Tony Pina
A 202 años de su natalicio, Juan Pablo Duarte sigue siendo
una asignatura pendiente para quienes nos cobijamos bajo el gentilicio de
dominicanos.
Todos nos vanagloriamos de ser dominicanos, pero pocos
sabemos de la vida y del ideario del hombre que nos legó la nacionalidad para
luego postergarle un destino apesarado.
Y, sin embargo, Duarte fue entre todos los libertadores de
América "el más inmaculado y menos ambicioso", a juicio de Julio
Genaro Campillo Pérez, uno de sus biógrafos más consecuente con la vida y obra
del prócer que en aras del proyecto de redención nacional lo entregó todo, aún
su propia casa.
Hubo tiempos tan mezquinos para con Duarte que no sólo se
intentó desmedrar su obra, sino que hasta nuestros días subyacen cenáculos
historicistas para alevosamente darle un lugar menos relevante en la gestación
y consumación del proyecto político-militar que dio origen al nacimiento de la
República Dominicana.
Desde antes de tan magna labor libertaria, Duarte tuvo sus
detractores, virulentos opositores y ceñudos adversarios que les hicieron la
vida imposible hasta desterrarlo y verlo morir desamparado, pobre,
desilusionado y alejado de la patria que él como nadie forjara.
Algunos de ellos, incluso, jugaron papeles estelares en el
mantenimiento de la independencia, otros apostaron a la alevosa traición para
beneficiarse política y económicamente, y sólo se conformaron cuando se
enteraron de que el prócer murió en Caracas prácticamente olvidado.
Pero nuestra elite historicista no consigna ninguna
crónica de esa infamia nacional cometida en contra del dominicano más puro
entre todos los que nos proclamamos como tales, cuando en realidad somos
tránsfugas y oportunistas de la peor calaña.
Duarte no es, ni fue nunca, un sectario; su grandeza
estriba en su excelso pensamiento, en la madurez y viabilidad de sus ideas
libertarias.
Duarte no sólo el símbolo y el guía de la redención
dominicana, sino el ejemplo que marcó la ruta para que hoy la República
Dominicana sea "la reunión de todos los dominicanos", para que todo
gobernante o gobernado que lo contraríe, de cualquier modo que sea, "se coloca
ipso facto y por sí mismo fuera de la Ley", pero, oh paradoja, los que más
pregonan ese principio duartiano son quienes más se benefician violándolo,
haciendo cada día más ignorante y marginado al pueblo dominicano.
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