Agripino Núñez
Collado es la historia de la Universidad Católica Madre y Maestra, por su intervención
pasó a ser Pontificia. Tal ha sido su identificación con ese centro que la
gente le llama “La universidad de Agripino”
Por: Ángela Peña/Hoy
50 años ha sido inagotable su trajinar por el mundo para
elevar la obra de la que fue ideólogo junto a un reducido número de visionarios
del que es privilegiado sobreviviente.
Porque de los que compartieron la quimera que en su
círculo más íntimo esbozaba Hugo Eduardo Polanco Brito en 1961, tras el
ajusticiamiento de Trujillo, él es el único que se mantiene activo, ocupando la
posición más alta, siempre alerta, renovándose y remozando el preciado legado
que nació en Santiago, tímido, pequeño, y en poco tiempo se extendió a la República.
Agripino Antonio era el extremadamente delgado padre Núñez
ordenado en 1959, capellán de las monjas jesuitanas y párroco de Santa Ana, en Navarrete, que
escuchaba a su obispo comunicar a Luis Crouch, Víctor Espaillat, Alejandro
Grullón y Flavio Darío Espinal Hued su idea de fundar una universidad porque
los bachilleres del Cibao debían abandonar la familia para establecerse en la Capital y hacer carrera en
el único centro de estudios superiores existentes, la Universidad de Santo
Domingo.
Estos empresarios a los que caracterizaron sus trabajos
por el desarrollo y la educación respaldaron la inquietud del jefe diocesano
porque, además, Santiago representaba la
mitad de la población dominicana y, por tanto, la región necesitaba
formar recursos humanos no solo en carreras tradicionales sino en áreas que
demandaba el despertar del progreso tras el trujillicidio, y que no ofrecía la
hoy Autónoma.
Animado por la receptividad de los reputados hombres de
negocios y del padre Agripino, su incondicional y admirado pupilo, Polanco
Brito participó el proyecto a los demás prelados de la Conferencia del
Episcopado Dominicano: Octavio Antonio Beras, Juan Félix Pepén, Francisco Panal
y Tomás O. Reilly.
El nueve de septiembre de 1962, coincidiendo con el
natalicio del que años después sería su rector hasta el presente, se anunció
oficialmente la creación de la Universidad Católica Madre y Maestra en la
inauguración del Seminario Menor de Licey, del cual fue primer superior,
justamente, el hoy monseñor Agripino Núñez.
Polanco, que siempre advirtió en el joven cura
excepcionales dotes administrativas, capacidad dirigencial y extraordinaria
virtud en la búsqueda de recursos, lo llamó en junio de 1963 para comunicarle
que había decidido nombrarlo vicerrector de la naciente academia y que Juan Antonio Flores Santana le
sustituiría en el Seminario.
“La universidades nacieron en los monasterios, después la Iglesia ha dado gran
importancia a esa tarea educadora y con los años han florecido los centros
católicos de estudios superiores”, comenta Núñez Collado al rememorar aquel
comienzo.
Gustavo Tavares, el propietario de la afamada tienda “El
Gallo”, cedió la casa de la calle “Sully Bonnelly”, donde inició la docencia en
Educación, Derecho y Filosofía. Agripino impartió latín, derecho romano y
filosofía a Juan Guillermo Franco, Rafael Cáceres, José María Hernández,
Mercedes María Estrella, Ligia Minaya, Rubén Espaillat, Luis Mora, Bernabé
Betances, entre otros que fueron sus primeros discípulos.
Espinal Hued, Porfirio Beras, Vanessa Vega de Bonnelly,
los sacerdotes Vicente Rubio, Euribíades Concepción, Felipe Arroyo y José María
Blanch estuvieron entre los originales profesores que recuerda Núñez Collado.
Salvador Iglesias Baher, rector de la Universidad de Santo Domingo en aquel momento,
les ofreció cooperación y auxilió en la
preparación de los estatutos. Luego sería vicerrector académico de la que al
poco tiempo comenzó a ser llamada Ucamayma, porque sus siglas eran UCMM.
