jueves, 16 de septiembre de 2010

La inseguridad ciudadana

José Miguel Soto Jiménez

¿Cuál debe ser el tamaño exacto de nuestra paciencia? ¿Cuál debe ser el límite de nuestro aguante? ¿Tiene que ser aún más duro y resistente el material de la comprensión y la condescendencia? En ocasiones, la ausencia del clamor ciudadano y de la indignación pública, la apatía y la insolidaridad apañan las inconductas, así como la falta del accionar cívico para sacudir el ánimo nacional, facilita el curso nefasto de los acontecimientos.
.¿Será que nos hemos acostumbrado a la resignación de sufrir el despropósito y que ciertamente hemos llegado a pensar que todo está perdido y que nuestra causa nacional está condenada de antemano? Debemos de tener cuidado y nunca permitir acostumbrarnos a estas barbaridades de la violencia, confiando en que “el va llover no moja”, porque hemos visto impávidos cómo la inseguridad ha ido creciendo ante nuestros ojos, al parecer hasta estar ganándole la guerra a las autoridades, logrando “encuevar” a los ciudadanos decentes, llevándolos a las últimas trincheras del miedo.

Hay malos dominicanos que cegados por la politiquería apuestan al caos y a ese maldito dejar hacer cómplice, postergando o vendiendo soluciones a la luz de los tiempos electorales y su dinámica.

Componiendo y descomponiendo el mambo al mismo ritmo del “quítate tú para ponerme yo”, no para cambiar nada, sino para dejar las cosas como están.

El viejo grito ese de “¡se jodió bayajá!”, entre pesar y conformismo, parece cobrar tremenda actualidad cuando “la isla huele a desastre” y a nuestras viejas calamidades hijas de la pobreza, hay que agregar ahora el incremento de nuestra inseguridad ciudadana hasta alcanzar mas allá de las fronteras del asombro y el espanto los límites macabros del terror, que parece no tener reparos ni discriminaciones.

Poco a poco, hemos entrado en el chantaje del temor, buscando seguridad particular, tomando previsiones especiales, cuando se ha ido perdiendo la confianza en las autoridades.

Cautela en salir de los hogares o llegar a ellos... Temor de circular libremente.

Nos han metido en nuestras casas como si nos recluyeran en un fortín no muy seguro, y el temor por los hijos, patético en esa llamada de la eventualidad que rogamos no recibir, o donde el patrimonio mismo ha quedado relegado ante la eventualidad de perder la vida a manos de un desalmado.

Lo tolerable tiene que tener la magnitud de nuestra sensatez, porque si no nos enojamos o reaccionamos por la situación, entonces tenemos que concluir que somos una sociedad gravemente enferma, con una patología psicosocial aquejada por el envilecimiento y la abyección producto de la apatía y la indiferencia.

El asunto, por la recurrencia de los casos, su gravedad y sobre todo, por los indicios patéticos de que existe toda una estructura del crimen organizado, reclama más que la expresión de preocupación la movilización de todos los sectores de la sociedad para exigir a las autoridades medidas efectivas mas allá de la demagogia y la publicidad, para enfrentar y poner fin a este carnaval macabro que pretende amenazarnos a todos, como si fuéramos rehenes de nuestra falta de beligerancia.

El asunto va más allá de enfrentar rigurosamente y reprimir dentro del marco de la ley y sin abusos esta grave amenaza al sosiego ciudadano, sino de disuadir el delito con una postura oficial donde los enemigos del país no encuentren el menor resquicio ni amparo en los malos ejemplos.

La cuestión no es ya para preocuparse, sino para ocuparse de buscar soluciones que brinden seguridad al pueblo dominicano que parece entregado a su propia suerte en una especie de “sálvese quien pueda”, o el grito aquel de que “¿y ahora, quien podrá defendernos?”.

Se trata de no politizar el reclamo, y no prometer que cuando lleguemos al poder se acabó la vagamundería.

Se trata de unirnos en un solo cuerpo para movilizar las fuerzas vivas de la nación en una gran cruzada por la seguridad.

Cruzada cívica para invocar la seguridad, para demandar un servicio que no es un regalo de ningún gobierno, sino una obligación de todos los gobiernos, y que todos los ciudadanos pagan.

Una gran cruzada para decirle a los delincuentes y criminales apertrechados en nuestro coraje moral, que no tenemos miedo, que estamos dispuestos a enfrentarlos, cerrarles el paso y vencerlos defendiendo al país.
¡Hay que volver a Capotillo!

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