La sociedad del país galo se enfrenta a una dolorosa reflexión sobre violaciones y a un ajuste de cuentas con las élites que lo han solapado.
Por Roger Cohen/Infobae
Camille Kouchner en París este mes. “Si no hablas, dejas un mundo al revés”, dijo. “Hay que arriesgarse porque tienes una pequeña posibilidad de decir a los que sufren que su sufrimiento no es en vano”. Nytimes.
Camille
Kouchner, una mujer delgada y de mirada clara que durante décadas estuvo
consumida por la culpa, se ha convertido en la gran perturbadora de la sociedad
francesa. Su lucha por liberarse de un doloroso secreto familiar ha tocado un
nervio en toda Francia.
Durante
décadas, Kouchner se sintió atrapada. “La culpa es como una serpiente”, escribe
en La familia grande, un libro cuya historia de incesto y abusos es también el
retrato descarnado de una prominente familia francesa. Era un “veneno”, una
“hidra” de muchas cabezas, que invadía “todo el espacio de mi mente y mi
corazón”. Hasta que sintió que no tenía más remedio que dejar constancia de lo
indecible.
No
fue fácil. Olivier Duhamel, su padrastro y el hombre al que acusa de haber
abusado sexualmente de su hermano gemelo cuando eran adolescentes, estaba en la
cúspide de la vida intelectual y cultural parisina antes de renunciar a todos
sus cargos en vísperas de la publicación del libro de Kouchner.
Su
madre, Évelyne Pisier, una destacada escritora que fue amante de Fidel Castro y
que falleció en 2017, se había vuelto vehementemente en contra Kouchner por la
acusación. La “familia grande” del título del libro era, por extensión, una
cierta élite cultural francesa de izquierdas que había optado por proteger a
uno de los suyos.
En resumen, Kouchner estaba tomando un gran riesgo.
“Bueno,
Camille, tienes miedo a las repercusiones, pero si no hablas, ¿cómo puedes ser
íntegra?”, dijo Kouchner, de 45 años, en una entrevista. “Si no hablas, dejas
un mundo al revés. Tienes que arriesgarte porque tienes una pequeña oportunidad
de decir a los que sufren que su sufrimiento no es en vano”.
Al
tomar esa “pequeña oportunidad” ella ha causado lo que los franceses llaman
affaire, una suerte de explosión político-cultural . La etiqueta #MeTooInceste
(#YoTambiénIncesto) ha despegado a medida que decenas de miles de víctimas
francesas rompen el tabú. El libro, publicado este mes, ha vendido más de
200.000 ejemplares. Varios amigos de Duhamel, entre ellos Élisabeth Guigou, ex
ministra de Justicia, han renunciado a cargos importantes.
Olivier Duhamel estaba en la cúspide de la vida intelectual y cultural parisina antes de renunciar a todos sus cargos en la víspera de la publicación del libro de Kouchner (AFP)
El
presidente Emmanuel Macron ha acudido a Twitter a aplaudir la liberación, por
“la valentía de una hermana que ya no podía callar”. Condenó “un silencio
construido por criminales y sucesivos actos de cobardía”.
“Es
realmente abrumador”, dijo Kouchner, abogada y profesora universitaria, con una
voz tranquila, casi autocrítica, que tiende a enmascarar su decidida franqueza.
Su mirada es franca y directa. “Estoy muy contenta con el movimiento
#MeTooInceste, no tanto porque la gente hable —muchos ya lo habían hecho— sino
porque se les escucha”.
Sin
embargo, continuó, su principal objetivo no es político sino literario, un
intento de describir la agonía de su propia evolución. Como descendiente por
parte de su madre de un fascista francés antisemita, y por parte de su padre de
antepasados masacrados en Auschwitz, tuvo que forjar su propia identidad desde
muy joven. Cuando tuvo su propio hijo, se dio cuenta de que no podía callar
sobre Duhamel por miedo a que volviera a atacar.
También
tuvo que enfrentarse a la extraña complicidad de su madre. Cuando le
preguntaron por qué había escrito el libro, Kouchner respondió: “Porque mi
madre está muerta”.
Su
madre tenía muchas facetas: la intelectual juguetona a la que Kouchner adoraba;
la mujer que se entregó a la bebida tras los suicidios de sus padres; la madre
sufridora cuya hermana, la actriz Marie-France Pisier, también murió en un aparente
suicidio.
También
fue la madre feminista que no dijo que no en Cuba cuando Castro —en un clásico
despliegue machista— mandó un carro para recogerla; la madre que dejó al padre
de Kouchner, Bernard Kouchner, fundador de Médicos Sin Fronteras y más tarde
ministro de Asuntos Exteriores francés, porque “eligió salvar a otros niños, no
a los suyos”.
