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Sólo invoco que se respete
la Constitución, para que un mal ejemplo de hoy no se convierta en la excusa o
la justificación del mañana; y que todo lo construido hasta hoy, con el
esfuerzo laborioso de todos los dominicanos y dominicanas, se destruya, por las
ambiciones irrefrenables de poder.
SANTO DOMINGO, República
Dominicana.- El ex presidente Leonel Fernández, presidente del Partido de la
Liberación Dominicana, declaró en su discurso de este lunes en la noche que
desde que salió del gobierno ha sido objeto de una campaña de descrédito
dirigida a destruirlo moralmente. Aseguró que ese propósito no se ha logrado
porque es una persona que confía en Dios y todos los días pone su confianza en
el creador. Estas fueron sus palabras, sin identificar a los autores de los
agravios:
En cuanto a mí respecta,
se que desde que culminó mi última gestión de gobierno, en el 2012, he estado
en el ojo del huracán de intereses en conflicto y ambiciones desmedidas de
poder, que han procurado hacer mi voz irrelevante en el escenario político
nacional.
De manera sistemática,
como tal vez nunca antes ocurriera con figura pública alguna en la vida del
país, se ha intentado degradarme, deshonrarme y hacerme añicos. No se ha
logrado, ni se logrará, pues como dice la palabra, nadie que ha confiado en
Dios ha quedado defraudado.
El
discurso completo de Leonel Fernández, a continuación:
Pueblo
Dominicano:
Me dirijo a ustedes esta
noche porque estoy consciente que debido a las tensiones suscitadas por el
intento de reformar la Constitución de la República con el propósito de hacer
posible la reelección presidencial, hay mucha intranquilidad y nerviosismo en
distintos sectores de la vida nacional, y mucha angustia y ansiedad dentro de
las filas del Partido de la Liberación Dominicana.
Lo primero que debo decir
al respecto es que contrario a la percepción que ha querido crearse, mi
observación a la referida reforma constitucional no obedece al hecho de que sea
un ambicioso, un mezquino o un obstinado que desafía todos los obstáculos , aunque
las circunstancias, supuestamente, no le favorezcan.
Nada más descabellado. Mi
observación no obedece a razones tan innobles. Resulta, más bien, de una
convicción; de valores y de principios que he sustentado con mi propia conducta
o proceder, a lo largo del tiempo, cuando requerido por la dinámica de los
acontecimientos, he tenido que adoptar decisiones sobre el particular.
Por ejemplo, muchos
recordarán que durante mi primera gestión de gobierno, allá por el 1998, el
presidente del Senado, Amable Aristy Castro, del Partido Reformista Social
Cristiano, me hizo pública la propuesta de reformar la Constitución de la
República a los fines de hacer posible la reelección presidencial.
El senador Aristy Castro
incluso me visitó a mi casa para persuadirme de la necesidad de realizar la
susodicha reforma. Al senador Aristy Castro le agradecí su gesto de confianza
hacia mi persona, pero inmediatamente le expresé mi desacuerdo con su proyecto
de reforma constitucional.
Pero el senador reformista
no se daba por vencido. Poco tiempo después volvió, pero esta vez acompañado
del Dr. Donald Reid Cabral, quien también se sumó a la causa de la necesidad de
la reforma del texto sustantivo de la nación.
A ambos les reiteré mi
negativa, pero había tal vehemencia y ardor en sus planteamientos que me
pidieron visitar al Dr. Joaquín Balaguer, para escuchar directamente de sus
labios el mensaje que me habían estado transmitiendo.
Visité a la legendaria
figura de la política dominicana y hombre poseedor de una cultura enciclopédica,
en su residencia de la Avenida Máximo Gómez No. 25. Allí conversamos sobre
diversos tópicos, pero muy especialmente sobre el tema que nos concernía: el de
la reforma constitucional para viabilizar la reelección presidencial.
Escuché con gran atención
e interés al viejo zorro de la política discernir sobre la inevitabilidad de
modificar nuestra Carta Sustantiva, en razón de las graves amenazas de
inestabilidad y retroceso que se cernían sobre el país ante la posibilidad de
que la oposición saliese triunfante en las urnas.
En todo caso, lo que le
manifesté, en medio de la gratitud y el respeto, fue mi desacuerdo,
fundamentado en el hecho de que no me parecía aconsejable modificar la
Constitución para beneficio propio; y en razón de que la última vez que en la
historia de la República se había intentado hacer, en la época de Horacio
Vásquez, le abrimos las puertas a la larga tiranía de Rafael Leónidas Trujillo.
