BBC/ Sue Lloyd
Roberts
Un estadounidense alto y delgado pasea por las calles de
la ciudad Ho Chi Minh aferrado a un álbum de fotografías. A su lado, el
intérprete Hung Phan, quien ha ayudado en los últimos 20 años a decenas de
exsoldados estadounidenses a localizar a sus hijos. Su cliente más reciente es
Jerry Quinn.
"Sé que vivíamos en el número 40", dice Quinn
mientras observa la calle de la casa que solía compartir con su novia vietnamita.
Pero no hay ninguna vivienda con ese número.
Una pequeña multitud
se reúne. Un
hombre mayor sale de su casa y explica que cuando el Viet Cong entró a Saigón
en 1975, no sólo cambió el nombre de la ciudad a Ho Chi Minh, sino que también
cambiaron todos los nombres de las calles. Incluso los números.
Jerry Quinn es uno de los dos millones de soldados
estadounidenses que fueron enviados para apoyar al ejército de Vietnam del Sur
en la guerra contra el Norte. Durante ese conflicto, se cree que alrededor de
100.000 niños nacieron a partir de sus relaciones con mujeres locales. Ahora
esos soldados están envejeciendo y algunos tienen sentimientos de culpa o
simplemente curiosidad por saber qué pasó con sus hijos.
"Sin embargo, algunos padres simplemente no quieren
saber", asegura Brian Hjort, quien junto a Hung Phan dirige la
organización sin fines de lucro Fathers Founded, que se encarga de juntar a los
padres con sus hijos amerasiáticos, como se les llama a los niños de madres
asiáticas y padres que pertenecen a las fuerzas armadas estadounidenses.
En la década de 1980, cuando Hjort era un simple mochilero
danés que viajaba por Vietnam, tuvo un encuentro con estos niños. "Estaban
en la calle, mendigando comida y ayuda", recuerda. "Los vietnamitas
los trataban con crueldad, eran los hijos del enemigo".
Algunos conocían los nombres de sus padres y tenían fotos
de ellos. Como el gobierno de EE.UU. mantiene un registro meticuloso de los
soldados y veteranos, Hjort pronto fue capaz de vincular a decenas de niños con
sus padres. Pero en varias ocasiones se horrorizó por la respuesta que recibió.
"¿Por qué me llamas? ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué
estás hablando de Vietnam? No quiero tener nada que ver con ese bastardo. Él no
es mi hijo. Ella no es mi hija. ¡Deja de llamarme!", le gritaban del otro
lado del teléfono.
Con la ayuda de
Facebook
Pero Jerry Quinn es distinto: el misionero, que vive y
trabaja en Taiwán, está ansioso por encontrar a su hijo. Para él, el hecho de
que lo enviaran a trabajar de nuevo en Asia, era la manera en que Dios le daba
la oportunidad de enmendar su pasado. "Supongo que estoy aquí por la
culpa", dice. "Y para tratar de cumplir con mi deber como
padre".
En 1973, Brandy -su novia vietnamita- estaba embarazada,
por lo que ambos intentaron conseguir los requisitos burocráticos para casarse.
Al mismo tiempo, el secretario de Estado de EE.UU. Henry Kissinger estaba
negociando una "paz con honor" con los líderes de Vietnam del Norte.
El acuerdo final exigió que las tropas estadounidenses salieran de inmediato y
Jerry Quinn de un momento a otro tuvo que montarse en un avión para regresar a
EE.UU..
"Traté de mantener el contacto", asegura.
"Le envié US$100 mensuales durante un año. Nunca supe si los
recibió". Brandy le envió tres fotografías que -40 años más tarde- muestra
a las personas que conoce por las calles de Ho Chi Minh. Hay tres imágenes: un
retrato de Brandy, la hermosa y espigada vietnamita en sus 20 años; una foto de
ella con su bebé y una foto de ella de pie junto a una mujer de bata blanca.
