subiera, pero el esgrimió el permiso y nadie pudo evitar que el sastre fanático
del vuelo subiera a la Torre.
Franz
Reichelt duda 40 segundos.
Para cubrirse las espaldas,
los uniformados le hicieron firmar una nota donde Reichelt se hacía único
responsable de las consecuencias de su salto en paracaídas. Y el sastre firmó
tranquilo y convencido.
Franz estaba convencido que
su paracaídas era perfecto y único. Mientras subía las escaleras saludó
alegremente a la multitud reunida.
Los
40 segundos de dudas sin respuestas
A las 8.22 llegó al primer
piso de la Torre. Subió a una silla y en la filmación se ve que durante 40
segundos vacila, como si un repentino miedo lo invadiera. Pero ya no podía
echarse atrás. Dos días antes había sucedido algo que le impedía detener su
experimento sin herir su orgullo: el estadounidense Frederick Law se había
lanzado con éxito en paracaídas desde la antorcha de la Estatua de la Libertad,
a 68 metros del suelo.
Lo cierto es que Franz abrió
sus brazos, extendió la tela de su paracaídas y se lanzó al vacío. El video
muestra como cae a toda velocidad y se estrella contra el piso levantando
polvo. Los policías corren a socorrerlo pero era inútil. En el piso su cuerpo
había dejado un agujero de 15 centímetros de profundidad.
Al día siguiente, el diario
Le Petit Parisien ocupó toda su primera plana con el hecho y contó los detalles
del final de Reichelt: “su brazo y su pierna derecha quedaron destrozados por
el impacto. Se rompió el cráneo y la columna vertebral y cuando lo fueron a
auxiliar se notó que la sangre le salía a raudales por la boca, la nariz y los
oídos”.
Le Figaro por su parte
escribió: “los ojos de Reichelt estaban muy abiertos, dilatados por el
terror".
El agujero que dejó en el piso tras su caída.
El sastre austríaco no pasó
a la historia por su invento. Y después de ver la filmación uno se pregunta:
¿Qué estaba pensando en esos 40 segundos de indecisión antes de arrojarse?.
Lo cierto es que los médicos
dijeron que muy posiblemente murió antes de caer a tierra. Por un ataque
cardíaco. ¿Motivo?: el miedo.
El sastre que tenía su vida
resuelta quiso imitar a los pájaros. Su loco vuelo duró 57 metros. Y nos dejó
con la duda: ¿Qué habrá pensado en esos 40 segundos de indecisión?
Tal vez se dio cuenta que no
podía imitar a los pájaros. Y se suicidó...





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