De
muchas formas, la madre de Kouchner es la figura central del libro, amada y
luego distanciada. Évelyne Pisier se puso del lado de Duhamel, al menos con el
silencio, cuando tuvo que enfrentarse en 2008 a la acusación de que, dos
décadas antes, su segundo marido había abusado sexualmente del hijo de ella
cuando tenía 14 años.
Hacia
el final del libro, en un pasaje sobrecogedor, la autora cita a su madre
diciendo: “Si hubieras hablado, podría haberme ido. Tu silencio es tu
responsabilidad. Si hubieras hablado, nada de esto habría ocurrido. No hubo
violencia. Tu hermano nunca fue forzado. Mi marido no hizo nada. Es tu hermano
quien me engañó”.
(AFP)
Así
se transfiere la culpa, asumiendo múltiples rostros. Así el crimen enterrado
hace metástasis. Así es como un secreto largamente guardado cobra su inexorable
medida de sufrimiento.
Kouchner,
cuyo hermano le hizo jurar que no diría nada cuando le contó por primera vez lo
que había sucedido, escribe que llegó a la conclusión en la edad adulta de que
“mi culpa es de consentimiento. Soy culpable de no haber detenido a mi
padrastro, de no haber entendido que el incesto está prohibido”. (Según la
legislación francesa, el abuso sexual de un padrastro sobre un niño se
considera incesto).
Su
sentimiento de culpa se agravó con la acusación de su madre de que su silencio
era el verdadero delito. Por encima de todo acechaba un terror particular: en
una familia de múltiples suicidios, nunca se podía descartar que su madre
estuviera dispuesta a quitarse la vida. Al final murió de cáncer.
“Mi
madre invirtió las responsabilidades, invirtió los papeles”, dijo Kouchner. “Se
convirtió en la víctima de mi decisión de no hablar. Y cuando hablé, me acusó
de querer arruinar su vida. Le dije: ‘entonces, ¿debo hablar o no? Sea lo que
sea que haga está mal’”.
¿Y
Duhamel? “Mi madre lo confrontó, y creo que al final construyeron una historia
para intentar absolverse, para ocultar la violencia de todo el asunto”.
Ahora
parece que no se puede contener el affaire. Duhamel, de 70 años, ha contratado
a un destacado abogado para que lo defienda. No ha dicho nada desde su renuncia
este mes como jefe del organismo que supervisa la renombrada universidad
Sciences Po.
Ha
quedado claro que Duhamel se benefició del silencio de muchos en su círculo de
amigos de París, un patrón recurrente en los casos que involucran a hombres
poderosos. Jean Veil, destacado abogado de París, y Frédéric Mion, director de
Sciences Po, han reconocido que conocían las acusaciones de abuso sexuales,
pero no tomaron ninguna medida contra Duhamel.
Este mes, en París, en una pared se leía “Duhamel y los demás, ustedes nunca tendrán paz”. AP
El
hermano de Kouchner, llamado “Victor” en el libro, ha presentado por primera
vez una demanda contra Duhamel. El fiscal francés abrió una investigación por
violación de un menor y agresión sexual. Una comisión oficial que investiga el
incesto ha sido reforzada con el nombramiento de dos nuevos copresidentes.
“Que
guarde silencio es lo decente”, dijo Kouchner sobre Duhamel. “Porque en
realidad, él me hizo callar durante muchos años. No directamente. Pero aun así,
nos destrozó. Hasta que en un momento dado dije: ‘¿Por qué me quedo callada?
¿Qué es este secreto que no es un secreto, este secreto que preserva un
verdugo?’”.
¿No
es “verdugo” una palabra fuerte? “Ah, nos hizo mucho daño”, dijo Kouchner.
Señaló que es poco probable que Duhamel se enfrente a un castigo debido al
término legal de prescripción de Francia, una de las razones por las que quería
un testimonio “indeleble” que sus hijos y nietos pudieran leer.
Sus
descendientes tienen mucho que reflexionar. La evocación que hace Kouchner de
los días de verano en la propiedad familiar de la Costa Azul es poderosa en su
evocación de un falso idilio: tenis, comidas, Scrabble, vino, risas, así como
baños desnudos en la piscina, tocamientos por debajo de la mesa y burlas a las
restricciones sexuales burguesas.
“Está
prohibido prohibir” era el lema de estas reuniones familiares, escribe. Su
abuela le explicó cómo tener un orgasmo sobre una bicicleta o un caballo.
Todo
el tiempo, una serpiente acechaba, en esta familia y más allá de ella. Kouchner
cita un dicho muy querido por su padre Bernard: “Entre el fuerte y el débil, es
la libertad la que oprime y la ley la que libera”. Observa: “Yo descubriría el
pleno significado de eso”.
©
The New York Times 2021
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