Los periodistas no son simplemente narradores. Algunos los
consideran instigadores, agitadores y provocadores.
En casi 25 años en este oficio, me han llamado todas esas
cosas, así como también muchas otras que no podemos imprimir en un diario para
familias.
Sin embargo, antes de que llegara el Departamento de
Justicia de Obama, nunca pensé en mí, ni en otros miembros de mi profesión,
como empedernidos delincuentes coconspiradores.
Y, sin duda, nunca pensé que algunos de mis colegas podían
ser denominados de esa manera simplemente por hacer su.
Un buen periodista también puede ser una mala influencia.
A menudo alentamos a la gente a hacer cosas que realmente no debe hacer.
Como violar acuerdos de confidencialidad que han firmado
con sus empleadores. O actuar como denunciantes para reportar algo incorrecto.
O, filtrar información delicada que el gobierno no desea que llegue al público,
práctica que el gobierno de Obama está persiguiendo.
Naturalmente, el proceso de obtener información a veces
puede ser problemático o bochornoso para los que ocupan cargos altos.
Hace unos años, hablé por teléfono con una abogada de la
oficina del procurador local. Había ejercido creciente presión con una serie de
columnas sobre presunta conducta procesal indebida y el personal de esa oficina
lo estaba sintiendo. "Ud. no comprende lo difícil que es trabajar aquí
últimamente", dijo. "¡No podemos ir al mercado sin que alguien nos
pregunte [algo] sobre lo que está en el diario!"
Pues, mala suerte. Eso es lo que separa al periodismo de
las relaciones públicas. El primero trata de obtener la verdad, mientras que en
el otro caso, se intenta presentar al cliente bajo la mejor luz posible para
que nadie lo moleste en el mercado.
El corresponsal de Fox News James Rosen un periodista de
primera. Y, por realizar su trabajo, fue denominado por el Departamento de
Justicia como posible co-conspirador delincuente por obtener y divulgar
información considerada demasiado delicada. La información provino,
presuntamente, de Stephen Jin-Woo Kim, asesor del Departamento de Estado a
quien el gobierno federal está actualmente procesando por filtrar presuntamente
material clasificado.
Y como vino inmediatamente después de la perturbadora
revelación de que el Departamento de Justicia investigó los registros
telefónicos de reporteros y editores de The Associated Press, constituye la
prueba adicional de que este gobierno ha declarado la guerra contra lo que
siempre ha sido uno de los cimientos de la democracia estadounidense —la prensa
libre.
Entre los heridos de guerra podría encontrarse Sharyl
Attkinson, reportera de CBS galardonada con un Emmy, que ha sido una espina para
este gobierno durante un tiempo. Attkinson dio a conocer el escándalo
"Fast and Furious", que involucró el permiso dado por agentes
federales para que 2.000 armas de fuego entraran en México entre 2009 y 2010.
Attkinson expresó recientemente que sus computadoras, tanto en la oficina como
en su casa, habían sido "comprometidas".
El gobierno insiste en que no tuvo nada que ver con ese
hecho. Pero los estadounidenses tienen derecho a ser escépticos.
Muchos de mis colegas se han tragado esta narrativa ridícula
de que el gobierno simplemente está tratando de impedir las filtraciones. Pero
parece, cada vez más, que lo que está realmente tratando de hacer es hostigar,
presionar e intimidar a algunos de sus críticos más vocingleros del Cuarto
Estado.
Podemos dar vueltas en torno a ese hecho. Pero negarlo es
cada vez más difícil.
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