Por: FERNANDO
CASADO/HOY
España perdió un continente… ¡La Iglesia… ganó su alma!..
Ensartados entre ronqueras aristotélicas y equívocos de un Universo
geocéntrico, el impacto inesperado de un “ser” y un “mundo” innominado
desquició las confundidas bases filosóficas del viejo continente. El español
que llega con el Descubrimiento desde aquel pretensioso “mundo” de aberraciones
lamentables viene aturdido en esa viscosa maraña de prejuicios culturales y
cerrazón religiosa, donde moraban solo “selectos” antediluvianos descendientes
de Adán y Eva. La aparición súbita de un continente inconocido trastornó los
equívocos epocales y desarmó sus arcaicos argumentos. ¿De cuál “Edén” surge
aquel “bastardo” ser americano?.
Hay más equilibrio espiritual en la formación tranquila
del indio que en el desconcierto del español aventurero. De ahí el
comportamiento socialmente inteligente y educado de Guacanagarix y la indiada,
para quienes aquellos eran, sencillamente, seres humanos similares a ellos. El
indio nunca tuvo dudas. La confusión española termina planteando el absurdo de
que el indio fuese un animal, carente de alma. Es lo que induce a tomar con
ligereza, memorias, expresiones, costumbres y rasgos culturales del primer
contacto en nuestra Española. Hemos recibido una historia acomodada y
prejuiciosa, que España ha pretendido impudorosamente imponer. Como la mentira
vergonzosa de Sevilla y sus falsos “restos de Colón”, o el absurdo irrespetuoso
de una virgen “aparecida” en mitad de una batalla para desfavorecer a los
infelices indios. ¿Cuál justicia divina encarnaría?… Nacionalizando la
maternidad bíblica, lastiman, sin rubores, la sensibilidad obligadamente
honesta de la historia… y al respeto debido a la inteligencia del hombre… si es
higiénica…. papel de lija.
Es el independentismo victorioso de Enriquillo y sus 14
años de guerra, lo que alarma y pone un punto y aparte a la conquista, ante
temores ciertos de conatos imitativos de sublevación en tierra firme.
Enriquillo desconoce, irrespeta y humilla la banalidad y estrategia de las
autoridades locales, desarmando al pragmático emperador Carlos V, forzándole a
asumir, inevitablemente, la dimensión categórica del cacique; al igual que él,
un genial y poderoso monarca, con quien hubo que tratar soluciones de igual a
igual, so pena de continuar haciendo el ridículo. El envío directo del
documento de paz desde España en manos de Barrionuevo, y su firma y acuerdo
entre ambos “monarcas” cambia y redimensiona la valoración irrespetuosa del
indio de La Española, obligando al conquistador a reformular a fondo sus
conceptos retrasados con respecto al aborigen nuestro. Indudablemente, un
fenómeno que obligó a España a redefinir los aspectos de relación básicos de la
conquista, beneficiando al indio en tierra firme.
La tambora no es
africana, viene ya insertada en la cultura aborigen.
Su presencia histórica es remotamente anterior a la aparición de las negritudes
en América. De haberlo sido, tendría que haber estado presente en la cultura
instrumental haitiana o cubana, por citar, dada la desproporcionada incidencia
africanoide en ambas. No hay tambora en el merengue haitiano y es casi
desconocida en Cuba. Ambas sociedades ignoran su cultura funcional de toque
orgánico; el cómo, técnicamente, recrear, repicar el instrumento; y más
distante aun, su tradicional y emblemático ritual de construcción. Su rigor
cuasi-religioso, místico, en la diferenciación respetuosa del encorado según el
género (chiva hembra, que no haya parido, para garantizar la extensión y evitar
destemplanza en un lado, y chivo macho del lado opuesto), resultante en dos
sonidos viscerales de intensidad y colores diferentes. El hoyuelo en su cuerpo
para que los sonidos “respiren” y trasciendan. El ajuste de los cueros bajo
presión de un aro de bejuco grueso, que calibra los sonidos y aporta a su vez
un enriquecedor y distinto repique, se establece, según el manual tradicional
de afinación, estirando los cueros, utilizando cuerdas adecuadas de cabuya
insertadas en los bordes rasgados, decorativamente abrazadas, entretejidas
alrededor del cuerpo del instrumento, de modo que, particularmente, la
tipifican y son parte de su rostro decorativo tradicional. El respeto
costumbrista al arcaico sistema, cuyas raíces laten en nuestras tradiciones
rituales taínas y criollas, es mantenido entre los artesanos de antigua
tradición, evidentemente, muy distante de la metodología africanoide.
