BBC Mundo/Miércoles,
18 de septiembre de 2013
Al menos 16 presos murieron entre lunes y martes en un
enfrentamiento entre bandas de reos dentro de una de las penitenciarías más
peligrosas de Venezuela, la
Cárcel Nacional de Maracaíbo, en el poblado de Sabaneta, estado
Zulia, en el occidente del país.
Según medios locales, el incidente fue extremadamente
violento: a una de las víctimas le sacaron el corazón y a otra la
descuartizaron.
Al menos 16 muertos en motín en cárcel venezolana
Las mil y una formas de fugarse de una cárcel en Venezuela
Las mafias que gobiernan las prisiones
El hecho se dio cuando una banda, liderada por un reo
conocido como "El Mocho" Edwin, atacó a un grupo rival comandado por
otro recluso conocido como "El Ric", en una lucha por el control de la
penitenciaría.
Según la organización no gubernamental Observatorio
Venezolano de Prisiones (OVP), más de 60 presos han muerto en este presidio
este año, el cual fue construido para albergar 700 presos y que ahora tiene más
de 3.000.
El OVP afirma que en 2012 murieron casi 600 reos en
cárceles venezolanas, la cifra más alta en 14 años.
El corresponsal de BBC Mundo en Caracas, Abraham Zamorano,
fue recientemente la
Penitenciaría General de Venezuela, en una visita organizada
por el Ministerio de Prisiones, y escribió esta crónica para tratar de graficar
las duras condiciones que viven los presos del país.
Penitenciaría
General Venezuela
Los reclusos de la
PGV asistieron al desfile de los I Juegos Penitenciarios.
"¡La misma! ¡La misma!", reciben los presos al
grupo de periodistas que se adentra en la Penitenciaría General
de Venezuela. "La misma, la misma", se oye cómo se aleja como un eco
el pase de voz.
La consigna parece la forma en que los "privados de
libertad", como los llama el chavismo, se avisan de que entra un grupo
relativamente grande, los anunciados reporteros que no representan una amenaza.
Cruzar el pasillo que forman los militares y atraversar
los barrotes de la entrada de una prisión de Venezuela, como poco, inquieta.
Por las advertencias de los funcionarios del Ministerio de Prisiones minutos
antes y por su reputación de ser algo como el infierno.
Los presos, fuertemente armados, son los violentos dueños
y señores, y no suelen dudar en enfrentarse a las autoridades cuando entran
agentes para cosas como una requisa.
Cuando eso ocurre, se desata una batalla propia de una
guerra. Presos y soldados de la Guardia Nacional intercambian fuego de armas
largas. Las granadas caen sólo de un lado: del de los militares. Familiares y
mujeres aguardan desesperados, y también pueden acabar dispersados por gases
lacrimógenos.
Así ocurrió, por ejemplo, en la cárcel de Uribana en enero
de este año, donde un motín y enfrentamiento con la Guardia Nacional
terminó con 54 presos y un soldado muertos, según el recuento oficial.
Ese penal fue reabierto en abril como uno de los pocos
bajo total control del Estado dentro de sus muros. Como dicen los funcionarios
del ministerio, "con los presos uniformados, con el pelo cortado y pasando
revista (disciplinados)".
PGV
La espaciosa PGV es una excepción en el sistema carcelario
venezolano.
No es el caso de la
PGV , como se deduce de lo que afirman los funcionarios del
Ministerio de Prisiones, que reconocen que no pueden acceder a toda la
instalación, dominada por los presos, y advierten de los peligros de salirse de
las zonas que han sido aseguradas por una especie de tregua pactada con los
reclusos.
Así es que puede entrar el grupo de periodistas, poco
después de la ministra de Prisiones, Iris Varela. Así es que el eco de "la
misma", "la misma", suena más bien al salvoconducto de los
intrusos.
En 2012, las muertes violentas ascendieron a la cifra
récord de 591 reclusos, según el Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP). La
superpoblación, el hacinamiento y el desgobierno son la marca distintiva de la
gran mayoría de los 34 penales.
Según el OVP, el Estado controla sólo el 20%. Y la PGV , que fue diseñada como un
modelo de la reinserción, no es una de esas excepciones, por más que las
autoridades aseguren lo mucho que han avanzado en los últimos tiempos en el
proceso de "humanización" del centro.
