Por: ANDRES L.
MATEO
Danilo Medina provoca la beatitud al mismo tiempo que el
espanto, y no es la “tentación totalitaria”, pero se ha entregado a las cosas:
ama el poder más que a todo, y es el cínico (en el estricto sentido de su
etimología) que prometiendo la felicidad conduce a la desventura. Su ideal es
un país despojado de cualquier subjetividad, e instalar en cada cabeza el ojo
del Estado. No hace nada, no aspira a cambiar nada; ha sido de tal modo
desfigurado, sacralizado, que un fuerte aparato propagandístico ha hecho de él
un tótem con menos manteca que un ladrillo. Casi ni ríe, porque se le cuartea
el yeso de la cara. Si Leonel Fernández triunfaba porque construyó el
inmovilismo social a través del clientelismo y la corrupción, Danilo Medina,
usando los mismos recursos, paradójicamente acaba en el falseamiento de sí
mismo. Se desdice respecto de la reelección, juega a ser Dios, se empina sobre
el paternalismo y la miseria ancestral, sin enfrentar a fondo ninguno de los
problemas estructurales del país.
Su éxito reside en hacernos creer que él es un Leonel
Fernández invertido. Pero ni su práctica, ni el estilo de sus ejecutorias se
alejan del leonelismo. Lo que está en crisis en nuestro país es el modelo.
Doce años del modelo leonelista ha engendrado monstruos en
su propio vientre, y sin dejar de ser lo que es, el danilismo aspira a
sustituirlo. Es ese modelo lo que está en crisis, un modelo que ha enriquecido
a toda la cúpula partidaria, y que ha legitimado la corrupción como forma de
acumulación originaria. Un modelo que se erigió sobre una Constitución, la del
2010, cuidadosamente zurcida para mantener la “retícula de poder” construida
(Michel Foucault); un modelo que tiene sus “Altas cortes” de partidarios del
PLD con togas y birretes para garantizar la impunidad, un modelo de
financiación del partido a través del presupuesto, un modelo que gobierna a su
antojo el Tribunal Electoral , la Junta Central Electoral y la Cámara de
Cuentas; un modelo cuyo esquema de dominación ha domesticado a la clase media,
y la ha condenado a la incertidumbre, y la ha frisado en la angustia de verse
caer todos los días en la fosa sin fin de la proletarización; un modelo que
emplea el asistencialismo como forma de control de las masas, un modelo
pervertido por la inequidad, un modelo que incentiva la violencia y la
delincuencia, un modelo cuyos paradigmas sociales exitosos son políticos
ladrones, farfulleros, cínicos y mentirosos.
Por ello los panegiristas de la reelección han convertido
a Danilo en una efigie sublimada, y magnifican el real deterioro de Leonel, y
lo crucifican y estigmatizan como “el problema”; hundiéndolo en sus
contradicciones, sus mezquindades y angustias, sus prejuicios, sus afectos y
sus odios. Como si Danilo fuera otra cosa. Como si la reelección no
constituyera la continuidad del modelo. Leonel Fernández no es “el problema”,
el “problema” es el modelo de dominación social con el cual el PLD ha gobernado
el país durante quince años. Oponerse a la reelección no es ser leonelista, es
rechazar ese modelo.
Cuando Leonel Fernández descubrió el poder del dinero en
la práctica política dominicana, ya estaba tomado por la concepción patrimonial
del Estado, y su hermana gemela: la corrupción. Entonces erigió el modelo, y lo
impuso con su práctica. Danilo Medina no encarna la negación de ese modelo, a
lo sumo, lo readecúa. No ha tocado ni con el pétalo de una rosa ese modelo. Y
la reelección es tan solo la forma de consolidar la hegemonía del grupo
económico que lo acompaña. Leonel Fernández engordó a sus rentistas con el
poder del presupuesto público directamente. Los rentistas de Danilo Medina
venían de afuera del PLD. Son inversionistas que ahora pretenden hacer pasar el
proyecto de la reelección como si fuera una cruzada patriótica.
Lo que se está tambaleando es el modelo. Lo que hay que
cambiar en este país es el modelo. Es el modelo de dominación social, que
Leonel Fernández concibió en su obsesiva vocación de eternidad, al que hay que
darle la vuelta de tuerca. Y Danilo Medina y su reelección es el gatopardismo:
“cambiar” para que todo siga igual.
Fuente: Almoento.net
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