Mis argumentos no le
parecieron convincentes. No estuvo satisfecho con mi decisión, pero finalmente
la aceptó. Acordamos mantener la comunicación ante cualquier otra eventualidad.
Nos dimos un fuerte abrazo; y finalmente, nos despedimos.
Como siempre, tomé la
decisión que entendía correcta, guiado por mis principios. Años más tarde, con
el apoyo de más de dos millones de votantes, por primera vez en la historia
electoral de la República Dominicana, sin tener que haber modificado la
Constitución, retornamos al poder en el 2004.
Con este triunfo del
pueblo dominicano, desde el gobierno logramos recuperar la confianza, que
estaba completamente perdida. Se redujo la tasa de cambio, que de 57 pesos por
cada dolar, se colocó, de manera inimaginable, a tan solo 28 dólares por cada
peso. La inflación bajó. La economía se estabilizó y volvió a crecer por encima
del 7 por ciento del Producto Interno Bruto. Se generaron nuevos empleos. Se
aplicaron, de manera activa y eficiente, políticas sociales que hoy son ejemplo
para toda la región; y se disminuyó, en forma significativa, el nivel de
pobreza.
Como consecuencia de esos
logros, obtuvimos, nuevamente, el respaldo mayoritario del electorado en los
comicios de medio término del año 2006. En esa oportunidad, conquistamos, por
vez primera, como Partido de la Liberación Dominicana, el mayor número de
Senadores, Diputados y Alcaldes en el espectro político nacional.
Debido a esa resonante
victoria, proclamé que la ruptura histórica experimentada con el golpe de
Estado contra el gobierno del profesor Juan Bosch, en el 1963, se había vuelto
a reencontrar con el triunfo de las fuerzas peledeístas en el 2006.
Entonces afirmé que el
boschismo había vuelto a ser mayoría en la República Dominicana, y que esa era
la ocasión precisa para continuar la Revolución democrática institucional que
el líder y fundador de nuestro glorioso Partido de la Liberación Dominicana,
profesor Juan Bosch, el más agudo pensador y analista político nacional, había
iniciado desde sus luchas en el exilio y tras la muerte de Trujillo.
En razón de que la
Constitución fue modificada en el 2002 por mi antecesor, no tenía ningún
impedimento constitucional ni legal para presentarme a un segundo mandato
consecutivo en el año 2008. Así lo hice, obteniendo nuestro Partido de la
Liberación Dominicana un nuevo triunfo, a pesar del impacto de la crisis
económica global, que condujo a un incremento inusitado de hasta 147 dólares el
barril de petróleo, y a alzas desmesuradas del precio de los alimentos, fruto
de la especulación financiera de contratos a futuro de productos básicos.
El 2010 fue memorable. En
esa ocasión, todo el mapa electoral de la República Dominicana fue teñido de
morado. Se había logrado lo que nunca antes organización política alguna había
alcanzado en la historia política de la República Dominicana: haber ganado 31
de de las 32 provincias del país.
Todo eso, naturalmente,
era posible por la estabilidad, el crecimiento, el desarrollo, el progreso, la
modernización, la institucionalización y el bienestar que venía experimentando
nuestro país, bajo la conducción del Partido de la Liberación Dominicana.
Los representantes de
organismos multilaterales, las delegaciones diplomáticas acreditadas en el
país, las agencias calificadoras de riesgo, los diversos núcleos empresariales,
los dirigentes sindicales, los visitantes extranjeros y los compatriotas que
retornaban al lar patrio, todos sólo expresaban palabras de encomio y de
asombro frente a los cambios que se erigían ante sus ojos, como testigos de
excepción.
Y así, de esa manera, las
agujas del reloj se movían de manera indetenible hacia la celebración de nuevos
comicios presidenciales en el 2012. Pero desde un año antes, en el 2011, la
efervescencia de la campaña empezó a sentirse. Se realizaban distintos actos en
favor de una nueva reelección. Las diversas encuestas que se hacían, nos
colocaban como favorito para ganar en primera vuelta.
Como parte de esos
eventos, 27 Senadores me giraron una visita al Palacio Nacional sólo con el
propósito de expresarme su solidaridad y apoyo ante cualquier decisión que
adoptase con respecto al tema de la reelección. Igual ocurría con la mayoría de
los Diputados y Alcaldes de nuestra organización política, quienes querían
arrimar sus hombros y hacer causa común conmigo ante la eventualidad de una nueva
candidatura presidencial.
