Mike
MacEacheran/BBC Travel
Está más allá de los fiordos
de Noruega, 500 kilómetros dentro del Círculo Polar Ártico.
Es un desierto crudo de
abruptas penínsulas y acantilados en los extremos del mundo.
Se llama Hammerfest y es uno
de los lugares con uno de los climas más extremos de la Tierra.
En invierno, los caminos se
desvanecen bajo las profundas nieves que cortan las comunidades durante días.
Y, desde mediados de noviembre hasta finales de enero, la oscuridad polar es
casi absoluta en esta ciudad de 10.527 habitantes.
Pero cuando conduces por sus
carreteras desiertas, cubiertas de nieve, y pasas por las aldeas de pescadores
de bacalao, pronto descubres que uno de los lugares habitados más
septentrionales del mundo ha tenido problemas mucho peores que las temperaturas
bajo cero.
Desastres
naturales
La historia de Hammerfest
está plagada de desastres naturales, incendios, plagas y guerras, que abarca
una línea de tiempo de Napoleón a los nazis.
Y a pesar de ser uno de los
asentamientos con más historia en el norte de Europa, poco queda de su pasado.
Ya no están las casas de
tablillas tan características de Noruega. Tampoco las vitrinas tradicionales de
esta antigua ciudad ballenera.
En cambio, frente al puerto,
está el Centro de Cultura Arctic iluminado por luces LED, una mole de vidrio
que flota sobre pilotes.
En el terreno intermedio,
entre el cielo plano del Atlántico y el telón de fondo de los depósitos de gas
licuado, se encuentran modernos bloques de apartamentos, una terminal de
cruceros y, más arriba, en la calle principal, Kirkegata, hay una iglesia en
forma de barco.
¿Cómo
explica Hammerfest esta extraordinaria transformación?
El museo guarda la historia
de la reconstrucción del pueblo.
Desde el siglo XVIII,
después de que los primeros comerciantes europeos, y poco después
estadounidenses, llegaron a la tierra ancestral de los pueblos orginarios Sami,
en las orillas del mar Nórdico, la ciudad fue destruida, arrasada y borrada del
mapa. Una y otra vez.
"Se puede rastrear
nuestra historia hace unos 10.000 años, pero en términos de ladrillos y cemento
somos una ciudad excepcionalmente joven", explica el historiador años Jens
Berg-Hansen, de 75 años.
"Aquí hay un espíritu
pionero, y esa es la razón por la que la gente vuelve. Esta es una ciudad que
engendra autosuficiencia. Hemos aprendido a unirnos", le dice a la BBC en
una nublada mañana de noviembre.
Auge
de la ciudad
Lo que originalmente trajo a
los europeos aquí fue el puerto sin hielo de la ciudad, resultado de la cálida
corriente del Golfo, que impide que se congele, algo muy raro en estos lugares.
Este efecto climático fue
visto como una posibilidad para la caza y la pesca, en un espacio que se
extendía hasta el Océano Ártico, a través de los mares de Noruega y Barents.
Era una época en la que las
focas, las ballenas y las morsas eran masacradas por su carne, pieles y aceite.
A medida que la riqueza
regresaba de esos lugares de caza, la ciudad se convirtió en una fábrica al
aire libre donde se quitaba la grasa de las pieles de los cetáceos para evitar
que se volviera rancia.
Es uno de los lugares
habitados con uno de los climas más extremos del mundo.
"Solían decir que se
podía oler a Hammerfest antes de poder verla", cuenta Berg-Hansen.
En los años de auge de la
ciudad, a principios o mediados del siglo XVIII, los pobladores vieron la
llegada de los consulados ruso, alemán, francés, holandés y estadounidense.
"Trajo comercio, dinero
y muchos visitantes internacionales. También dijeron que las mujeres aquí eran
tan hermosas como las de París por la forma en que se vestían", recuerda.
El sentido de la historia es
tangible: todavía hoy las calles albergan una cantidad desproporcionada de
boutiques y peluquerías. Pero esos buenos momentos no duraron.
La
destrucción
El primer golpe se produjo
cuando el puerto, debido a su ubicación estratégica en la ruta hacia Rusia, el
Ártico y Reino Unido, fue invadido durante las Guerras Napoleónicas.