En su tercer día en la ciudad, Jerry comienza a
desesperarse. Él y Hung Phan piden ayuda a la dueña de un restaurante, cerca de
la casa donde Jerry y Brandy vivieron juntos. La mujer se sienta en un
taburete, pasa las páginas del álbum de fotos y cuando llega a la imagen de
Brandy y la mujer de bata blanca, se detiene. "Ella era la partera de la
zona. Ahora vive en EE.UU., pero no nos olvida y a veces viene de visita. De
hecho, ayer le vendimos un plato de fideos a su hija". Jerry le ruega que
contacte a la mujer, ella acepta.
Kim, la hija de la partera, llega al restaurante el día
siguiente. Es una elegante mujer madura, que se aloja junto a su marido -un
médico californiano- en un hotel del centro de Ho Chi Minh. Toma el álbum y con
sus uñas perfectamente arregladas señala a Brandy y grita: "¡La recuerdo!
Éramos buenas amigas y yo ayudé a traer a su bebé al mundo".
Kim identifica el nombre vietnamita de Brandy en la parte
posterior de una de las fotografías: Bui, pero no consigue hallar el nombre de
su hijo. Cuando el Viet Cong entró en la ciudad, explica, amenazaron con matar
a todos los que habían tenido alguna relación con el enemigo. "Mi madre
hizo una gran hoguera y quemó todo lo que pudiera asociarnos con EE.UU.".
Todos los registros de los nacimientos, cuidadosamente guardados, fueron
destruidos.
Conteniendo las lágrimas, Jerry le pregunta a Kim si puede
tocar sus manos "porque estas manos sostuvieron a mi bebé y es quizás lo
más cerca que jamás estaré de mi hijo". Allí la historia podría haber terminado,
en ese pequeño restaurante de Vietnan con gente mirando asombrada a dos
estadounidenses que lloran tomados de la mano.
Pero Jerry publica las fotos de Brandy y el bebé en
Facebook y explica que está buscando a un hombre de 40 años llamado Bui.
A más de 13.000 kilómetros de distancia, en Albuquerque,
Nuevo México, un hombre de 40 años llamado Gary Bui reconoce las imágenes.
"Quiero estar
en tu vida"
Jerry vuela a Albuquerque. En el taxi que lo conduce a
casa de Gary tiembla de nervios, le acechan dudas de última hora. "¿Me
aceptará?", se pregunta. "Ha vivido 40 años esperando a un padre. ¿Va
a dejarme acogerlo? Me dijo por teléfono que se ha enseñado a sí mismo a no
mostrar sus emociones".
El taxi se detiene en la casa y la familia ya se encuentra
fuera, esperando a Jerry. "Eres demasiado parecido, eres casi como
yo", asegura mientras sale del taxi y abraza a su hijo. Se aferran el uno
al otro por una eternidad, golpeando sus espaldas y llorando. De testigos están
los dos nietos de Jerry recién descubiertos.
Poco a poco, Gary comparte su historia. Brandy, al igual
que tantas madres de hijos de soldados estadounidenses, abandonó a su bebé y
huyó por su vida, pues las tropas del Viet Cong persiguieron a las mujeres y
niños del enemigo. El bebé fue confiado a unos amigos que lo sacaron de Saigón,
para que se escondiera hasta que la caza de brujas se calmara.
"Vivíamos en la selva, en chozas de barro", dice
Gary. "Nunca había suficiente para comer". Fue amenazado por otros
niños, que llamaban a su madre prostituta. Cuando tenía 4 años fue llevado a un
orfanato y cuatro años después viajó a Nueva York como parte de un programa
impulsado por el gobierno de EE.UU. para transportar a miles de niños
amerasiáticos a Estados Unidos. Tras ser criado por padres adoptivos, Gary
mantiene copias de las mismas fotos que Brandy había enviado a Jerry.
A Jerry le atormenta la culpa. "No sabía que eras
huérfano", dice. "Siempre supuse que estabas con tu madre. Tengo
tanto que aprender".
La esposa y los hijos de Gary observan la escena con
cautela. ¿Qué se le puede decir a un repentino suegro y abuelo, desesperado por
conocerlos y quererlos?
"Sé que es tarde, pero quiero estar en sus
vidas".
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