Finalmente, aconteció lo
insólito. Se celebró un solemne, apasionante y masivo acto en el Centro
Olímpico Juan Pablo Duarte, para hacer entrega de 2 millones 400 mil firmas de
ciudadanos, en el que se nos solicitaba aceptar una nueva candidatura a la
Presidencia de la República por el Partido de la Liberación Dominicana.
A pesar de todo el apoyo
manifestado, de los grandes encuentros realizados y de todos los testimonios de
respaldo, lo que hice fue pronunciar un discurso en el que expresé mi
preocupación en el sentido de que si intentase responder positivamente a las peticiones
de diversos sectores en favor de una nueva candidatura presidencial en el año
2012, se estaría reproduciendo una antigua y rechazada práctica histórica
nacional de pretender perpetuarse en el poder.
No es esta la primera vez
que lo digo. Eso lo expresé en el 2011, cuando tenía un respaldo abrumador,
dentro y fuera de nuestro Partido; y cuando todas las encuestas señalaban que
ganaría en primera vuelta con porcentajes parecidos a los de elecciones
anteriores.
A pesar de todo eso, no
cambié la Constitución para reelegirme. No l o hice en el 1998, cuando me
pedían a voz en cuello que me amarrara los pantalones; ni lo hice en el 2011,
cuando no claudiqué, ni ante el reclamo de las multitudes, ni ante los números
de las encuestas.
La razón era muy sencilla.
No lo hice por mi profundo respeto por la Constitución de la República; y por
mi inocultable temor de que la democracia, por la que tanta sangre se ha
derramado, fuera a sucumbir una vez más.
En el 2012 hice fue lo que
me correspondía hacer, tanto por mi condición de Presidente del Partido de la
Liberación Dominicana, como por lo que me dictaba mi propia conciencia, que era
apoyar en cuerpo y alma a nuestro candidato presidencial, compañero Danilo
Medina, a los fines de que pudiera coronar con éxito sus aspiraciones de subir
las escalinatas del Palacio Nacional.
Nuestro candidato estaba
25 puntos por debajo en las encuestas. Pero decidimos trabajar unidos, como
corresponde siempre dentro del Partido de la Liberación Dominicana. Creamos
tres frentes de batalla. Recorrimos todo el territorio nacional. Concitamos,
una vez más el apoyo nacional; y volvimos a ganar en primera vuelta.
Sé que en determinados
círculos de opinión se sostiene el argumento de que el propósito de la reforma
a la Constitución del 2010 fue el de rehabilitar mis posibilidades de retorno
al poder. Nada más incierto. La reforma constitucional del 2010 no se hizo con
esa finalidad.
Al revés, esa fue una
reforma integral, pactada con todos los sectores de la vida nacional, mediante
un mecanismo de consulta popular, como no se había hecho nunca en la historia
nacional, que abarcó la casi totalidad de la Carta Sustantiva, motivo por el
cual muchos abogaban que se hiciese bajo la forma de una Asamblea
Constituyente.
En lo concerniente al actual
sistema de elección presidencial, no fue mi criterio el que prevaleció. Fue el
de otras fuerzas que consideraron que era más adecuado volver al modelo
alternativo de la Constitución del 1994, que continuar con el mecanismo
impuesto en la reforma del 2002.
Pero mi desapego y
desinterés por ocupar cargos no proviene únicamente de haber desestimado en dos
ocasiones reformar la Constitución para reelegirme. Eso viene de muchos años
atrás, cuando, por ejemplo, en el 1986 fui escogido como Diputado por el Distrito
Nacional, y a pesar de haber sido despojado injustamente de esa elección, no
presenté un solo motivo de agravio ante las autoridades de nuestro Partido.
Lo mismo volvió a ocurrir
en el 1990. En esa ocasión se me pidió , nueva vez, abandonar la boleta como
eventual candidato a Diputado por el Distrito Nacional, porque, supuestamente,
se tenía previsto que ocuparía la función de Canciller de la República, en el
caso hipotético de un triunfo en las urnas.
Luego de los
acontecimientos que frustraron la llegada al poder de nuestra organización en
esas elecciones, un compañero, tal vez con el propósito deliberado de
zaherirme, en tono sarcástico, me expresó: ¨Tu sabes que si hubiésemos ganado,
a ti sólo te habrían propuesto la posición de Vice-canciller.¨
Mi respuesta le
sorprendió. Sólo atiné a decirle: ¨Pero es que como Vice-canciller todavía habría
sido demasiado para mí.¨
Posteriormente, en el
1993, cuando se me sugería ser candidato a la Vice-presidencia para las
elecciones del año siguiente, en 1994, decliné amigablemente la propuesta, y
hasta propuse quien sería el compañero más idóneo para tan alta distinción.
Todo este relato lo he
traído a colación para indicar que en todo lo largo de mi trayectoria política,
tal vez de manera atípica, nunca me he procurado cargos o puestos. Los que se
han conquistado a lo largo de los años, han sido sobre la base del
reconocimiento espontáneo y generoso de núcleos de amigos y compañeros que
simplemente han confiado en mí; y han creído ver en mi persona determinadas
cualidades que les atraen y les simpatizan.
Pero ni antes ni ahora mi
lucha jamás ha sido por un cargo. Antes como en la actualidad, lo que siempre
me ha animado es la lucha por una causa. Por una causa que considere justa,
noble y valedera.
Y en estos momentos, la
causa que asumimos es la del respeto por nuestra Constitución, la defensa de
nuestra democracia y nuestro Estado de Derecho. Lo hago porque como principal
promotor o auspiciador de la actual Carta Magna, sin que nadie me haya dado mandato
para ello, me siento, sin embargo, en la obligación moral de ser su guardián,
su vigilante y su centinela, al igual que todo el pueblo dominicano.
Pero, más aún, lo hago
porque percibo que en nuestro medio no se ha llegado plenamente a comprender que
el objetivo fundamental de una Constitución es el de establecer los límites al
ejercicio del poder político.
La Constitución, además de
disponer la protección y garantía del disfrute de los derechos fundamentales,
contiene las reglas del juego político; y es como el semáforo en rojo que indica
cuando hay que detenerse.
En la historia nacional ha
habido quienes osadamente han modificado nuestra Ley de Leyes, para continuar
su marcha desenfrenada, aún con la luz en rojo.
Y eso es lo que no podemos
permitir que ocurra nunca.
Un destacado jurista y
filósofo italiano del siglo XIX, Gian Domenico Romagnosi, llegó a sentenciar
que ¨La Constitución es la ley suprema que un pueblo impone a sus gobernantes
con el objeto de precaverse contra el despotismo.¨
Parafraseando a Winston
Churchill, el símbolo de la resistencia contra los nazis durante la Segunda
Guerra Mundial, la Constitución ¨no es un sofá que toma la forma de la última
persona que se sentó en él.¨
En definitiva, la
Constitución tiene una función de legitimación del poder político, tanto en su
origen como en su desempeño. Para ella, la soberanía reside exclusivamente en
el pueblo, de quien emanan todos los poderes, los cuales ejerce en los términos
establecidos por la propia Constitución y las leyes.
Todo lo que se haga
contrario a la Constitución es nulo. La Constitución es la fuente del Estado
Democrático y Social de Derecho. Es la garantía del respeto a la dignidad de
las personas; del derecho a la vida; a la libertad de expresión; a la
integridad personal; a la libertad de conciencia y cultos; del derecho al
honor, a la educación, a la salud y al trabajo.
Hace exactamente 50 años
el pueblo dominicano se levantó en armas, en la gloriosa gesta heroica del 24
de abril de 1965, exigiendo el restablecimiento de la Constitución de la
República, que había sido vilmente conculcada, infringida y quebrantada, por
los autores de la asonada militar de septiembre de 1963, que puso fin, de
manera abrupta, al primer ensayo democrático post-dictadura de Trujillo,
encabezado por ese gran maestro de la política y la literatura, el profesor
Juan Bosch.
Nosotros, los miembros y
dirigentes del Partido de la Liberación Dominicano somos los legatarios
universales de ese gran movimiento que fue la Revolución de Abril, pues sin ese
acontecimiento, el líder y fundador de nuestro Partido no habría evolucionado
en su pensamiento, dejándonos de esa manera huérfanos de una orientación que
nos sirviera para convertirnos en los arquitectos de nuestro propio destino.
Sin Constitución no hay
patria. Sin Constitución no hay nación; no hay familia. Sin Constitución todos
nuestros derechos son desconocidos. Sin Constitución podemos ser esclavizados,
tratados sin dignidad, sin respeto, sin honor. Sin Constitución, sencillamente,
no existimos.
Por eso debemos conocer,
respetar y honrar nuestra Constitución. Sólo ella nos protege contra la
arbitrariedad, el despotismo, la tiranía y la opresión.
Dominicanas
y Dominicanos:
El pasado 30 de abril fue
depositado por ante el Senado de la República, un proyecto de ley que declara
la necesidad de reformar la Constitución de la República en su artículo 124.
Ese proyecto de ley fue
presentado por 13 honorables miembros de esa cámara legislativa, conforme al
artículo 269 de la Constitución, según el cual nuestra Carta Sustantiva ¨podrá
ser reformada si la proposición de reforma se presenta en el Congreso Nacional
con el apoyo de la tercera parte de los miembros de una u otra cámara, o si es
sometida por el Poder Ejecutivo.¨
El objetivo del proyecto
de ley, como acaba de indicarse, es el de reformar el artículo 124 de la
Constitución, que dice así:
¨El Poder Ejecutivo se
ejerce por el o la Presidente de la República, quien será elegido cada cuatro
años por voto directo y no podrá ser electo para el período constitucional
siguiente.¨
El proyecto de ley para
reformar la Constitución lo que indica es lo que sigue:
¨Artículo 1.- Se declara
la necesidad de modificar el artículo 124 de la Constitución de la República
del 26 de enero del año 2010, así como el establecimiento de un artículo
tran]-sitorio en el texto de la misma, conforme se indica en el siguiente
artículo.
¨Artículo 2.- La presente
reforma tiene por objeto:
¨a) permitir que el
Presidente de la República disponga del derecho de poder optar por un segundo y
único período constitucional consecutivo, no pudiendo postularse jamás al mismo
cargo.
¨b) establecer un artículo
transitorio en que se consigne de que en el caso eventual de que el Presidente
de la República actual, correspondiente al período 2012-2016, sea candidato
presidencial para el período 2016-2020, no podrá presentarse para el siguiente
y para ningún otro.¨
Como ha podido
constatarse, el objetivo de la reforma constitucional es el de hacer posible la
reelección presidencial para un segundo período consecutivo, y que luego no
pueda postularse jamás.
Como he expuesto de manera
consistente, estando en el poder o fuera de él, siempre he estado de acuerdo
con la reelección presidencial como figura jurídica, porque, en realidad,
cuatro años resultan pocos para un gobierno que está realizando una buena
labor.
Por eso, en el caso de que
así lo contemple la Constitución, al momento de iniciarse el mandato
presidencial, como fue mi caso en el 2008, lo ideal es que el pueblo decida en
las urnas, y que el representante del Poder Ejecutivo pueda tener la
oportunidad de reelegirse para un segundo período consecutivo.
Ese es el modelo
norteamericano, que empezó como costumbre cuando luego de haber agotado dos
períodos consecutivos de cuatro años, George Washington, el primer presidente,
no sólo de los Estados Unidos, sino del mundo, pasó a retiro.
Esa práctica continuó con
John Adams, Thomas Jefferson, James Madison, James Monroe y todos los
ejecutivos norteamericanos, hasta Franklin Delano Roosevelt, que por el hecho
de la Gran Depresión, en la década de los treinta, y la Segunda Guerra Mundial,
fue electo cuatro veces para ocupar la Casa Blanca.
Fue después de Roosevelt,
en la Enmienda No. 22 de la Constitución de los Estados Unidos, ratificada el
27 de febrero de 1951, que vino a instituirse, por vía constitucional, de sólo
dos períodos presidenciales, y nada más.
Pero ni siquiera en
nuestra propia región de América Latina y el Caribe, ese sistema norteamericano
tiene carácter de validez universal. En México, por ejemplo, es un solo período
de seis años, llamado sexenio. En Colombia, después del presidente Álvaro
Uribe, dos períodos de cuatro años. Igual en Argentina. En Brasil, son dos
períodos consecutivos, brincar el tercero, y poder volver.
En Chile y Uruguay es
igual que aquí: un período sí y otro no. En Venezuela, es indefinido.
En resumen, lo que quiero
hacer significar es que no existe un modelo único de agotamiento de períodos
presidenciales, aceptado de igual manera por todos. Por tanto, no es válida la
idea de que la reelección presidencial, por su propia naturaleza, es mala. No
es así. Si hubiese tenido esa creencia, no habría sido candidato a la
reelección en el 2008 para un segundo período consecutivo.
El debate, más bien, gira
en torno a si es apropiado, si es correcto modificar la Constitución con el
único propósito de hacer potable la reelección presidencial.
Por mi trayectoria personal,
ya se sabe que no soy partidario de ese tipo de acción. Me inclinaría por el
criterio de realizar esa modificación cuando recaiga en un momento que no
beneficie al incumbente, esto es, al presidente de turno, para de esa manera no
resquebrajar la institucionalidad.
Más aún, considero que en
casos de trascendencia tal, como el de una modificación a la Carta Magna, que
involucra el interés de la nación, la fórmula más adecuada y eficaz para salir
hacia adelante, es mediante el diálogo, la construcción de consensos y la
unificación de criterios, tanto dentro del propio Partido, como en toda la
sociedad.
Así se hizo con la reforma
constitucional del 2010, en la que las distintas organizaciones cívicas del
país fueron invitadas a participar de una consulta popular, en la cual
expresaron sus propuestas sobre cómo debía quedar organizado el Estado
dominicano del siglo XXI.
En adición al mecanismo de
las consultas populares, se creó una comisión de 15 juristas expertos en
Derecho Constitucional, que contribuyeron con el diseño técnico jurídico final
de las propuestas.
De esa manera, en
comunicación constante con todas las fuerzas vivas de la nación, en forma
abierta y democrática, se realizó la más profunda y progresista reforma
constitucional en nuestro país, después de la histórica y emblemática del 1963.
En síntesis, aunque desde
mi perspectiva no es lo más idóneo ni es lo más apropiado, tampoco es que una
Constitución no pueda modificarse para hacer posible un segundo mandato
presidencial consecutivo.
Desde el punto de vista
jurídico, se puede. Lo que ocurre es que tiene que hacerse respetando el
procedimiento consagrado en la propia Constitución.
En ese aspecto, me
preocupa que en el debate que ha surgido para modificar nuestra Carta
Sustantiva, se quiera desconocer que la ley que convoca a la Asamblea Nacional
Revisora sea una ley orgánica, la cual, por consiguiente, requiere de la
aprobación de las dos terceras partes de los presentes, tanto del Senado como
de la Cámara de Diputados.
Se comprende que si para
someter dicho proyecto de ley, se requiere que no sea un solo Senador o un solo
Diputado, sino una tercera parte de los miembros del Senado, o una tercera
parte de los miembros de la Cámara de Diputados, es porque se trata de algo no
ordinario, sino especial.
Luego, si conforme al
artículo 271 de nuestra actual Constitución, para aprobar la reforma propuesta,
la Asamblea Nacional Revisora, que es la reunión de ambas cámaras, Senado y
Cámara de Diputados, requiere las dos terceras partes de los votos, ¿ por qué razón,
entonces, se le quiere negar la condición de orgánica a la ley que declara la
necesidad de reformar la Constitución?
Eso, que parece un debate,
más para abogados que para el resto de la ciudadanía, tiene, sin embargo, una
trascendencia enorme para el futuro de nuestra democracia.
Porque lo que estamos
discutiendo es si nuestra Constitución debe ser rígida o flexible. Si es rígida
es difícil de modificar, que es lo que se desea para cualquier Constitución en
el mundo. Si es flexible, entonces se hace susceptible de ser modificada por
cualquier capricho, quebrantándose, de esa manera, el Estado de Derecho.
Pero, además, me preocupa
que se tejan ardides y se elaboren argucias para eludir el hecho de que una
reforma como la que se está planteando requiera de algún mecanismo de
legitimación popular, como sería el caso, por ejemplo, de un referendo
aprobatorio.
Para aspirar a reformar la
actual Constitución de la República y hacer posible la reelección presidencial,
se parte de la premisa del enorme respaldo que recibe el Presidente de la
República, en las distintas mediciones o encuestas que se realizan.
Sobre esa base, se ha
levantado la consigna que se lee en letreros, en distintas partes del país, de
que el pueblo es el que manda.
Comparto esa opinión. El
pueblo es el que manda; y si es así, dejemos que sea el pueblo el que
efectivamente se exprese mediante la realización de un referendo aprobatorio,
para que diga directamente si quiere o no la reforma constitucional, conforme
al artículo 272 de nuestra Constitución.
Ese sería un ejemplo
hermosísimo de democracia directa, como nunca antes se ha visto en la historia
nacional. De esa manera, nuestro Partido de la Liberación Dominicana estaría a
la altura de las grandes expectativas nacionales, se cubriría nuevamente de
gloria, y dejaría escrito un nuevo capítulo ejemplarizador en las luchas de
nuestro pueblo por la democracia y la libertad.
Yo mismo me sumaría con
entusiasmo a esa gran jornada cívica. Recorrería el país nuevamente, junto a
todo el que se sienta identificado conmigo, en favor de que el pueblo
manifieste su voluntad en favor del cambio a la Constitución.
Se que lo que late en el
corazón de todos los miembros de la alta dirección de nuestro Partido es que en
estos momentos, por lo que refieren las encuestas, el compañero presidente
Danilo Medina es quien se encuentra en mayores posibilidades de garantizar un
nuevo triunfo morado en las urnas.
Si la Constitución
permitiera la reelección presidencial, como ocurría en el 2008, todo sería muy
fácil. Esta discusión no se habría suscitado. Todos estaríamos apoyando a
nuestra mejor opción. Pero resulta que la Constitución no lo permite.
Aún así, no es mi
propósito erigir obstáculos en las aspiraciones legítimas de triunfo que todos
albergamos; y aunque por convicción y trayectoria, como he sostenido, no soy
partidario de modificar la Constitución con el único propósito de hacer posible
la reelección presidencial, me inclinaría reverentemente y con humildad ante lo
que sería la voluntad del pueblo, expresada en un referendo.
Ya lo decía Abraham
Lincoln, ese gigante de la lucha por la libertad, que salvó a su nación de la
inminencia de una gran división, en medio de la Guerra de Secesión, para
liberar a los esclavos, al afirmar: ¨La democracia es el régimen del pueblo, para
el pueblo y por el pueblo.¨
Nunca temamos al pueblo.
Dejemos que el pueblo hable. Así lo manda nuestra Constitución.
En nuestro humilde
criterio, el proyecto de reforma que se ha depositado en el Senado de la
República, no ofrece, por sí solo, suficientes garantías ni seguridad jurídica
en el sentido de que la reforma que se quiere hacer en la actualidad, no
volverá a repetirse en el futuro.
No es que se ponga en
dudas la palabra o las sanas intenciones de los Senadores que han formulado la
propuesta de reforma constitucional. Es que, sencillamente, el artículo
transitorio que se aspira a consignar dejaría tan vulnerable la posibilidad de
reformar nuestra Constitución en el futuro, como en la actualidad interpretan
algunos miembros de nuestra comunidad jurídica que puede hacerse, esto es, sin
aprobación de ley orgánica ni realización de referendo aprobatorio.
Eso, naturalmente, sería
sumamente peligroso para el porvenir de nuestro pueblo. Sería nefasto. Sería
catastrófico, ya que dejaría las posibilidades abiertas para que en la
posteridad surja algún aventurero que modifique de nuevo la Constitución, pero
esta vez para establecer la reelección indefinida, e intentar perpetuarse en el
poder.
Así tendríamos el Trujillo
del siglo XXI, que vendría a cercenar nuestras libertades, a mutilar nuestra
dignidad y a truncar nuestro porvenir como pueblo.
Eso no lo podemos
permitir. La historia condenaría a nuestra generación como irresponsable,
irreflexiva e insensata, pues advirtiendo el peligro y la amenaza que
significaba para el futuro de nuestra democracia, de nuestra sociedad y de
nuestras familias, no tuvimos el valor de alzar nuestra voz y actuar en
consecuencia.
Obviamente, lo hacemos con
respeto; y lo que afirmo es que el proyecto de ley, actualmente en el Senado,
que procura modificar la Constitución de la República es insuficiente, y por lo
tanto, inaceptable, por el riesgo y la inseguridad que implica para la
supervivencia de nuestras instituciones democráticas.
Aunque para muchos resulta
más que claro en la actualidad, para no dar lugar a dudas en los años por
venir, para que no haya ningún equívoco o falsa interpretación, debería
contemplarse modificar el artículo 270 del texto constitucional, para que en lo
sucesivo, en forma directa señale que la Ley de Convocatoria a la Asamblea
Nacional Revisora debe ser aprobada, ni siquiera como una ley orgánica, sino
como una ley especial, con las tres cuartas partes de la matrícula de ambas
cámaras.
De igual manera, debería
someterse a modificación el artículo 271, para establecer que en lo sucesivo,
si la reforma constitucional versa sobre el mandato de elección constitucional
del Presidente de la República, la decisión deberá adoptarse también por la
mayoría de las tres cuartas partes de los miembros de la Asamblea Revisora
Debería también someterse
al Congreso Nacional, para que rija en lo adelante, la ley que dispone la
Consulta Popular, para que pueda modificarse la Constitución conforme al
artículo 210 de la misma.
Finalmente, en lo atinente
a la celebración del referendo aprobatorio, previsto en el artículo 272, la
propuesta es que el número de electores se eleve del 30 al 60 por ciento de los
inscritos en el registro electoral, para de esa manera hacerlo más
participativo y democrático.
La idea es, vuelvo a
repetirlo, que la Constitución sea rígida. Que no pueda ser cambiada o
modificada tan fácilmente. Que no dé lugar a interpretaciones aviesas o
acomodaticias. Que la Constitución sea, de manera permanente, el pacto suscrito
por los diversos sectores que componen la sociedad dominicana, para que
prevalezca siempre la paz, el progreso y la convivencia civilizada.
Como puede apreciarse, lo
que sugiero es simple. No persigo cargo o puesto alguno. Sólo invoco que se
respete la Constitución, para que un mal ejemplo de hoy no se convierta en la
excusa o la justificación del mañana; y que todo lo construido hasta hoy, con
el esfuerzo laborioso de todos los dominicanos y dominicanas, se destruya, por
las ambiciones irrefrenables de poder que cada cierto tiempo surgen en el
horizonte nacional.
Reconozco que como
consecuencia de las discrepancias que se han suscitado en torno al proyecto de
reforma constitucional que procura la reelección presidencial, ha surgido mucha
intranquilidad y desasosiego en nuestro pueblo, y mucha mortificación y
aflicción en la familia peledeísta.
A pesar de nuestras
diferencias, hago todo el esfuerzo para que nuestro Partido se mantenga fuerte,
cohesionado y unido. Por eso, incentivo una línea de diálogo permanente para
superar nuestros escollos.
Todo lo que he sido y soy
políticamente se lo debo al profesor Juan Bosch y al Partido de la Liberación
Dominicana. Amo profundamente a nuestro partido de la bandera morada y la
estrella amarilla. Ahí me he formado. Ahí he luchado junto a mis compañeros y
compañeras durante los últimos 42 años, en favor de la democracia, la libertad
y la prosperidad de nuestro pueblo.
No escapa a mi
conocimiento, por demás, que en estos momentos el Partido de la Liberación
Dominicana es la única fuerza verdaderamente organizada que le queda a la
democracia dominicana; y que un descalabro nuestro sería una tragedia para la
estabilidad democrática de nuestra nación.
Por tanto, puedo asegurar
que por la sensatez que nos caracteriza, por nuestro sentido de
responsabilidad, por nuestra visión de la historia, por nuestro compromiso con
el futuro y por nuestra deuda imperecedera con nuestro maestro y guía, el
profesor Juan Bosch, nuestro Partido de la Liberación Dominicana superará este
trance; y saldrá más fuerte y vigoroso que antes, más unido y más compacto,
coronándose con nuevas victorias en beneficio del pueblo dominicano.
En cuanto a mí respecta,
se que desde que culminó mi última gestión de gobierno, en el 2012, he estado
en el ojo del huracán de intereses en conflicto y ambiciones desmedidas de
poder, que han procurado hacer mi voz irrelevante en el escenario político
nacional.
De manera sistemática,
como tal vez nunca antes ocurriera con figura pública alguna en la vida del
país, se ha intentado degradarme, deshonrarme y hacerme añicos.
No se ha logrado, ni se
logrará, pues como dice la palabra, nadie que ha confiado en Dios ha quedado
defraudado. Por eso, cada día salgo protegido, al hacer mío el salmo 23,
diciéndome:
¨Jehová es mi pastor y
nada me faltará…Me guiará por sendas de justicia y aunque ande en valle de
sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo.¨
En todo caso, mi divisa es
la de José Martí, el Apóstol de la Independencia de Cuba, en cuyas frases
inmortales dijera:
¨Un hombre que oculta lo
que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un
hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el
país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado.
¨Hay hombres que viven
contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando
ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber
cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay
muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de
muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que
les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro.
En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad
humana.¨
Muchas Gracias.
Buenas Noches.
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