Miradas
En el caluroso punto de partida del llano venezolano, el
verde paisaje que rodea la PGV
es idílico. Inevitable pensar que los cerros que rodean San Juan de los Morros
recuerdan al Pan de Azúcar, archifamoso cartón postal de Río de Janeiro.
San Juan de los
Morros
El entorno de la prisión recuerda a Río de Janeiro.
Dentro del penal, sorprenden los espacios abiertos
integrados en el paísaje. El lugar resulta llamativo por lo relativamente
limpio que está, seguramente después de haber sido preparados para la ocasión.
Lo que no resulta extraño son las miradas desconfiadas de
los reclusos. Algunos no ocultan las armas blancas, otros tratan de disimular
bultos en forma de escuadra que hacen pensar en pistolas.
Como es día de visita, rige la especie de tregua interna
que dicta la norma carcelaria, así es que los presos no hacen alarde de sus
armas. Menos, con los periodistas dentro.
Según Carlos Nieto, de la ONG Una ventana a la
libertad, dedicada a defender los derechos de la población penitenciaria, la PGV "fue una cárcel
modelo hace muchos años, proyecto de un penitenciarista muy importante que la
dotó de todo lo necesario para la reeducación".
"La última vez que fui hace como cuatro o cinco años
y estaba en ruinas. Entiendo que está en las mismas condiciones", le dijo
Nieto a BBC Mundo.
El activista relató que se trata de una excepción respecto
al resto de los presidios venezolanos al ser "una cárcel con mucho
espacio". "Hace poco salió un reportaje diciendo que los reclusos
tenían una pista de motocross con las motos de ellos, competían y apostaban
dinero", agregó.
Nieto aludió también a un documental de hace poco más de
un año sobre la violencia en Venezuela que incluye secuencias con un extraordinario
acceso a la PGV
gracias a la connivencia del "pran" (líder de la cárcel), muerto
meses después cuando ya había sido liberado.
La película muestra una situación terrible, incluso una
especie de cárcel dentro de la cárcel donde en condiciones infrahumanas viven
lo que según Nieto son "los gandules". "Son lo último que puede
haber en cuanto a condiciones", comenta.
Pero eso, de estar pasando, ocurre fuera del alcance de
las cámaras.
"¿Una llamada?"
Radiografía de
cárceles en Venezuela
Las cárceles en Venezuela tienen capacidad para 16.539
reos, pero tienen una población de 52.933 presos.
En 2012 murieron 591 presos, la cantidad más alta en 14
años.
Los tres penales más peligrosos de Venezuela son: CEPRA,
Yare I y la Cárcel
Nacional de Maracaibo.
Fuente: Observatorio
Venezolano de Prisiones
Durante nuestra visita surge la oportunidad de desmarcarse
un poco de los responsables de "cuidar" a los periodistas.
Aunque un grupo de periodistas en el interior de una
penitenciaría es algo inaudito en Venezuela y pese a lo extraordinario, los
reclusos parecían deliberadamente ignorar la circunstancia.
Ni las relativamente aparatosas cámaras o ver a extraños
tomando fotografías parecían excusas suficientes para romper esa especie de
muro transparente que separaba a los visitantes de los residentes.
Por momentos olía a marihuana. Los que no tenían la mirada
perdida y trababan contacto visual, lo hacían de forma desafiante o
desconfiada, nada invitaba a tratar de entablar una conversación, lo normal.
Sólo uno rompió ese muro invisible. Lo hizo para recoger y
devolver amablemente un bolígrafo del suelo. Con la mirada somnolienta de quien
no está totalmente sobrio y balbuceando, a las "gracias" responde con
una sorprendente petición: "Me presta el teléfono para hacer una
llamada".
La negativa, antes que nada, es fruto la insistencia de
los funcionarios del Ministerio de Prisiones en que los celulares debían ser
dejados fuera. No estaba muy claro si porque serían requisados a la entrada o
por el peligro de robo. De lo que no había duda era que si el teléfono se
perdía dentro y algún preso lo usaba para extorsionar, el dueño del aparato
bien podía terminar acusado y encarcelado.
Y aunque los periodistas no podían entrar con celulares,
los presos no tenían ningún problema en usarlos a pocos metros de la ministra y
constantemente, sin que se supiera bien de dónde venía, se oía:
"¿Aló?".
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