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La Cuba de hoy no será Made in USA. LA APERTURA DE EMBAJADAS CAMBIA POCAS COSAS...

sábado, 18 de julio de 2015

Publicado por prensalibrenagua.blogspot.com
Luis Beiro
La Habana, Cuba.- Los atardeceres cubanos también son apacibles. Y la gente se reinventa y se divierte porque tiene amplitud de espacios para hacerlo. Por ejemplo, en el cine de ensayo “La Rampa”, casi frente al malecón de  La Habana y en la emblemática avenida que lleva el mismo nombre, se estrena el filme ruso “Leviatan”, una historia ganadora de infinidad de premios internacionales y prohibida en Moscú. ¿Las causas? Un corrupto e intocable alcalde exhibe en la pared de su despacho una foto de Vladimir Putin. Como si esto fuera poco, un grupo de simples ciudadanos va de cacería y, para tiros de práctica, colocan como diana retratos de los camaradas Lenin, Stalin, Brézhnev y Gorbachov. Las filas de cubanos para disfrutar esta obra comienzan temprano y, en poco tiempo, el cine se llena.
Cuba es una eterna magia donde los rayos solares se bifurcan. Unos cruzan por encima de la gente que no oculta su acento local y el otro viaja directo al corazón en busca de razones que han quedado atrás, como las buenas historias de ficción, donde los malos de la película trastocan su suerte y por primera vez, son capaces de mirarse en el espejo. Cabría entonces la pregunta ¿Quiénes son ellos?.

La ciudad no parece darse cuenta de que vive un hecho trascendental. Por primera vez en 54 años, la bandera de los Estados Unidos ondeará en suelo cubano ante la mirada aprobatoria del Partido Comunista, en el mismo sitio donde un cartel histórico advierte: “Sepan, señores imperialistas, que no les tenemos ningún miedo”.
Es como si el miedo fuera detenido en el tiempo por un abrupto hechizo del destino. Pero en Washington pasará exactamente lo mismo. La bandera cubana ondeará muy cerca de la Casa Blanca, algo que la mitomanía nunca aceptará como razón cierta.
El “juego” ha terminado. O acaba de comenzar. El odio se atenúa. Las tensiones se marchitan y la política va cediendo ante el empuje de la lontananza. Oficialmente, todo está decidido. Los actos oficiales no serán nada más que eso: actos oficiales. Los “papeles” no se invertirán. Como si fuera un flamante juego de béisbol (pasión tanto para norteamericanos y cubanos) cada equipo entregará el “linenup” a su contrario, se estrecharán las manos delante de un árbitro “imparcial” y el verdadero juego fraternal comenzará para el disfrute de la fanaticada.
Hay algo raro en el ambiente. Algo que huele a quemazón. Cada cubano, además de su buena educación, su cultura y sus buenos hábitos ciudadanos, guarda cierta mueca que no es difícil descubrir. “Son las palabras del trasfondo, Beiro, aquellas que el poeta Rolando Escardó consagró como título de un poema memorable”, me explica un familiar cercano que descubre de pronto el registro de mi cuerpo dentro del espacio de tiempo que ahora me toca vivir en esta isla que no se cansa de ser ella misma.
El pueblo en las calles
Los llamados “almendrones” están de moda en   La Habana. Son autos antiguos que sirven de concho ante el poco fluir de los ómnibus estatales. Cobran diez pesos cubanos por pasajero y cubren casi todas las rutas de la ciudad, sin formar tapones y respetando las leyes del tránsito. Me monto en el asiento delantero de uno de ellos, junto a una muchacha veinteañera que me sonríe como si adivinara mi condición de “extraterrestre”. Le doy conversación. Le pregunto tonterías relacionadas con el clima, el medio ambiente y la música urbana. Ella sonríe. Sonríe mucho. Intento sacarle alguna palabra, pero parece entretenida escuchando la banda sonora de las calles. El chofer, joven también, se da cuenta de mi insistencia con la joven y ahora me pregunta de dónde soy y que quiero. Ahora yo soy el que sonríe. Casi hecho una carcajada y le enseño mi carné de periodista y enciendo la grabadora. ¿Cómo será todo después de ahora, qué expectativa tienen ustedes ante las nuevas relaciones con Estados Unidos? La joven me responde primero. Lo hace breve y sin pelos en la lengua. “Ya estamos acostumbrados a vivir sin esas relaciones. Bienvenidas sean, pero en verdad, no nos hacen falta. Lo malo ya pasó”. Habla sin temblarle la voz y después de hacerlo, mira mis ojos y sonríe como invitándome a dejarla en paz. El chofer, también quiere opinar y aprovecho su entusiasmo para grabarle sus palabras, más breves que las de la pasajera: “Mucho habrá que olvidar, pero todo podrá olvidarse porque ya estamos cansados de todo. De todo”.
La Plaza de la Revolución y sus calles aledañas visten de esplendor. Las zonas del Vedado, Infanta y el Municipio Plaza reflejan pulcritud. No hay papeles, ni botellas plásticas, ni zafacones desbordados  por las calles. “Solo en los barrios periféricos se aglomera la basura, en el centro de la ciudad el problema está resuelto”. Dolores dice llamarse la mujer que me interrumpe la infidencia que comento con un colega que trabaja en el área administrativa de la Escuela Internacional de Periodismo “Hay de todo -comenta el colega- a veces, pasan los días y no se recogen los zafacones; la basura se acumula. Lo que sí le puedo asegurar que hay una conciencia social muy marcada. Aquí la gente no tira papeles ni desechos en las calles. No es por conciencia o patriotismo, sino por un simple acto de educación. Los desperdicios hasta se guardan en los bolsillos o en los bultos personales y no se desprenden de sus dueños hasta que estos no los depositan en el zafacón más cercano”.
Nadie me quiere hablar de política. Por más que pregunto, la gente me mira con indiferencia y sigue de largo sin reparar en mi grabadora encendida. Ni a favor, ni en contra del hecho histórico que acaba de ocurrir. “Aquí a la gente le interesa poco la política. Cada quien está en lo suyo. Ya estamos cansados de tanta política. Aquí ahora hablamos de poética”. Quien habla es miembro del cuerpo de vigilancia de una institución estatal. El hombre pasa ya de los sesenta años. Me confiesa que estudió diseño industrial y ejerció su carrera por varios años, pero que ahora, casi en la edad de retiro, puede conseguir un beneficio salarial en moneda libremente convertible (C.U.C) como custodio. “Pregúntele a cualquiera en la calle. No le miento si le digo que a más del 90 por ciento de la población cubana de hoy no le interesa la políticaÖ eso se deja a los dirigentes, a los jefes, a los que gobiernan. Nosotros los de abajo llevamos 54 años tratando de sobrevivir a como dé lugar y lo que estamos viviendo hoy lo hemos alcanzado con mucho sacrificio personal, familiar y humano”, casi gime.

Algunos patrioteros me asaltan. Grabo sus intervenciones pero no las reproduzco. Nada nuevo aportan a esta historia donde todo parece indicar que la sociedad cubana está a punto de superar el temor de mirarse en su propio espejo. Muchos consideran que, a partir de esas nuevas relaciones, el país mejorará. El turismo, el comercio, el fin del embargo traerán el fortalecimiento a la maltrecha economía de la Isla. Sin embargo, todos (tirios y troyanos) coinciden en algo. Por muchas banderas, edificios, relaciones, discursos e inversiones, la Cuba de hoy no será la de ayer, ni mucho menos, “made in USA”.

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