Por John Otis/dialogo-americas.com
BOGOTÁ,
Colombia – Habiendo aprendido de los errores cometidos por el capo Pablo
Escobar, los narcotraficantes colombianos suelen mantener un perfil bajo: jeans
Levi’s en vez de trajes de Armani, autos Toyota en vez de Ferrari, vuelos de
línea en vez de aviones privados.
Pero
Camilo Torres, requerido en Estados Unidos por narcotráfico, rompió todas las
reglas.
El
1 de julio, la policía colombiana realizó una redada en una fastuosa fiesta de
bodas que se prolongó toda una semana, en un lujoso hotel de una isla
colombiana, y de la que participaron 200 invitados, entre ellos decenas de
bandas, estrellas de telenovelas, modelos y prostitutas. El anfitrión era
Torres, un miembro de alto rango de la organización del narcotráfico los
Urabeños.
Torres,
de 37 años, acababa de contraer matrimonio y estaba bailando con su novia
cuando la policía irrumpió en la bacanal en la sexta noche de festejos, y
detuvo al novio. Los invitados estaban tan ebrios que no se dieron cuenta de
que se trataba de un operativo policial.
“Fue
lo más raro que vi en diez años de perseguir a los narcos", declaró uno de
los policías al semanario Semana de Bogotá. “Aún cuando estábamos
armados y llevábamos uniforme, la gente aplaudía. Pensaban que estábamos
disfrazados y que era parte del espectáculo”.
Fotos
de la fiesta muestran a Torres cantando junto a artistas de rap. En otras, se
observan fuegos artificiales y varios actores colombianos de poco renombre
posando junto a grandes letras rosas que forman la palabra "AMOR".
La ‘Isla de la Fantasía’ trae recuerdos del cártel de Medellín
La
fiesta se realizó en el Hotel Punta Faro, en la isla de Múcura, ubicada en el
golfo de Morosquillo. Una habitación allí cuesta entre US$300 y US$700 la
noche. Los medios de comunicación locales apodaron a este atolón tropical la
“Isla de la Fantasía”.
Las
noticias y las fotos de la celebración causaron gran revuelo en Colombia, en
parte debido a que los festejos trajeron recuerdos de los días cuando los
cárteles de Medellín y de Cali reinaban en el submundo de la cocaína y hacían
ostentación de su opulencia.
El
escritor Mark Bowden, que describe aquella época en “Matar a Pablo”, su libro
sobre Pablo Escobar y el cártel de Medellín, escribió que todos los zares de la
cocaína eran dueños de mansiones, limusinas, autos de carrera, helicópteros y
aviones privados, ropa fina y obras de arte extravagante. “Era una vida muy
superior a la que cualquier colombiano jamás hubiera visto", relató.
En
1979, por ejemplo, Escobar compró un rancho de 3.000 hectáreas
bautizado con el nombre de Hacienda Nápoles. El capo narco construyó un
aeropuerto, un helipuerto, seis piscinas y lagos artificiales, y ornamentó su
propiedad con cientos animales exóticos, como elefantes, búfalos, leones,
rinocerontes, gacelas, cebras, hipopótamos, camellos y avestruces.
“La
mansión fue equipada con todos los juguetes y extravagancias que el dinero
pudiera comprar", escribió. "Pablo podía albergar a cien huéspedes al
mismo tiempo... En la entrada principal había un automóvil sedán de la década
de 1930 salpicado con agujeros de balas que, según Pablo, había pertenecido a
Bonnie y Clyde. Nápoles fue una combinación escandalosa de lo erótico, lo
exótico y lo extravagante”.
Los narcotraficantes de hoy en día mantienen un perfil más bajo
Pero
por vivir a lo grande y recurrir a la violencia extrema para mantener su
riqueza y poder, Escobar se volvió el blanco más prominente tanto para las autoridades
estadounidenses y colombianas como para los traficantes rivales. Desde la
desaparición de los cárteles de Medellín y Cali en la década de 1990, los jefes
del narcotráfico que siguieron, redujeron considerablemente su estilo de vida.
Esto
se debe en parte a que ya no son tan influyentes. En la última década, las
organizaciones colombianas han sido desplazadas por los cárteles mexicanos que
se hicieron cargo de las rutas de distribución de droga hacia Estados Unidos,
la parte más lucrativa del negocio. Como resultado, existe mucho menos dinero
proveniente de la droga en la economía colombiana.
Alejandro
Gaviria, decano del Departamento de Economía de la Universidad de los Andes, en
Bogotá, estima que el comercio ilegal de droga representa en la actualidad
aproximadamente el 2,5% del producto bruto interno de Colombia, en comparación
con el estimado 4% del PBI de la época en que los cárteles de Medellín y Cali
dominaban el negocio.
Pero
más allá de la lógica financiera, un bajo perfil resulta más seguro y es a
menudo más efectivo. En vez de asesinar a funcionarios públicos, por ejemplo,
los traficantes prefieren ganárselos mediante extorsiones. En vez de mansiones,
algunos viven en barrios de clase media, se trasladan en taxi y son
virtualmente desconocidos para el público colombiano y hasta para las
autoridades antinarcóticos.
Es
por eso que Torres, conocido por el llamativo seudónimo de
"Fritanga", parece ser un caso tan atípico.
“Era
un traficante experimentado", explicó un investigador de la policía.
"Por eso sorprende que pudiera cometer un error tan grosero como lo es
ofrecer una fiesta como si fuera un famoso capo narco, algo que no se veía
desde la década de 1980. Si no hubiese organizado esta fiesta, no lo habríamos
atrapado".
'Fritanga' enfrenta extradición a Estados Unidos
Si
bien no era un capo de la droga, Torres era un miembro importante de los
Urabeños, una organización delincuente que controla muchas de las rutas del
tráfico de cocaína en la zona norte de Colombia. Las autoridades de ese país
sostienen que su rol era ayudar en el traslado de la droga por Centroamérica,
en parte, tras obtener información de navegación de la Armada de Colombia, para
evitar que las lanchas cargadas de cocaína fueran interceptadas.
Torres
fue capturado por delitos vinculados a las drogas en 2008 pero fue liberado
tiempo más tarde. Luego se mantuvo alejado de las autoridades colombianas tras
simular su muerte en 2010 y convencer a un burócrata del gobierno de que
falsificara su certificado de defunción.
Otra
señal de su importancia es que siete ciudadanos estadounidenses fueron
detenidos en la fiesta, entre ellos cinco de Puerto Rico, punto clave de
recalada para los cargamentos de cocaína de Colombia destinados a EE.UU.
“La
presencia de extranjeros en la boda podría ser otro indicio del estatus de
Fritanga en la red de negocios de los Urabeños", se indica en un análisis
publicado por el centro de estudios de Colombia Insight Crime. “Ya existen
algunas señales de que Fritanga tenía una influencia significativa sobre las
autoridades colombianas; hasta pudo falsificar un certificado de defunción, con
la aprobación de un notario público y un médico en 2010".
Tras
su captura, Torres enfrenta la extradición a Estados Unidos, acusado de tráfico
de cocaína por Centroamérica y México, hasta territorio estadounidense.
Mientras era llevado esposado, y tras haber gastado aproximadamente US$1,4
millones en su boda, Torres parecía inmutable y gritaba a los presentes:
"Seré su amigo for ever".
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