En julio de 1809, los
británicos saquearon Hammerfest durante un bloqueo de una semana, en la que
dejaron a la ciudad morir de hambre.
Medio siglo más tarde, una
tormenta desmanteló los almacenes de la ciudad, antes de que la tragedia
golpeara de nuevo en 1890, con dos tercios de los edificios del puerto demolidos
por un catastrófico incendio.
Tiene
poco más de 10.000 habitantes.
De forma casi increíble,
teniendo en cuenta el clima impredecible y la inaccesibilidad de Hammerfest, el
esfuerzo de reconstrucción condujo a una amplia modernización.
Al año siguiente, la ciudad
se convirtió en la primera en el norte de Europa en introducir luces eléctricas
en sus calles.
Pero
lo peor estaba por venir.
En 1944, anticipando un gran
avance de los rusos en el frente oriental, Hitler envío 1.000 soldados a
invadir la ciudad.
Era octubre, y sin refugio,
comida ni provisiones, el plan consistía en que el Ejército Rojo se muriera de
hambre y muriera congelado.
La ciudad fue también
destruida tras una invasión nazi.
En cuestión de días,
Hammerfest fue incendiada. Los caminos fueron borrados del mapa, los postes de
telégrafo fueron cortados y las líneas de comunicación destruidas.
El puerto quedó devastado,
las minas perforaron la ciudad y toda la población del municipio circundante
quedó sin hogar.
Tan sistemática fue la
solución nazi que unos 10.000 edificios fueron destruidos y el único que quedó
en pie fue la capilla. Los incendios continuaron durante cuatro meses y para
cuando los lugareños habían huido, Hammerfest había dejado de existir.
Randi Simonsen, una
sobreviviente de la ocupación nazi, recuerda que a su familia le dieron dos
días para prepararse para irse, sin saber cuándo o si alguna vez podrían
regresar.
Con 11 años, viajó con sus
padres unos 2.000 kilómetros al sur, a Telemark.
"Mi padre tenía el mar
en la sangre, así que solo días después de que estalló la paz en mayo de 1945,
él fue uno de los primeros en regresar, y finalmente tomó un barco desde
Tromsø. Nadie pensó en no volver ", comenta.
El
regreso
La ciudad pudo haber quedado
en ruinas, pero pocas semanas después de la repatriación de sus habitantes, se
reconstruyeron numerosos edificios y casas.
"No tuvimos tiempo para
enfrentar el trauma", recuerda Simonsen, quien durmió en el piso de la
capilla después del regreso de su familia.
"La gente estaba feliz
de estar en casa y, de todos modos, yo era una adolescente, así que estaba
preocupada con la escuela, la moda y, por supuesto, los otros chicos",
dice.
Otro testigo, el maestro de
escuela jubilado Gunnar Milch, de 72 años, tiene otra teoría sobre cómo Hammerfest
ha aprendido a adaptarse.
El pueblo ha renacido una y
otra vez como ave fénix.
Es una historia feliz, en
cierto modo, de triunfo sobre la adversidad, afirma.
"A veces la gente tiene
una visión romántica del pasado, pero siempre ha sido difícil en Hammerfest.
Para nosotros era una cuestión de comunidad. Cuando la gente regresó después de
la Segunda Guerra Mundial, recrearon su propia comunidad después de haber estado
separados de ella durante tanto tiempo. La lección es que solos decidimos
nuestro destino", sostiene.
Como parece mostrar la
historia, Hammerfest toma su lugar junto a Mostar en Bosnia, Hiroshima en Japón
o Dresde en Alemania como una ciudad que ha sido destruida, pero que ha
resurgido de las cenizas de una forma desafiante.
Hoy, el lugar prospera una
vez más debido a la llegada de las compañías de gas licuado, en un auge que se
espera que dure décadas.
La
ciudad tiene también una fauna típica.
Este nuevo auge, no
sorprende a los lugareños, para los que es simplemente una continuación de cómo
la ciudad se ha reinventado por siglos.
Quizás lo que captura mejor
el espíritu de supervivencia de Hammerfest es la mascota de la ciudad y el
escudo heráldico: el oso polar.
Personifica la vitalidad de
la comunidad, pero también la extraordinaria habilidad del pueblo para
sobrevivir durante siglos en un rincón remoto, en la cima del globo, a pesar de
las peores intenciones de los hombres.
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