Los tambores en la cultura negra, generalmente encorados
de un solo lado, sostenido por un aro metálico, no por cuerdas decorativas
estiradas, son usualmente afinados con aplicación de fuego desde abajo,
inducido dentro del espacio interior tubular del cuerpo del instrumento.
Generalmente asentados sobre el piso, son percutidos con las manos, sin
“palito”. Desconocemos que haya ritual alguno en su construcción, como perdura
en nuestra tambora.
Es la poderosa cultura taína la que penetró la cultura y
ritualidad esclavista. El vuduismo, emblemática y estridente expresión de
ritualidad negroide, es la más notoria entre estas incisivas influencias. El
vudú, en sus pretensiones espiritistas y teatralidad, luce calcada en el ritual
aborigen de la “cohoba”. Delata en sus “montajes” rituales, aun hoy, el uso del
“tubano” de tabaco, la utilización de maracas y la ingestión de brebajes en sus
“transportes” de teatral “elevación”. Estos clásicos símbolos culturales son
banderas históricas de la raza. “Tabaco” y “maracas” constituyen objetos
vibrantes de identidad y significación taína. “Tabaco” y “maracas” fueron
aportes conocidos en “La Española” y asimilados por las negritudes, luego del
contacto con la influencia ritualística de la “cohoba” aborigen.
La historia afirma: “Sus instrumentos musicos, eran
flautas hecha de caña, caracoles, bosinas, y unos higuerillos que desian maracas, y pequeños tamborillos, que hasian
de un calabaso largo entre dos pieles
de jutias, y otros sin pieles mayores de solo un madero hueco; cuya
desigualdad de sonidos consertavan con
algun jenero de consonancia”. (“Hist. de la Conq. de la Isla
Española, L. J. Peguero, t. I, Trasumptada de Hist. Gral. de Indias de Antonio
de Herrera Coronista Mayor de su Majestad, y de las Indias, y de Castilla”.
(p.115).
Tan categórica como trascendental afirmación salva del
olvido y establece para la historia dominicana la presencia objetiva de un
virginal antecedente básico en el arsenal instrumental aborigen en el origen de
nuestra emblemática tambora, culturalmente inobviable. El dato determina e
inserta el edénico instrumento, en sus orígenes, a la estructura básica del
traspatio cultural taíno, traspasado luego a nuestras ancestrales herencias
criollas.
Los flujos que alimentaron y sintetizaron sus raíces
culturales se remontan a grupos remotamente antecedentes ubicados en
Suramérica, que fueron diseminando su síntesis y gracia taína hacia las
Antillas. El dato que confirma históricamente la ignorada referencia aparece
inserto en “Décadas del Nuevo Mundo” de Pedro Martyr (T. II, p. 701).
Refiriéndose a los grupos Chiribichenses del Darién, no solo alude al curioso
fenotipo, antecedente lógico de nuestra “tambora”, sino, igualmente, confirma
la presencia coincidente de nuestro aborigen Mayohuacán:
“También fabrican pequeños tambores adornados con variadas pinturas, vaciando el
contenido de una calabaza o ahuecando
incluso un trozo de madera mayor que el
brazo de un hombre”.
¿Qué cosa era denominada: “calabaso”? Pedro Martyr apunta
en sus Décadas (T. I, p. 136,
Lb. III), experiencias que pone en boca de Cristóbal
Colón:
“Tienen todas esta islas una cierta clase de árbol, que
alcanza la altura de los olmos, y que produce por fruto calabazas; beben el
líquido que produce, pero no comen su pulpa, la cual es más amarga que la hiel;
la corteza es tan dura como la de una tortuga”.
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