SE DESPIDIÓ EN 2006
DE LOS ESCENARIOS, REGRESÓ DOS AÑOS DESPUÉS PARA OFRECER UN ÚLTIMO CONCIERTO EN
MÉXICO
México EFE Hasta que se apagó la voz rota con la que hizo
llorar a millones de personas en todo el mundo, la verdadera patria de Chavela
Vargas fue la rebeldía con la que destrozó un tabú detrás de otro y de la que
extrajo las fuerzas para seguir en los escenarios hasta el final.
La artista vivió 93 años llenos de intensidad, en los que
dejó más de ochenta discos y canciones interpretadas de un modo inolvidable
como "Piensa en mí" o "La Llorona", hasta que esta tarde la muerte
vino a buscarla, seguramente con la imagen de La Catrina.
El poeta Federico García Lorca fue el motivo de su último
regalo al mundo, un disco de poemas que llegó a presentar en el Palacio de
Bellas Artes de la capital mexicana, pocos días antes de cumplir 93 años de una
vida intensa, y este mismo mes en España, un país al que regresó para buscar su
alma.
Con Lorca hablaba en las noches de luna y en las mañanas
con El Chalchi, el hermoso cerro frente a la casa en la que vivió los últimos
años de su vida en la localidad de Tepoztlán (Morelos).
Era chamana,
"orgullosamente chamana", decía.
Las perpetuas gafas oscuras, el rostro arado por mil
surcos, unas piernas maltrechas que acabaron descansando en silla de ruedas y
una garganta que se perdía no consiguieron borrar la rebeldía satisfecha que
desplegaba Chavela en cada sonrisa, ni el impacto de mil puñetazos que tenía su
lengua.
Esa silla que le impidió caminar en sus años finales,
contó en uno de sus últimos actos públicos, era el tributo que había pagado a
los dioses por haber andado tanto.
"La
Chavela" brotó en Costa Rica, el 17 de abril de 1919,
pero emigró de adolescente al México de después de la Revolución, donde se
hizo amante de la pintora Frida Kahlo (1907-1954) -se declaró abiertamente
homosexual en 2000- y comenzó a cantar en los años cincuenta.
El primer éxito de su carrera, "Macorina", le
agarró en Cuba, adonde había ido para una sola actuación y se quedó dos años.
Como tantas otras -"Luz de luna", "La llorona"- la voz de
Chavela convirtió el tema en inmortal.
La mujer que bebía y retaba como un hombre -nunca quiso
ser damisela en apuros, nada más lejos de su naturaleza- y que se paseaba con
pistola, se volvió favorita de los grandes compositores mexicanos.
"Él era el único que me llamaba Isabel", dijo de
Agustín Lara, "El Flaco", cuyo legado musical guarda México con celo
extremo; de José Alfredo Jiménez tenía como favorita "Las ciudades" y
que escribía en cualquier lugar, aunque fuera en el cristal de un coche con
pintalabios.
A ambos los lloró y sobrevivió por décadas, convencida de
que los dioses se llevan pronto a los buenos y dejan en este mundo a los menos
buenos, a pesar de que Chavela hizo durante años méritos para dar con su poncho
rojo y sus huesos en brazos de la parca.
Ella, que lucía temeraria en cada actuación como un
equilibrista sobre un alambre en las alturas, comenzó a mirar abajo y a sentir
auténtico pavor ante el público que la hizo diosa, y se dejó atrapar por el
demonio de la botella.
Compró billete de ida para una singladura por el océano
del alcohol -llegó a calcular que había bebido unos 40.000 litros de
tequila- con escala en cada cantina y destino final en el boulevard de los
sueños rotos, abandonada por (casi) todos.
El viaje duró quince años, pero la rebeldía de Chavela la
llevó a luchar contra sí misma; y salió del pozo, escalando trabajosamente y
ganándose cada bocanada de aire, dejó de beber. Desde entonces, desde 1990, no
ha vuelto al trago.
Reapareció en España, en el Teatro Lope de Vega de Sevilla
(España), país con el que siempre ha sentido un amor correspondido.
El ave fénix volvió a vestir su poncho rojo y puso su voz
al servicio del público de nuevo, con el corazón atemperado por la experiencia,
y derritió con sus llamas todos los escenarios, durante más de una década y
media.
Aunque se despidió en 2006 de los escenarios, regresó dos
años después para ofrecer un último concierto en el Auditorio Nacional de
Ciudad de México, en el que logró ovaciones y aplausos, y del que tuvo que
retirarse prematuramente por su frágil salud.
En sus últimos años de vida se dejó escuchar de vez en
cuando, cuando sus achaques le dieron tregua; su última aparición tuvo lugar el
10 de julio pasado en la
Residencia de Estudiantes de Madrid, donde ofreció un
concierto raro y único del que se despidió con un "hasta luego".
Chavela estaba convencida de que su muerte iba a ser
dulce. "Así soy yo. Voy a detener mis pasos una mañana temprano, o un
atardecer, como quiera, no me cuesta", avisaba en un reciente encuentro
con los medios de comunicación en su casa.
Hizo una petición, que la despidan con esa canción popular
mexicana que tantas veces cantó e inmortalizó: "Tápame con tu rebozo,
Llorona, porque me muero de frío".
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