Por Stranislaw Peña
Todo el que pretende referirse a la corrupción experimenta
cierto dejo de impotencia. No es fácil soportar la realidad de decir: la
corrupción es esto, la corrupción es aquello, sin ponderar por lo menos
posibles soluciones. Pero, peor es callar o ignorar el tema, y como ciudadanos
de un país que nos tocó vivir, estamos en el deber cívico, y hasta ético, de
enjuiciar la corrupción. La corrupción es un mal que viene aquejando desde los tiempos
coloniales a los países de América hispánica, y por ende a nuestro país, así
como también a naciones de otras latitudes. Podemos hablar de corrupción
administrativa en esta isla desde 1492. Corrupta fue la sociedad española del
siglo XV, y siglos posteriores, lo que implicaba en la isla la obstinación
rapaz por el oro. Las encomiendas de indios (1493-1520). El monopolio y el
contrabando en el Caribe (1503-1603). La ganadería, la España Boba, etc.
Prototipos de gobernantes corruptos fueron Santana, Báez,
Lilís, Trujillo… hasta gobernantes de nuestros días. La corrupción
administrativa nace del deseo arribista y denigrante de hacerse rico a expensas
del pueblo. O permitirles a determinados sectores que “ordeñen la vaca” cuanto
puedan. En todo caso de corrupción hay una parte que exprime y se beneficia
notablemente, y otra, a la que perjudica deplorablemente; esa parte es la
ciudadanía. Toda la pobreza, toda la injusticia y atraso económico, social y
cultural se origina precisamente, por la permanencia histórica de la
corrupción, y está arraigada al sistema político-social-económico, de una forma
que ya es un huésped constituido. Es prácticamente imposible deshacerse de
ella. Es como un modus vivendi fantasmal en el que se interrelacionan
diferentes clases o sectores: gobernantes, funcionarios, militares,
comerciantes, hampones, religiosos, ciudadanos…
Se puede enfrentar la corrupción (muchos lo han
intentado), pero sin esperar resultados satisfactorios. La única manera de
acabar con la corrupción es arrancarla de raíz, aniquilando el sistema
recalcitrante y establecer uno que nazca con sus propios principios
anti-corrupción. Toda una utopía, ¿no? Los dominicanos hemos sido eternas
víctimas de la corrupción, y lo verdaderamente lamentable es que lo seguiremos
siendo. Porque el depredador es mucho más fuerte que el depredado. Es como el
pleito del huevo y la piedra. La corrupción es inherente a la política
dominicana, a su forma de vida. Es como encontrarse un cofre gigante lleno de
tesoros: no te lo puedes llevar todo, llévate todo lo que puedas antes de que
venga otro depredador. La corrupción es terrible. Es como un Minotauro y la
cabeza de Medusa. Y no aparece un Perseo, y no aparece un Teseo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario