Valeria Perasso/BBC Mundo, Cono Sur
Dilma Rousseff será la encargada de dirigir los destinos de uno de los mayores países del mundo. Más precisamente, la octava economía del planeta, que por primera vez tendrá a una mujer al frente por un período de cuatro años.
La mandataria electa de Brasil estrenará 2011 en el sillón de mando, después de que Luiz Inácio Lula da Silva, su antecesor y padrino político, le entregue las insignias presidenciales en una ceremonia a la que asistirán representantes de América Latina y Estados Unidos.
Rousseff, de 63 años, tendrá sobre sus hombros una herencia pesada: la de sostener la proyección internacional, la solidez democrática y el crecimiento económico alcanzado en los ocho años de Lula en el poder.
Empieza con el pie derecho, según los analistas: cuenta con un 73% de aprobación en su ingreso al Palacio de Planalto, tal como revelan encuestas ciudadanas. Pero también recibe una lista de deudas por saldar si quiere sostener el apoyo de los brasileños en el largo plazo.
Sello propio
La era Rousseff será, al menos en los papeles, una gestión de continuidad, en la que el oficialista Partido de los Trabajadores (PT) consolide su liderazgo frente a una oposición debilitada, tras las elecciones del pasado octubre.
La designación de sus ministros parece confirmarlo: de los 25 que hay en funciones, hay 11 designados por Lula que permanecerán en el gabinete.
Lula ha sido el responsable de construir la figura política de Rousseff para elevarla a la categoría de presidenciable y muchos intuyen que el mandatario saliente seguirá gravitando en la primera plana del poder.
"Dilma fue una creación de Lula, por eso la interferencia en la formación de ministerios se hizo casi inevitable. Pero cuando Dilma empiece a tomar sus decisiones, la influencia de Lula irá disminuyendo", opina ante BBC Mundo William Gonçalves, profesor de la Universidad Federal Fluminense.
Uno de los desafíos para la nueva presidenta será, precisamente, encontrar el balance entre el rédito político que le da la cercanía con el carismático Lula –que se va con el 87% de respaldo popular- y la necesidad de construirse como una líder por derecho propio.
"Al principio de la gestión esa dependencia puede ser positiva, pero eso no puede extenderse mucho en el tiempo. Va a tener que desarrollar una fórmula con algunas marcas distintivas para su gobierno", coincide el analista político Vicente Palermo.
Parte de su impronta podría construirse mediante el ejercicio de la negociación, del que Lula no hizo gala, dentro y fuera de su partido. El de Rousseff se intuye como un gobierno de perfil más bajo que el de su antecesor, pero –al decir de los expertos- más integrador.
Fantasma económico
La posición de Brasil como potencia emergente pone en primera línea las obligaciones económicas a las que Rousseff deberá atender.
La mujer tiene en este terreno una fortaleza técnica que podría compensar su falta de fogueo político: es economista de profesión y ha ocupado cargos gubernamentales en los que ha cimentado fama de pragmática y eficiente.
El país que recibe ha encontrado la fórmula del crecimiento sostenido con inflación controlada, aunque la mandataria deberá estar atenta: el índice de aumento de precios fue de 5,2% en 2010, por encima de la meta que se había impuesto el gobierno.
Tampoco la expansión promete ser la misma. Los observadores anticipan que Brasil desacelerará su crecimiento del 7,5% alcanzado este año a un 4 o 5%.
"La receta es controlar el gasto público, que ha sido muy alto. Es necesario frenarlo para impedir el avance de la inflación y aumentar la tasa de inversiones, que es baja para permitir crecimiento sostenido", receta Rubens Barbosa, analista político y ex funcionario, en diálogo con BBC Mundo.
También, señala el experto, garantizar la competitividad de los productos brasileños en los mercados internacionales, que están perdiendo terreno por el llamado "costo Brasil", el encarecimiento desmedido de los procesos de producción nacional.
Más clase media
El mercado interno, en cambio, muestra una solidez irrefutable, consecuencia de uno de los grandes logros de los que se jacta la gestión de Lula: la expansión de la clase media, que en los últimos años ha integrado a 30 millones de brasileños más, que superaron la línea de pobreza.
Para ellos gobernará Dilma –como la llaman sus compatriotas, sólo por su nombre de pila-, quien ha anticipado que quiere hacer de Brasil "un país de clase media".
Sin embargo, la deuda social de Lula también será heredada por su ahijada política. El país tiene altos índices de analfabetismo (sólo se redujo en dos puntos en los últimos siete años y es de casi 10%, lo que significa que hay 14 millones de brasileños que no saben leer ni escribir) y una desigual distribución de la riqueza.
Para cumplir con sus promesas de campaña, la mandataria continuará impulsando planes sociales, como el popular Bolsa Familia, un subsidio para grupos familiares de bajos recursos.
La meta es lograr que el ingreso per cápita se equipare con el de otros países, cuando Brasil ocupa el puesto 72 en el ranking del Banco Mundial detrás de países como Argentina o México pese a ser la octava economía del planeta.
Bajo la lupa
En tanto, la mirada de "los de afuera" ha adquirido otro peso en un país que ha ganado voz y voto en la primera línea del concierto internacional. Por eso, otra de las cuentas pendientes es dar respuesta a conflictos internos del pasado y el presente según los estándares que imperan para las grandes potencias.
Las sanciones a abusos de los derechos humanos es una de ellas. Días atrás, la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA) condenó la ley de amnistía que impera en el país, por la cual no se han juzgado a los responsables de torturas y desapariciones durante el último régimen militar (1964-1985).
El fallo del tribunal internacional plantea un desafío para la mandataria entrante, que podría sostener un discurso de reconciliación más que impulsar los procesos judiciales. Otros, en cambio, creen que Rousseff es la persona idónea para generar un cambio en este terreno, ya que ella misma fue activista de izquierda y víctima de torturas durante el gobierno militar.
También los brotes de violencia –como los ocurridos en Río de Janeiro en noviembre- atrajeron la atención internacional, cuando el país busca consolidar su imagen de cara al Mundial de Fútbol 2014 y las Olimpíadas 2016, de los que será anfitrión.
"El aumento de la violencia es una consecuencia del aumento del narcotráfico. La violencia urbana es un problema muy presente, muy visible, que debe ser abordado", considera Barbosa.
Política internacional
En el plano internacional, Brasil deberá definir otra cuestión contenciosa: la posición frente a Irán y su programa nuclear, después de que Lula intentó asumir una mediación activa en las negociaciones entre Teherán y las potencias occidentales.
Dilma ya ha dado señales de que el vínculo con Irán tomará otros rumbos, por considerar que Brasil no debe dar apoyo a países que no respetan los derechos humanos con prácticas como la lapidación de mujeres adúlteras.
"La gestión de Lula se basó en la autodeterminación: que Irán resuelva sus problemas internos. Ese estilo creo que cambiará, habrá más atención y sensibilidad ante las cuestiones internas, sobre todo aquellas que generen controversia en el ámbito internacional", anticipa el académico Gonçalves sobre la diplomacia que comienza a delinearse en Brasilia.
Todos coinciden, sin embargo, en que la "dama de hierro" mantendrá dos rasgos clave de su antecesor: el pragmatismo político y la convicción de que Brasil está para cosas grandes. El carisma, en cambio, no se hereda y la primera mujer presidenta en el Planalto deberá comenzar a construir el vínculo con sus 190 millones de compatriotas con sus propias armas, tan pronto reciba la banda de mando.
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