Robert Puasón: De pedir en semáforos a millonario del
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millonario del béisbol Robert Puasón: De pedir en semáforos a millonario del
béisbol
Pedro G. Briceño/Listin Diario
Santo
Domingo, RD.- Robert Puasón disfruta de un gran presente, le augura un futuro
promisorio, pero el llanto lo deja al desnudo cuando le corresponde recordar
las penurias que junto a su familia vivió en un pasado desgarrador, marcado por
la pobreza extrema en el Batey Peligro, de Guaymate.
Hasta
hace unas semanas la indigencia golpeaba con rudeza a los Puasón-Pérez. El
padre, Rosendo, era un obrero de fincas y los cañaverales en el Central Romana.
La madre, Luisa, salía desde bien temprano a vender artículos, en una mano
llevaba dulces y maní y en la otra botellas de gas, por todo el batey que
comprende 93 casitas y los caminos vecinales que bordean los campos cañeros.
Su
hermana mayor, Katherine, nació sordomuda y Robert es el segundo integrante de
una familia de cuatro hijos, que bien pudieron ser cinco, pero hace nueve años,
su madre perdió una criatura a los escasos días de haber nacido.
El
desde hace un par de días acaudalado novato, tras su firma de 5.1 millones de
dólares con los Atléticos de Oakland, en su niñez buscaba agua, hacia mandados
y botaba basura por paga, hasta pedía dinero en los semáforos, todo con el
objetivo de ayudar en algo en la casa, pues como sus padres estaban en las
calles buscando el dinerito de la casa, sus dos hermanitos pequeños, Carolin
(hoy 13 años) y Roger (11 años) estaban bajo su custodia y era a él a quienes
les gritaban hambre.
“No
tenía inconveniente, hasta pasaba varias horas pidiendo en los semáforos,
hablaba con un amigo que trabajaba en un colmado para que me fiara algo de
comer, en la mayoría de los casos no le pagaba, pero era una forma de conseguir
algo con que alimentar a mis dos hermanos”, sostiene Robert entre lágrimas al
recordar esos momentos amargos en que la miseria le tumbaba el pulso a una
familia, que aunque sucumbía en la lona no se daba por vencida.
Comer
harina y comprar fundas de pan era el principal sustento de una familia que en
muchas ocasiones no tenían nada conque alimentarse y el hoy bien bonificado
torpedero con frecuencia ingeniabas para llevar algo de alimentos a sus dos
hermanos pequeños, pues la mayor de la familia permanecía más tiempo en la casa
de sus abuelos.
“Fueron
bien difícil los tiempos que pasamos, la vida nos golpeó muy fuerte, pero
siempre nos encomendamos a Dios para que algún día nos iluminara y aunque
pasamos todas las penurias posibles, finalmente él pudo recompensarnos”, señala
Carlos a quien apodan Rosendo y quien a los pocos minutos de la entrevista con
Listín Diario irrumpió en lágrimas tras recordar los momentos de miseria en que
se desarrolló la familia.
Era
tanta la estrechez económica que cuando Robert tenía que asistir a un viaje de
la Liga de béisbol en que jugaba, este hecho provocaba un descuadre en el
sustento en la familia y de hecho el aún niño solo asistía al 50 por ciento de
los encuentros de béisbol que la liga de béisbol donde jugaba tenía programado
en otras ciudades.
“Pedir
bolas”, caminar largos kilómetros para llegar al trabajo era bien frecuente
para los padres del hoy firmado pelotero, quien en ocasiones se topaba con sus
progenitores en la carretera esperando por un buen samaritano que los
transportara hacia el trabajo, esto cuando su madre encontró un pequeño trabajo
en la zona franca.
Solo
comían carnes algunos sábados cuando a Luisa le regalaban una funda de pollo en
la compañía. Cocinaban en leña en un fogón elaborado con dos gorras viejas de
camiones, mientras que los cuatro hermanos se las ingeniaban para dormir todos
en una camita pequeña.
“Aún
recuerdo esos días en que tenía mi mesa para cocinar en la parte de afuera de
la casa”, recuerda Luisa sobre su pequeño hogar de una sola habitación y
presentó al Listín Diario el fogón improvisado que aún existe en la mayoría de
las casas, en que las estufas son pocos conocidas.
A
pesar de las penurias Robert jugaba en la Liga de béisbol que regenteaba Giriel
Martínez y solo le pedía a Dios para que lo dejara desarrollarse y convertirse
en un bien jugador de béisbol. 11 años vivieron en las pequeñas casas de madera
en el Batey Peligro, más adelante se mudaron a otro lugar, pero fueron
desalojados, pues no podían pagar el alquiler de 2 mil pesos mensuales.
Luz al final del túnel
Cuando
Robert contaba con 11 años, Giriel, dueño de una Liga lo trajo a Santo Domingo
a entrenar en el programa de Cristian Batista (Niche), pero no gustó y estuvo
de vuelta en Guaymate, empero al cabo de unos meses lo llevó a la academia de
JD Ozuna, en Boca Chica.
Allí
le fue mejor en su presentación y en pocas semanas Ozuna lo visitó en Guaymate,
conoció a sus padres y sobre todo vio la forma en que convivía la familia, les
prometió a ellos ayudarlo en su desarrollo y convertirlo en un buen pelotero.
Es así cuando tras muchas promesas y a regañadientes de su madre logró
llevárselo para Boca Chica.
Ya
en este municipio y con 12 años de edad comenzó a prepararse y con el paso de
las semanas ir desarrollando unas habilidades que poco a poco lo fueron convirtiendo
en prospecto e ir ganado el afecto de la amplia familia del béisbol.
Ya
él encontrándose en el programa de béisbol tenía asegurada su comida, pero la
escasez familiar persistía. En un momento los ladrones trataron de penetrar y
robar en la casa en la que solo se encontraba su hermana enferma, más adelante
fueron sacados de la casa, mientras que en un corto espacio, sus abuelos Luis
Pérez (padre de Luisa) y Teresa Johnson (madre de Carlos) fallecieron. Ambos
proporcionaban parte de la poca ayudas que recibían.
A
raíz de estos hechos les hizo varias propuesta a su ya entrenador. Entre las
mismas figuraban llevarle una compra quincenal a la familia con la condición de
superar las metas que exigía el programa y de esta forma se fueron dando las
cosas de manera positiva hasta formarse ya como un pelotero apetecido por
muchas organizaciones.
La clave de la familia
“Yo
soy la clave de mi familia, la persona que puedo sacarla hacia adelante”, se
decía una y otra vez en los tiempos de ocio. “Dios tiene que ayudarme a lograr
mis metas y poder comprarle una casa a mis padres”, añadía Puasón.
Ayer
Puasón viajó a Lew Wolff, complejo en Mesa, Arizona, hogar de los Atléticos,
donde espera continuar su proceso de aprendizaje. Su vuelo se produjo en
tranquilidad porque a diferencia de su casa en mal estado, dejó a su familia en
un hogar más confortable, de unos 4 millones de pesos en el residencial las Orquídeas
en esta provincia, algo que siempre soñó y fue adquirida hace unos días con
parte del bono obtenido por los Atléticos.
Él
representa un digno ejemplo de que cuando se quieren lograr las metas se puede.
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