Agripino Núñez Collado evoca con lucidez asombrosa esos
comienzos, cita personas, obstáculos, reuniones, viajes, organismos, acuerdos,
como si los inicios de ese medio siglo se estuvieran produciendo en el momento.
No se agota, compara los montes entonces invadidos de
malezas con estos caminos de hoy, deslumbrantes, bordeados de rojos coralillos,
ruidosos chachases, pinos, palmas, acacias, framboyanes y los recorre afectuoso
y querido escuchando inquietudes de estudiantes, compartiendo proyectos de
profesores, atendiendo solicitudes de su feligresía que no solo va a sus
parroquia y capilla universitarias a escuchar misa y orar sino a ejercitarse,
como él, en el que es uno de los más bellos campus de América Latina.
Comparte el sacerdocio con las labores institucionales extendidas al Distrito
Nacional, y aun así, le alcanzan horas para mediar en conflictos sociales,
laborales, políticos.
Él es la historia de la Madre y Maestra
que por su intervención pasó a ser Pontificia. Y tal ha sido su
identificación con este centro de estudios y sus avances que el pueblo le llama
“La universidad de Agripino”.
“Yo tengo que aprender”.
Cuando le designaron rector del Seminario se propuso ser un auténtico
líder pastoral, guía espiritual de seminaristas que todavía reconocen sus
talentos como director. Pero al nombrarlo vicerrector se planteó: “Tengo que
aprender cómo se maneja una universidad”. Con esa meta conoció sistemas
educativos de Estados Unidos, Israel, Alemania, Gran Bretaña, Francia, España, Medellín, Notredame…
Después comprobó que tenía muchas ideas pero ni terrenos,
edificios ni recursos económicos y ahí empezó diferentes gestiones que no se interrumpieron
ni con el estallido de la
Guerra de Abril de 1965 cuando debieron sacar en helicóptero
al padre Robert Henly, uno de sus generosos bienhechores de ese tiempo,
jesuita, vicepresidente académico de la Universidad de Saint Louis que a pesar de la
partida veloz e imprevista le invitó a Washington para que presentara sus aspiraciones ante la Agencia Internacional
para el Desarrollo, lo que derivó en la colaboración de un millón de dólares
para ciencias básicas, planificación del campus, biblioteca.
Cada nueva facultad o departamento, los grupos
especializados que regresaban a compartir con el nativo sus especialidades, las
becas, los provechosos créditos educativos, demandados egresados, misiones,
fracasos, residencias y residentes, la transformación del Santiago anterior a la UCMM son narrados por
monseñor Agripino rememorando con detalles esos 50 años de entrega y
sacrificios en los que siempre ha visto interceder la Providencia.
Vivió la dolorosa crisis de 1971 cuando estudiantes y
profesores ocuparon uno de dos edificios existentes y se interrumpió la
docencia, y muchos otros que han salvado su sagacidad o tolerancia. Gobernantes
que han dado, como Héctor García Godoy, o que han quitado, como Salvador Jorge
Blanco. Y los que han apoyado con actitudes a favor, como hizo Balaguer en los
70 ofreciendo el aval del Gobierno para un préstamo del BID. El sector privado,
afirma, ha sido generoso cada vez que hemos acudido, no solo el de Santiago
sino de todo el ámbito nacional.
Para vencer y haber llegado ileso y feliz a este
significativo aniversario, Núñez Collado tiene socias: “Cuando la situación ha
parecido más difícil me pongo en manos del Señor y hago oración, pero también
tengo unas aliadas incondicionales: las Hermanas Carmelitas de Clausura. Les pido
que recen por una intención”. Pero además de rezar personalmente, dice no esperar que el milagro ocurra por los
ruegos. Aunque deposita toda su confianza en Dios, confiesa que “hay que poner
tal diligencia como si todo dependiera de nosotros”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario